domingo, 17 de mayo de 2015

Briganti o De La Justificación del Crimen

Al menos a nivel de autoridades, se ha condenado de manera unánime la actitud de Guiseppe Briganti Weber, el tipo que asesinó a balazos a los estudiantes universitarios Diego Guzmán y Exequiel Borvarán, según sus propias declaraciones, porque intentaron rayar el frontis del edificio de propiedad familiar, hecho ocurrido en Valparaíso, en el marco de las protestas en pro de la mejora de la calidad de la educación. Un repudio que no ha sido respaldado por la totalidad de la población, pues al menos en las redes sociales, abundan los comentarios que no sólo justifican estos crímenes, sino que además califican a su ejecutor de héroe, por defender la propiedad privada de actos vándalos que no son controlados por esos mismos representantes del Estado que aparecieron al unísono rechazando el doble homicidio. Elogios enunciados en el contexto de esos discursos irracionales que aseveran que la delincuencia se halla en franco aumento y que los organismos encargados, antes que de la seguridad de las personas honestan, se ocupan de los derechos de los malhechores.

Hay un aspecto de carácter empírico que salta a la vista al recopilar los aspectos generales de las biografías de los tres jóvenes involucrados en este trágico suceso. Briganti era sujeto con antecedentes policiales que ya registraba diversas detenciones, que si bien no terminaron con su trasero en la banca de un tribunal, son suficientes para catalogarlo como delincuente común, con especialidad en el tráfico de drogas y el porte ilegal de armas (en el allanamiento que se hizo inmediatamente después de los homicidios, se encontró cocaína entre sus pertenencias, y además se descubrió que el revólver que usó no estaba inscrito, algo que incluso sus padres, con quienes vive, desconocían). Fuera de que no concluyó su escolaridad regular, a pesar que sus progenitores tenían la capacidad de inscribirlo en un buen colegio de pago, dedicándose por ende a subsistir con rentas. Se trata de un individuo que, recordando el refranero popular, no le ha trabajado un centavo a nadie. Situación muy diferente a la de los muchachos ultimados. Diego Guzmán había terminado su carrera y prácticamente sólo le faltaba la ceremonia de entrega de título. Mientras que Exequiel Borvarán, si bien producto de su edad -dieciocho años- llevaba sólo tres meses de universitario, era un asiduo participante de diversas organizaciones sociales, entre ellas una comunidad religiosa (católica) de Quilpué. Un puñado de datos que no obstante resultan decisivos al momento de determinar quién era el antisocial y quiénes significaban un real aporte a la comunidad.

Entonces, ¿por qué un grueso, no mayoritario pero sí importante, de la ciudadanía se coloca del lado de Briganti, cuando no es sino otra muestra de esos delincuentes que según muchos de ellos aprovechan la desidia de las instituciones encargadas y siguen cometiendo fechorías sabiendo que permanecerán impunes? Y eso último dicho con un alto nivel de intención, porque quienes defienden a este asesino conforman precisamente el núcleo más abundante de aquellos que andan de modo constante con el discurso de la inseguridad. Podríamos hacernos eco de una sentencia muy repetida durante estos días, que asevera que no faltan quienes privilegian la propiedad privada por sobre la vida. Es un argumento de gran contundencia y que por supuesto aparece como una de las causas que justifican el actuar del criminal (y que el mismo Guiseppe debió haber considerado para tomar su fatal determinación). Sin embargo las explicaciones no se agotan ahí. Nos hallamos en presencia de un sujeto con dos apellidos exóticos de origen europeo, hijo de padres con un pasar económico relativamente acomodado, dueños de un edificio ubicado en el centro de una ciudad importante y destinado a los alquileres. Que además residía junto a sus progenitores, aspecto que proporciona la imagen de una correcta familia. Factores que siempre impulsan a los tribunales -y a una sociedad con las características de la chilena- a no considerar a tales personas como delincuentes, pese la reciedumbre de las pruebas (en este caso, los antecedentes policiales que presentaba el homicida previos a su más recientes desliz, y que empero siempre fueron insuficientes para recibir alguna condena). Por otro lado, hay que echarle un vistazo al contexto en que se suscitó todo esto. Los chicos universitarios protestaban exigiendo una mejora en la calidad de la educación, Cuestión a la que se ha comprometido la administración de turno, con el envío de una serie de proyectos de ley resistidos por un sector de la ciudadanía, que los ve como afines a la ideología de los miembros de esta legislatura, pero que otrosí sienten que serán perjudiciales para los beneficiarios pecuniarios del actual sistema de enseñanza, quienes siente amenazada su particular propiedad privada, la misma que los cacos violentan para robar, culpando desde luego, a este mismo gobierno del supuesto aumento descontrolado del delito.

Al analizar el actuar de Guiseppe Briganti, y las loas que sus partidarios le dedican en la red, no se puede dejar de pensar en ese manido eslogan de la "puerta giratoria", que estos sujetos -incluyendo al propio pistolero- emplean como caballo de batalla para introducir en la población la idea de que los delincuentes están haciendo de las suyas y que para colmo los organismos competentes sólo se dedican a protegerlos de eventuales linchamientos. Pues bien: si tal conducta existe, este tipo es a todas luces uno de sus principales beneficiarios. La diferencia es que estamos en presencia de un malhechor que, por su origen social y sus características y las de sus víctimas, termina siendo querido precisamente por quienes han lanzado ésa que a la postre no es más que una estrategia publicitaria. Y que acaba por justificar el hecho de salir a matar, ya no al sospechoso de un desafuero, sino a alguien que está entre esa situación y la de pensar distinto. Cuando eso acaece, la línea es tan delgada que resulta imperceptible, lo cual, por supuesto, a los promotores de ese accionar les conviene.

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