lunes, 21 de septiembre de 2009

Mucho Más Que un Informe

El informe publicado en 1969 por John Rockefeller III, acerca de la situación social en América Latina, ha sido motivo de controversia desde sus orígenes. Primero, porque supuestamente fue elaborado por asesores del conservador presidente norteamericano Richard Nixon, quien, recién asumido en su cargo, se encontró conque el subcontinente era víctima de una creciente oleada de sublevaciones y demandas que afectaban de modo directo los intereses de su país, pero en especial, a los magnates que financiaron su candidatura. En la mencionada investigación, se hacía hincapié en que uno de los factores que podían estar alentando estas rebeliones, era la iglesia católica, importante y tradicional punto de cohesión de las pobladas al sur del Río Bravo, y que en las décadas más recientes, había tomado una posición crítica respecto de los gobiernos de la región, así como de las clases altas, que en muchos casos, contribuían decisivamente en su sustento económico. La recomendación, al menos en este punto, de los redactores, era incentivar la penetración masiva de misioneros y evangélicos conservadores -léase reaccionarios- que con un mensaje simple captaran adeptos a sus filas y así dejaran de formar parte de movimientos disidentes. Los mismos pastores y hermanos que cada domingo vemos predicar con denuedo en las calles y caminos de nuestras naciones, soportando la adversidad climática y los ataques de los sacerdotes y laicos lacayos que ven en sus rostros la imagen del demonio.

Y es que, desde la emisión del bullado informe, el papismo ha encontrado un nuevo subterfugio para llevar a cabo su agresiva e histórica intolerancia, en un subcontinente donde, además, ese comportamiento, al menos en determinadas zonas, ha pasado a formar parte de la cultura. Podía dejarse de lado eso de "la herejía maligna", que finalmente era un término más teológico, que muy pocos por estos pagos entendían. También, se evitaba el concepto de "sectas destructivas" - o su variante academicista: "sectas protestantes"-, lo cual permitía solapar hasta cierto punto el lenguaje; aunque los curas no siempre suelen ser reservados y de tarde en tarde emplean tal vocablo. Ahora había un hecho: un papel encima de la mesa para debatir y ganar, aunque no se presentara ninguna otra clase de argumentos. Nadie tomaba en cuenta -nadie del catolicismo romano, se entiende, porque no les convenía- que los evangélicos existen desde mucho antes de 1969, cuestión igual de válida para grupos afines, como los jehovistas, los adventistas o los mormones. Y en muchos países, ya mostraban una consolidación popular y una masificación galopante. Además, varias iglesias ya habían formado parte de reivindicaciones sociales, en algunos casos, con consecuencias trágicas para los involucrados; pero en otros, con envidiable éxito. Por cierto, si bien existían muchos predicadores europeos, también se contaba con un buen número de estadounidenses, la mayoría, del mismo tronco supuestamente reaccionario del que se desprendieron quienes llegaron a partir de 1970.

¿ Por qué, pese a toda esta amalgama de supuestas evidencias, los evangélicos siguen creciendo? La respuesta es simple: porque le han dado una esperanza a los pobres latinoamericanos, eternas víctimas de la opresión de sacerdotes y terratenientes que, no lo olvidemos, son también importantes feligreses. Es cierto: muchos misioneros no aprecian los movimientos reivindicativos e insisten en el cambio propio antes que el social, el que en varias ocasiones no es necesario y ni siquiera pertinente. Y esa conducta se ha traspasado a los conversos, gracias al carisma de quien les comunicó el mensaje. Pero lo que recibieron fueron conceptos prácticos para salir del marasmo, una pequeña cantidad de herramientas para hacerlo -que al fin y al cabo, es mejor que nada- y una mano solidaria, la de los líderes espirituales, que en el instante de la peor adversidad siempre se encontraba allí. Elementos ausentes en la otra vereda, donde la tímida y ambigua teología de la liberación no pasó de ser un objeto de discusión universitaria para unos cuantos centenares de elegidos, todos estudiantes de centros católicos exclusivos desde la enseñanza elemental a la superior. Y con todo, sus defensores sucumbieron ante el cúmulo de sanciones irreflexivas que les llovieron desde el Vaticano, para quien, al parecer, Dios no es amor ni perdona al pecador.

Si el informe Rockefeller recomendaba en uno de sus capítulos llenar América Latina de pentecostales para que nadie se preguntara por las causas de su pobreza, claramente sus redactores se equivocaron. Y con ese error, demostraron el trato de patio trasero que Estados Unidos tiene para el subcontinente, una actitud -como todo lo que muestra afanes imperialistas- sólo posible debido a la ignorancia y el desconocimiento del otro. La misma forma de obrar de la iglesia católica, que en cinco siglos ha arrasado con las civilizaciones ancestrales para clavar la cruz papal, aún con rastros de sangre en su base. Al menos, los pastores y hermanos se dan el trabajo de conocer al prójimo, de ver realmente al hermano. Porque sólo así se puede llegar a ver a Dios.

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