En algunos medios de comunicación, han sido destacados dos hechos que guardan relación con el todavía vigente conflicto racial existente en Estados Unidos. El primero, es la reciente elección de un alcalde negro en Philadelphia, no la gran urbe de Pennsylvania, sino una pequeña ciudad de ocho mil habitantes sita en el estado de Misisipi, tristemente célebre porque, en 1964, allí fueron asesinados tres activistas a favor de los derechos de los afroamericanos, a manos del infame Ku Klux Klan, hecho que fue registrado en el filme "Misisipi en Llamas" de Alan Parker. El otro, es la elección de un antiguo miembro de esa organización, hoy absolutamente arrepentido, como pastor de una congregación de Oklahoma compuesta en su totalidad por fieles de raza negra. Los dos sucesos, y no podía ser de otro modo, han sido vistos como dos significativos avances en la lucha por terminar de una vez por todas con el supremacismo anglosajón en el país norteamericano, y de paso, han graficado de nuevo el enorme trabajo de las iglesias evangélicas en aras de conseguir la paz definitiva entre distintos grupos étnicos.
Sin embargo, estas consideraciones no deben impulsarnos a tener una visión parcial de la historia, donde los cristianos reformados estadounidenses aparezcan como héroes unidos en un solo cuerpo. Porque basta echar una rápida ojeada al pasado para darse cuenta que no es así. Es cierto: el Movimiento Por Los Derechos Civiles, máxima expresión del combate al racismo, fue fundado por un pastor bautista, Martin Luther King, quien tuvo el encomiable acierto de acoger dentro de esa institución a todos quienes deseaban de manera pacífica acabar con estas absurdas discriminaciones, sin importar su credo religioso o su color de piel. También, esta iniciativa tuvo la capacidad de aglutinar a las diversas congregaciones negras ubicadas por todo Estados Unidos, las cuales son la consecuencia del revivalismo del siglo XIX. Dichas comunidades, incluso mucho antes de la aparición del reverendo King, legitimaron la fe de estos hermanos ante un gran número de sus pares blancos, quienes terminaron aceptándolos. Pero en su lucha, este movimiento debió enfrentarse no a instituciones tradicionales como el catolicismo, ni a agrupaciones más recientes como por ejemplo la Cienciología; sino a organizaciones que también estaban conformadas por cristianos evangélicos, entre las cuales, precisamente se encontraba el malafamado Klan.
Dicho organismo, que hoy nos parece siniestro y terrorífico, surgió al interior de aquellos templos conformados por blancos quienes se guiaban por la interpretación más estricta y extrema de la predestinación calvinista, la cual prácticamente anulaba toda posibilidad de dedicación misionera. Por cierto, según sus planteamientos, en el reino celeste no había lugar para negros, que practicaban cultos africanos tan extraños como el islamismo, el animismo o el vudú. Entonces, se sintieron con la obligación de limpiar su entorno de todo atisbo de pecado, en especial de uno que es considerado particularmente grave, como es atribuirse la condición de mensajero o comunicador del plan salvífico, en circunstancias que no se pertenece al círculo desde donde deberían darse a conocer los discipulados, o no se cumple con todas las prerrogativas necesarias para predicar, entre las que se encontrarían, de acuerdo con estos hermanos supremacistas, las apariencias cutáneas. Y ya sabemos lo que sucede cuando alguien, en aras de hacer "un servicio a Dios", busca por todos los medios eliminar a sus congéneres. De hecho, los crímenes del Klan eran llevados a cabo en ceremonias solemnes, en las cuales los sujetos se vestían como jueces de un tribunal apocalíptico, formaban un círculo en una zona rural determinada y le prendían fuego a una enorme cruz, mientras entonaban alabanzas -quizá burlándose de la música gospel- a la par que ahorcaban lentamente a sus víctimas. En definitiva, que todo pareciera una ejecución sumaria de carácter místico.
No olvidemos que en el seno de esas iglesias se acuñó la sigla "wasp" ( white anglo-saxon protestant: blanco, anglosajón y protestante). El movimiento de Luther King se vio enfrentado a una sociedad que no sólo los excluía, sino que además no los consideraba hijos de Dios, aunque asistieran a un templo cristiano. Por ello, los afros agrupados en Derechos Civiles debieron, antes que nada, superar esa idea de que la gracia sólo les llega a quienes cuentan con un determinado linaje o provienen de un cierto origen. En un país, más aún, que siempre se ha autopraclamado seguidor de la doctrina de Jesucristo, al punto de adornar sus dólares con la sentencia "in God we trust". Para los Panteras Negras, la organización de Malcom X, estas vallas eran superfluas, pues profesaban el credo musulmán, por lo que no les resultó difícil elaborar una propuesta más confrontacional y admitir el uso de la violencia. Cosa que les está vedada a los evangélicos, pues la Biblia insiste en que los emisarios de Dios, para que finalmente sean aceptados como tales, deben ser pacificadores. Y eso es algo que Luther King se vio obligado a demostrar. Y lo logró, inspirado, lamentablemente, en líderes no cristianos, como Gandhi, que sin embargo le permitieron insuflar una buena dosis de espiritualidad en un cuerpo que estaba plagado de enfermedades y desviaciones.
domingo, 20 de diciembre de 2009
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