domingo, 15 de noviembre de 2015

Los Terroristas Que Devoraron París

¿Qué han hecho los gobiernos franceses para que el pueblo de ese país deba ser injustamente castigado por un grupo de fanáticos religiosos? La verdad es que bastante. Y no todo se circunscribe al colonialismo decimonónico ni a la actitud rastrera de las legislaturas más recientes, que han secundado a sus pares de Estados Unidos en cuanta invasión militar han concretado o planeado estos últimos, varias de ellas, por cierto, en territorios con una población mayoritariamente islámica, que a causa de diversas circunstancias sociales, históricas o políticas, está dispuesta a respaldar a cualquier líder carismático que represente a las variantes más extremistas de su credo, que a la larga, como en cualquier orden de cosas, son capaces de producir cohesión e identidad.

Sólo hay que retroceder a la época en que las diversas dependencias francesas, en especial las de África y Asia, comenzaron a luchar por su independencia. A diferencia de los británicos, que salvo el caso de la India -que de todas formas se resolvió de forma pacífica gracias a la voluntad de Gandhi- se desprendieron de sus enclaves mediante acuerdos que se plasmaron en organismos internacionales como la Commonwealth, las sucesivas administraciones galas dieron reiterada cuenta de su anacronismo y su falta de habilidad en estos asuntos. En muchos de esos territorios se liberaron cruentas guerras, donde los mandos y los soldados de la metrópoli se caracterizaron por las sucesivas violaciones a los derechos humanos, existiendo casos emblemáticos como lo ocurrido en Argelia, donde actuó Jean Marie Le Pen, fundador del Front National, el partido de tendencia fascista que se ha declarado enemigo del islam y de la inmigración. Dado que los movimientos de emancipación arrastraban una marcada carga izquierdista -muchos de ellos fueron alentados por la Unión Soviética- entonces los regentes europeos, ya perdidos los conflictos, propiciaron una suerte de desquite, invitando a los supuestos perseguidos por las autoridades de las naciones ya autónomas a vivir en la misma Francia.

Entonces llegaron personas que ya no tenían cabida en las antiguas colonias porque su condición de colaboradores o de simples empleados de la metrópoli les impedían incluso vivir en sus tierras de origen (lamentablemente así era la Guerra Fría), pero también, sujetos que profesaban un islam muy tradicional y que a causa de sus sistemas de creencias no se sentían a gusto en las zonas emancipadas, que como ya se señaló, pasaron a tener administraciones de corte izquierdista que se inclinaron hacia el laicismo, cuando no abiertamente al ateísmo, lo cual redundó en el hostigamiento a aquellos que se identificaban como más devotos. Varios de estos últimos fueron acarreados por los mismos gobernantes franceses, para trabajar en las diversas fábricas automotrices que proliferaban allí, y que requerían de altas cantidades de mano de obra. Después, cuando tales industrias se cerraron o se trasladaron a sectores donde existían escasos o nulos derechos laborales, dichos individuos quedaron en el aire, marginados del resto de la sociedad y viviendo en una situación de desempleo frecuente. Ante la lenta pero progresiva transformación en gueto, la religión apareció como factor cultural identificador y fue así que el tradicionalismo se transformó en extremismo, con premisas que debían se lo más elementales posibles, pues estábamos frente a gente con un bajo nivel de instrucción. Acumulación de ira: de parte de los legisladores de Francia que debieron tragarse las derrotas bélicas, de los inmigrados que debieron huir de sus zonas natales producto del cambio de las circunstancias políticas, y enseguida de sus descendientes paridos en suelo europeo ante el rechazo de sus, lo quieran o no, coterráneos, aunque no coetáneos. Y como corolario, la ira divina, motivación de los ataques terroristas recién acaecidos en París.

De hecho estos sujetos siguen una trayectoria muy similar. Crecen en un ambiente familiar dominado por los más estrictos principios religiosos, salen de sus hogares hacinados a muy temprana edad, por su situación de aislamiento se ven obligados a transitar el mundo del hampa, hasta que caen en la cárcel donde corren el riesgo de ser atrapados por ciertos maestros espirituales que canalizan la ira hacia una motivación con pretensiones místicas. Son personas que sufren las mismas carencias y un idéntico desprecio al de los habitantes de las barriadas pobres de cualquier otro país, con la diferencia que son o pueden llegar a ser extremistas musulmanes. Pero potenciales criminales llevados a la metrópoli porque se tenía la intención de hacer algo bueno a través de ellos, como era evitar que devinieran en víctimas de lo que se consideraba eran ogros temibles, como los regímenes socialistas o anti imperialistas. Muy similar a lo hoy se busca presentar como una cruzada para llevar la democracia a sitios exóticos y en teoría oprimidos como Siria, acción que a la larga sólo ha servido para la creación del infame Estado Islámico, finalmente referente más visible para estos delincuentes escondidos tras la máscara de Muhamaad.

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