domingo, 27 de septiembre de 2009

La Hazaña de Casiodoro

Cuando empiezo a escribir este artículo, en casi todo el mundo es o ya ha sido 29 de septiembre. Una de las mayores efemérides tanto para el mundo cristiano como aquel que se relaciona con la lingüística hispana. En un día como éste, pero en 1569, Casiodoro de Reina publicó en la ciudad suiza de Basilea la primera versión completa en español de las Sagradas Escrituras. La Biblia del Oso, con el paso del tiempo, Reina-Valera ( debido a la revisión que Cipriano de Valera dio a imprenta en 1602), es hoy reconocida con justicia, como uno de los aportes monumentales al enriquecimiento de la lengua castellana, en un momento clave para su expansión, aparecida, además, treinta y seis años antes que la primera parte del Quijote, lo cual aumenta de modo superlativo su importancia. Y desde luego, para quienes hablamos este maravilloso idioma, fue el primer gran hito a la hora de acceder al mensaje de salvación.

Pero, ¿ quién fue Casiodoro de Reina? En términos generales, un monje de la orden de San Jerónimo ( bautizada así en honor a Jerónimo de Estridón, el autor de la Vulgata), notable escritor y traductor, nacido sólo tres años después que Lutero clavara sus noventicinco tesis en la abadía alemana. Muy pronto simpatizó con la Reforma y, en una muestra de consecuencia, empezó distribuir el Nuevo Testamento vertido por Juan Pérez de Pineda, un reformado algo anterior a él. Debido a esto, se ganó la ira de la Inquisición, por lo cual debió emigrar a Ginebra, ciudad que ya era gobernada por Juan Calvino. Pero allí no encontró la paz ni la armonía que se espera rija entre los hermanos, pues el francés había instaurado un tribunal eclesiástico cuyos procedimientos y sanciones eran similares a los del oneroso Santo Oficio católico. En él, finalmente, cayó su amigo y compatriota Miguel Servet, quien, efectivamente, había manifestado algunas aprehensiones respecto del dogma de la Trinidad; pero que finalmente fue condenado por defender la teoría de la circulación de la sangre. Cuando las llamas de la hoguera hereje abrasaron a su coterráneo, de seguro le retrotrajo a su memoria los idénticos horrores que presenció en su natal España, en ese caso, de la mano del romanismo. Y lo más probable, es que de inmediato se haya dado cuenta, con pavoroso estupor, que a fin de cuentas el crimen era el mismo, sólo que no reconocido por el Papado. La solución fue simple: abandonar esa nueva Roma y dirigirse a Frankfurt, donde sí podía cumplirse la promesa de este movimiento: libertad de conciencia y la opción de alabar a Dios sin trabas que en última instancia sólo distraían del real propósito.

Ya en la ciudad germana, Casiodoro se dedicó a escribir y fue así como dio a conocer un libro donde detallaba minuciosamente las atrocidades de la Inquisición española, que sirvió para que muchos gobernantes europeos se informaran sobre lo que ocurría en el que era entonces el más vasto imperio global. Poco después, inició la colosal obra que motiva este artículo, la cual acabó, ya está dicho, en 1569. Salvo un periplo en Amberes, Reina residió en Frankfut hasta su muerte, ocurrida el 15 de marzo de 1594, poco después de ser nombrado pastor auxiliar en una congregación. Previo a su fallecimiento, había publicado algunos tratados de teología, además de un estatuto para ir en ayuda de los más pobres.

Hoy, cuando las prensas editan innumerables ejemplares de esa seminal Biblia ( que ha tenido varias revisiones más, pero que igualmente ha mantenido incólume su esencia), y hasta es posible hallarla en más de una dirección de internet, al menos cada 29 de septiembre, recordamos con gran afecto a este monje que debió huir de dos regímenes para lograr transmitir el mensaje salvífico a los hispanohablantes. Uno de ellos, administrado por otro personaje importante en esta saga, aunque en más de una ocasión cometió actos deleznables. Algo que resulta de igual significación al momento de revisar la historia y de demostrar admiración cada vez que se abre una copia de las Sagradas Escrituras emitida por las Sociedades Bíblicas Unidas. Para aceptar que los héroes, incluso en los asuntos de Cristo, sufren humillación, también de sus propios pares.

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