domingo, 1 de noviembre de 2015

Comida Saludable Para Especular

No fue muy atendida la advertencia de la Organización Mundial de la Salud, respecto a que ciertos tipos de carne muy apetecidos por las personas, provocarían cáncer. Aunque se trata de resultados no confirmados, bien podría ser un factor de motivación para aquellos paladines de la comida saludable que intentan colocar restricciones en todo lo que ellos no consumen, como una manera de hacer efectiva su predicación -muy antojadiza y plagada de segundas intenciones- sobre seres humanos que esperan cualquier cosa de sus autoridades salvo prohibiciones que, a causa de su formación cultural y su nivel de educación, les resultan absurdas.

Cuando un alimento comienza a ser atacado porque produce obesidad, enfermedades cardíacas o diabetes, se producen dos hechos. Primero, los legisladores que ponen el grito en el cielo y el tema en la agenda periodística comienzan a presionar para que se proscriba tal producto o en la mejor de las situaciones gravarlo con un impuesto relativamente alto. La idea de emplear este garrote es que los ciudadanos pedestres caigan en la cuenta de lo que están ingiriendo es maligno, frente a lo cual siempre existirá un representante público para protegerlos. Enseguida, comienzan a recomendar dietas o comidas que han sido certificadas como saludables o inocuas para el organismo. El asunto es que no suelen colocar el mismo celo en la libertad de precios que en la del consumo, por lo que aquellos fabricantes que son elogiados tienden a especular con lo que ofrecen y entonces los costos suben. Dado que lo otro debe pagar un tributo extra -que puede ser aumentado si su valor continúa siendo inferior- entonces las alzas dejan a ambos elementos siempre en igualdad de condiciones, lo que deriva en un interminable círculo vicioso.

He aquí un interesante dilema. Por diversas circunstancias -disminución del aparato estatal, mayor otorgamiento de libertades a los negocios privados- no se pierde el tiempo ni el dinero en educar a la población acerca de lo que le hace bien a su cuerpo y lo que se lo destruye. Se requieren demasiados recursos públicos, cuando no en su defecto, obligar a las compañías a prestar atención a las recomendaciones de los entendidos. Lo único que se atina a aplicar son garrotazos, al estilo de la enseñanza más primitiva imaginable. Y es curioso que en una sociedad donde cada día se imponen las versiones más irracionales del capitalismo, al final estas iniciativas punitivas guarden relación con el bolsillo. Pero no el de quienes poseen las mayores fortunas ni de quienes redactan las leyes, sino de las masas populares, a las cuales se les pretende hacer creer que hay quienes velan por ellos, imponiéndoles lo que finalmente constituye una simple moralina. A tales grupos estos escándalos artificiales los afectan de un doble modo: en su capacidad adquisitiva y además en su estima, porque desde la cumbre se les envía el mensaje de que son unos irresponsables consigo mismos que merecen ser castigados.

Las autoridades dictan decretos y gravámenes pero jamás se preocupan por dar un acceso más expedito, en todos los ámbitos -no sólo el monetario- a los alimentos que no son nocivos para la salud.  Y en consecuencia, los supuestos beneficiarios de estas diatribas ven disminuida su capacidad de satisfacer una necesidad básica. Además, y a causa de la forma en que están planteadas estas legislaciones, se redunda en que el impuesto de un elemento no recomendable debe ser revisado, y si con él aún resulta más barato que uno que no es dañino, pues se debe aumentar. Mientras tanto, las comidas aceptables son objeto de un alza de precios debido a las intenciones especulativas de los fabricantes. Al término de la jornada, sólo ganan quienes hacen las reglas.

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