lunes, 25 de enero de 2010

Un Metal Que Se Oxida

Como muchos, me indigné cuando Metallica lanzó los discos "Load" y "Reload" sin detenerme en analizar su calidad -ambos álbumes no son del todo descartables-, sino por el abandono, con tintes de felonía, que en esos trabajos hicieron de su estilo original, sólo para ser programados en un mayor número de radios y ver aumentado su público adolescente, lejos el que más consume música pop. Claramente, no era lo que ciertos críticos de pacotilla -que tendrán un oído aceptable, pero en materia de redacción, apenas aventajan a un analfabeto- suelen calificar a estas alturas con el tan trillado como soporífero concepto de "evolución". Sino que un simple cambio de trabajo: de artistas a vendedores callejeros, con el respeto que estos últimos se merecen, porque en el caso de marras, era un grupúsculo de sabelotodos que dejaban su profesión por un oficio desconocido en el cual no eran expertos, sólo para obtener algunos centavos, ni siquiera dólares, más.

Sin embargo, y discúlpenme si aquí hablo a título personal, he vuelto a escuchar aquellos discos de Metallica que hacían vibrar mis años más juveniles, como "Masters Of Puppets", "...And Justice For All" y el propio álbum homónimo; y la verdad es que no experimento la sensación agradable de esos tiempos. No creo que esté padeciendo una suerte de vejez intelectual (porque no se podría denominar madurez), pues, al menos a partir de la adolescencia, jamás recuerdo haber traicionado alguno de mis principios. Tampoco se debe a mis preferencias, en materia de rock, por los más complejos y reflexivos ritmos progresivos, en lugar del binario y exagerado, innecesario y cínicamente violento metal. En realidad, al revisar esos trabajos, y con la perspectiva que generan los antes mencionados "Load" y "Reload", da la impresión que la banda estaba destinada a descender a los abismos -a propósito de su propuesta clásica- a los cuales llegó a mediados de los noventa del siglo anterior, y más tarde, experimentar una resurrección en falso con "St. Anger". Pareciera que su universo sólo se circunscribe a muchachos de liceo o, cuando mucho, que han recién ingresado a la universidad, aunque a estudiar una carrera relacionada más con los números que con las letras. Y todo eso, en el marco de la década de 1980, porque su lugar después lo ocuparon estilos como el "grunge", el "nu metal", y en épocas recientes, la cumbia y el reguetón.

Si hay que utilizar un clisé, ya que me he valido de varios durante este artículo, podríamos señalar que la música de Metallica no ha envejecido bien, y que a diferencia de otras bandas, como Iron Maiden o Kiss, que pueden resultar más ramplonas en términos estéticos, pero que igualmente mantienen la contundencia y la consistencia de sus propuestas, no ocasiona el mismo entusiasmo que en la época en que fue dada a conocer. Hoy, hace saltar a chicos que tienen entre quince y veinte años; pero cada vez son menos, y quienes oyen a este conjunto, independiente de su edad, lo hacen más bien por respeto, porque efectivamente en su momento marcó tendencia y su oferta resultó renovadora y por ende interesante. Sin embargo, el problema de Metallica es que su actitud se asemeja, de manera consciente o no, a la de sus contemporáneos que practicaban el olvidable e insufrible "glam metal", los cuales ya se encuentran perdidos en los agujeros negros. Para allá va esta agrupación, aún cuando su mención y su análisis un tanto sesudo en la historia del rock, sea una cuestión que se mantenga constante en el tiempo.

Cabe señalar, además, que esta banda provoca otra sensación: la de que no practica lo que predica. Siendo estrellas del desordenado rock, en un momento expulsaron a uno de sus integrantes porque les pareció excesivo con el asunto del alcohol. Aparte de eso, constituyen una suerte de sumidero, pues su líder y fundador era un mal músico de progresivo, que viajó de los EUA a Inglaterra y ahí descubrió el estilo que, con olfato comercial más que gusto estético, masificó. Desde entonces, Metallica se dedicó con especial denuedo a institucionalizar el rock, al menos el que tocan ellos, que en apariencia, resulta más repulsivo para las mentes bienpensantes. Lo cual los ha convertido en sacerdotes de una nueva religión, y bien sabemos que cuando esa clase de movimientos se transforman en una organización perfectamente bien estructurada, a la vez se tornan desagradables, como pasó con el cristianismo cuando se petrificó en la iglesia católica, entre otros innumerables ejemplos. Todo, en una época donde los conservadores campeaban. De hecho, en los dos países antes mencionados, entonces gobernaban los reaccionarios Ronald Reagan y Margareth Thatcher, respectivamente. No era raro pues, que la fórmula musical que sus votantes consideraban la más abyecta, también fuese capaz de crear sus acólitos

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