domingo, 12 de junio de 2011

Las Fantasías de Hawking

Que alguien ligado al entorno de las ciencias -entendiendo con ese concepto, cualquier disciplina del conocimiento que se halle en la obligación auto impuesta de probar la totalidad de sus teorías con experimentos concretos, metódicos y previamente definidos- como el físico y astrónomo Stephen Hawking, afirme que todo el asunto del cielo, la existencia de Dios o de los dioses, o la vida eterna más allá de la muerte no son más que cuentos de hadas, es algo que a estas alturas no debiera sorprender a nadie. Siempre es de esperar que las personas que pertenecen a tales ambientes emitan, al menos en un momento de su existencia, esa clase de afirmaciones. Por último, debido a la presencia ineludible de aquel mito -desmentido innumerables veces en la realidad- que asevera que entre el empirismo y la religión sólo cabe una rivalidad irreconciliable, ya que ambas formas de pensamiento son por naturaleza incompatibles. Y si bien es cierto que antiguos próceres -Zenón de Elea, Copérnico, Galileo, Darwin, Einstein- no llegaron tan lejos, más de alguno sufrió la ira de quienes, amparados en interpretaciones antojadizas de la Biblia, el Corán o los Vedas, no estaban dispuestos a observar cómo sus verdades absolutas eran revocadas por pruebas, en determinados casos, irrefutables. Hawking, que ha tenido la fortuna de arribar cuando a la estatua sólo le quedan sus cimientos, no requiere sino dar el paso final, lo cual equivale a colocar la lápida, ya esculpida por cierto. Asunto muy sencillo, y más si la serie de reveses históricos ha debilitado a su vez a la institución que protegía el monumento, al punto que ni siquiera es capaz de elaborar una refutación convincente.

Convengamos, a modo de consuelo, que el físico no sólo ha desechado públicamente los dogmas más esenciales de la fe cristiana -mejor dicho de todos los sistemas de creencias; pues, a despecho de notables diferencias doctrinales, ninguno pasa por alto la existencia de divinidades trascendentales al ser humano-. Sino que tampoco ha dejado bien parado a un grupúsculo que en épocas recientes ha cobrado fuerza y se ha consolidado aprovechando el vacío religioso provocado tras el proceso de secularización. Se trata de los "adora marcianos", estos sujetos que remplazaron los ángeles por extraterrestres y sostienen que los humanoides verdes buscan comunicarse a diario con los terrícolas para expandir su mensaje de paz y amor (porfiados humanos: ya en la prehistoria y en la Antigüedad estos prístinos seres llegaron en sus naves y como muestra de afecto construyeron las pirámides, las ruinas de Stonegate y los petroglifos de Nazca; pero les dieron la espalda como más tarde lo haríamos con Jesús). Hawking, días antes de su hallazgo anti místico, afirmó que es posible la vida, inteligente o no, en otros mundos; sin embargo, acto seguido advirtió que, si tales entidades  se llegan a contactar con nosotros, no será al estilo de la visión idílica que pregonan estos colectivos: muy por el contrario, recibiremos un ataque colonizador similar al de los pueblos amerindios por parte de los europeos.

Algunos no supieron o no quisieron interpretar correctamente los dichos del astrónomo y sin mandato de por medio se lanzaron a anunciar la buena nueva: el científico "más importante de los últimos cincuenta años" había asegurado que existen los alienígenas. Pero los demás, que entendieron el mensaje, con igual presteza se lanzaron a espetar diatribas contra el profesor de la silla de ruedas y la boca electrónica, llorando de que una vez más el empirismo prefería agotarse en cálculos matemáticos y ejercicios con tubos de ensayo, en lugar de mirar más allá de lo evidente y captar la mística, y una serie de sartas que, si bien son expresadas con palabras distintas para dar una sensación de originalidad, al final repiten los miedos irracionales de los integristas religiosos. Así le dejaron en claro a la opinión pública que no eran sino otra superchería defendida por fanáticos intolerantes, sin ningún asidero posible en la realidad. Sin mencionar que le entregaron una atractiva justificación a sus detractores, para burlarse de ellos como de la iglesia católica porque en ciertos pasajes de la historia no aceptó que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol. Aunque, si citamos a especímenes que le anuncian a la humanidad que los extraterrestes dejaron una colonia que habita en el centro del planeta -el cual además no estaría repleto de magma incandescente, sino que sería hueco-; en fin, aceptemos también que los bebés los trae una cigüeña desde París.

Retomando una frase puesta entre comillas, admitamos que Stephen Hawking es uno de los, pero no "el" científico más importante de la más reciente media centuria. En su fama hay mucho de conmiseración por la parálisis progresiva que padece y que sólo le permite mover un pulgar. Un asunto que el susodicho ha sabido explotar, además de que, pese a sus limitaciones, es innegable que posee un carisma mediático (lo cual tiene puntos positivos, ya que le permite al dueño de tal carácter difundir algo como la ciencia de manera asequible para un público que no está familiarizado con ella). Además de constituirse en una suerte de ejemplo de superación, con tintes épicos (aunque no se trata de una novedad, ya que el handicap de Hellen Keller era aún más grave, y esa mujer vivió  en una época donde no existían las tablillas electrónicas que permitían hablar a quien no podía hacerlo por los medios tradicionales). Por supuesto que se puede equivocar, como cualquier ser humano, ya sea el papa o el presidente de los EUA. Y cito a esos cargos, porque el reconocimiento popular que ha recibido este astrónomo, le permite hoy disfrutar de un pedestal desde donde puede decir cualquier cosa, y los simples mortales lo tomarán como verdad irrefutable. El mismo aprovechamiento que antes caracterizaba a las organizaciones religiosas y que fue absorbido de manera indirecta por estos grupos pintorescos como los veneradores de ovnis.

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