domingo, 28 de agosto de 2011

Si Es Cristiano No Lo Elija

Siempre me han causado sospechas estas personas que buscan ganar un cargo público de elección popular apelando a su condición de cristianos e insistiendo de manera majadera en su fe. No sólo porque Cristo insistiera en que la política, si bien no debe estar vedada para los creyentes, empero es terreno del César. Tampoco, por el hecho de que estos individuos suelan ser de cuño conservador; y que deseen transformarse en autoridades con el propósito de imponer los llamados "valores bíblicos" o bien sus distintas formas de reciclaje -valores familiares, patrióticos, morales, etcétera-, ante lo que ven como una degradación progresiva y peligrosa de aquello que los rodea. Más aún: ni siquiera constituye el principal factor de mi indignación, la hipocresía y la actitud de doble rasero que estos personajes suelen aplicar, muchas veces atendiendo intereses personales, eso sí escondidos tras un muy hilvanado y convincente discurso. Aunque, observándolo mejor, las tres características recién mencionadas son parte de una amalgama donde cabe una variedad de elementos, cuya interacción -imprescindible para que el engranaje funciones- es precisamente lo que provoca el recelo.

 Normalmente, y retomando uno de los puntos citados en el párrafo anterior, los candidatos que se definen como creyentes en realidad están expresando una visión específica del cristianismo, que en la mayoría de los casos, se relaciona con una tendencia conservadora que se pretende nacida desde el ámbito espiritual de donde se proyectaría a otros campos, como el político, social y el cultural. Justamente es en el traspaso a esas y demás áreas, en lo cual dicha conducta se solidifica, adquiere fuerza y llega a esbozar, digamos, un sucedáneo de paradigma. No es para menos, si estamos hablando de personas que intentan adaptar sus convicciones religiosas con el propósito de ganar comicios y así gobernar de manera universal. Por lo que se puede concluir que el mencionado conservadurismo, o cualquier otra concepción de la existencia, es algo de lo cual se toma conciencia e incluso razón cabales sólo cuando atraviesa el círculo de la fe para tornarse ideología. Que es en el sitio donde se juega su utilidad, pues en su supuesto origen no conforma más que un pensamiento personal o bien reducido al grupo de desenvolvimiento de quien lo profesa, que en este caso es la comunidad eclesiástica. Y como ya acotamos, quien desea que su sentimiento interno sirva de guía del resto, está obligado a presentarlo y  a defenderlo en un estilo de arenga política.

He aquí el problema. Quien aboga por una suerte de partido cristiano, en realidad lo que está difundiendo es una visión parcial de la fe, que incluso puede reducirse a su concepción individual del tema, que tal vez no esté presente ni siquiera en el resto de los seguidores de Jesús. El defensor de los valores bíblicos, o de la teología de la liberación, del diálogo liberal o del ecumenismo sincrético, lo que hace, al insistir más allá del hartazgo en que pertenece a tal o cual iglesia, es imponer su concepción de las cosas a quienes no la comparten. Y que no tienen deber alguno de consentir, porque no es en estos aspectos donde se genera la polémica del dogma del camino con cualquier otro credo religioso. Simplemente, al pretender una expansión con esta clase de universalidad de su fe, el tipo en cuestión está manifestando una actitud totalitaria. Porque trata de ampliar situaciones que cuando mucho debieran ser tratadas en el marco de la doctrina -y casi siempre, en el mecanismo de la propia convicción-, y que al ser sacadas de contexto, sencillamente se degeneran. Es por ello que el mismo Cristo sentenció que al César lo que es del César, y que la teocracia es una versión corrupta tanto del cristianismo como de la administración pública.

Cuando alguien asciende a un poder político apelando a supuestos valores cristianos, y ya instalado en él, decide poner en práctica tales valores, no faltará el momento en que entrará en contradicción, incluso en conflicto, con otros hermanos de fe. Esto es más visibles en los denominados cinturones bíblicos, depositarios de un conservadurismo recalcitrante y en muchos casos vulgar y puramente emotivo. Pero ocurre en todas las probables variantes de "cristianismo político" ya sea que se ubiquen a la derecha o a la izquierda. Al final, como está en juego nada menos que la salvación, el que piensa distinto no es un cristiano auténtico y por lo tanto se lo debe señalar como anatema. Lo cual arrastra a los conversos al peligro de caer en la emisión de juicios, práctica condenada casi en la totalidad del Nuevo Testamento. La consecuencia terminal de todo esto es una erosión profunda entre los seguidores del camino, donde bandos opuestos e irreconciliables lleguen a los extremos de la intolerancia mutua, como cometer crímenes. Así pasó en Estados Unidos en la época de la segregación racial, cuando los discípulos negros eran linchados por sus pares blancos. Por lo mismo, un consejo de cristiano responsable que puedo dar, es que si escucha a un hermano que basa su campaña partidista en la fe y los presuntos valores para la vida cotidiana que contiene, no se deje obnubilar y evite votar por él. En palabras simples, porque viene con otro evangelio, que está sustentado por el verdadero, pero que a la vez conforma una visión distorsionada acomodada a una conveniencia individual.

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