domingo, 19 de junio de 2011

A Propósito del Día del Padre

No tengo hijos, no pienso engendrarlos y lo único que espero en relación con el tema es que ojalá en algún momento de la historia la humanidad actúe igual que yo. Acúsenme de autoritario, intolerante, megalómano y hasta de inadaptado si así lo desean. Pero antes de lanzarse con sus sentencias no menos inquisidoras que la propuesta que recién expuse, escuchen alguno de mis tantos argumentos en contra de la opción -que al fin y al cabo no es más que eso- de dejar descendencia. Y luego reflexionemos juntos, que es una conducta que no le hace daño a nadie.

Pues a la larga, ¿qué motiva a las personas a criar hijos, si no es la posibilidad de traspasar a una nueva generación su concepción del mundo y de la vida, como un intento desesperado e iluso de perpetuarse en el tiempo, y de paso, una forma de ejercer dominio sobre otros seres que tienen conciencia de estar siendo subyugados? El humano siempre busca imponer sus términos como una manera de sentirse útil en su fugaz tránsito por el planeta; y cuando los púlpitos de la religión, la política o los negocios le son vedados por no pertenecer a un determinado grupo social, ni cuenta con el talento suficiente para trascender a través del arte: recurre a una especie de último suspiro del moribundo y se vuelca a gobernar a un puñado de niños cuya mentalidad se encuentra en evidente proceso de formación y por ende son bastante influenciables y vulnerables. Es un recurso que entrega seguridad, si lo analizamos con detalle. Y sobre el cual está sustentado el motor de la ideología de la familia: el padre tiene a la vez la facultad y la obligación de instruir a su vástago, de acuerdo a la época mediante el empleo de castigos físicos o de consecuencias lógicas. Tal combinación de placer y responsabilidad es dictada por una sociedad que necesita de nuevos nacimientos para solventarse a sí misma. Aunque mejor dicho, son los dirigentes de tal sociedad los que requieren con urgencia de más partos, pues en realidad son ellos quienes en definitiva fijan las normas.

Esto lleva a descubrir una curiosa contradicción en aquellos que se oponen a lo que consideran una masiva injerencia de los organismos públicos o estatales que componen una sociedad, al extremo de rechazar la existencia de sistemas de salud y educación universales, devenidos del cobro de impuestos -que deben pagar ellos, con lo cual les afecta su bolsillo-, y que pretenden ser igualitarios no sólo en términos económicos, sino también en aspectos relacionados con las prestaciones médicas o los contenidos curriculares. Dichos sujetos alegan que el Estado busca inmiscuirse en terrenos que les competen a los padres de familia, y por ende estaríamos en presencia de una peligrosa escalada que puede desembocar en una forma sutil e imperceptible de totalitarismo. Cuántas veces los hemos oído reclamar, diciendo que enseñar el correcto uso del preservativo en las escuelas secundarias atenta contra su libertad de educar en una "sexualidad como la plenitud del amor". O refunfuñando contra la distribución de métodos anticonceptivos en los hospitales, porque como contribuyentes se ven forzados a pagar una práctica que consideran aberrante. En ambos casos, se defienden arguyendo que son formas de imposición ideológica. Sin embargo, al mismo tiempo les están impartiendo a sus hijos sus propias concepciones y de paso intentan bloquearles todo acceso a una alternativa, con lo cual acometen una de las actitudes más características de los regímenes dictatoriales: restringir el acceso a la información.

Seamos honestos. La familia se sustenta en un sistema de administración política conocido como el patriarcado -o matriarcado, que para el caso es lo mismo-, el cual viene siendo cuestionado desde hace bastante tiempo; pero que al parecer continuará manteniéndose en una versión suavizada por un buen número de siglos, al menos hasta que la sobre población termine por hacer la situación completamente insostenible. Y su naturaleza siempre será autoritaria, aunque ciertos historiadores y escritores de ciencia ficción interesados sólo nos muestren como ejemplos de gobiernos tiránicos aquellos que intentaron romper con tal ideología. De, la sociedad  occidental actual basa su supuesta democracia en la relación paternal-filial; y basta otear un poco alrededor para darse cuenta de los vacíos y las conductas indeseables que contiene.

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