domingo, 7 de septiembre de 2014

Cuando Los Cristianos Son Agresores

Diversas organizaciones no gubernamentales cristianas, como Puertas Abiertas, publican con cierta periodicidad un barómetro acerca de la persecución llevada adelante contra los hijos del camino en diversas partes del mundo. Una iniciativa loable, ya que se trata de una realidad que en determinados lugares, como algunos países musulmanes, ha adquirido ribetes espantosos. Sobre todo en el último tiempo, cuando la falta de un proyecto político, social e intelectual que se erija como la alternativa al estado de cosas -dejación provocada precisamente por el fracaso de los paradigmas históricos propuestos en tal sentido-, además de las consecuencias negativas que acarrea la aplicación del sistema imperante, ha impulsado a la población a entregarse a caudillos carismáticos y movimientos que apelan a sentimientos y prejuicios que, bajo el rótulo de mitologías y tradiciones, están arraigados en colectivos de diferentes lugares, lo cual ha terminado por ser nefasto en aquellas zonas donde el mensaje de Jesús no es mayoría o no se halla enraizado en la idiosincrasia nacional.

Sin embargo, ¿qué ocurre en esos casos donde los cristianos aparecen como perseguidores? Cabe señalar que esa clase de coyunturas han existido desde los primeros siglos. Por ejemplo, ya en el imperio romano, una vez que Teodosio declaró al camino como religión oficial y única del Estado (e incluso poco antes), algunos líderes dirigieron auténticas operaciones de venganza contra paganos y gnósticos, hechos que llevaron a crímenes como el de la matemático Hipacia. Para qué hablar de lo sucedido en la Edad Media con la inquisición, que en cierto sentido es la culminación de lo que ya se podía observar en la Antigüedad clásica. Y aunque se diga con algún grado de acierto que esas prácticas fueron incentivadas no a partir de un cristianismo más puro sino de una variante desviada en varios aspectos como en efecto es el catolicismo, es interesante recalcar que los "santos oficios" también se dieron entre reformados, como las cacerías de brujas en Salem o en países nórdicos. Después vinieron asuntos como la segregación racial en Estados Unidos, donde se dio la peculiaridad de que una organización de creyentes (el Ku Klux Klan) atacaba a sus propios hermanos de fe (los pentecostales de raza negra y el Movimiento Por los Derechos Civiles). En épocas recientes, cotamos con el horroroso gobierno de Efraín Ríos Montt en Guatemala, que bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo cometió uno de los genocidios más atroces que se recuerden en América Latina.

Bien. Se podrá argüir que se trata de hechos del pasado. No obstante, incluso algunos de ellos aún permanecen frescos en la memoria colectiva y ni siquiera han sido superados del todo. Por ejemplo, aún hoy en Guatemala no se conoce por completo lo acaecido durante la tiránica administración de Ríos Montt -quien además continúa involucrado en la política activa en ese país-. Mientras que en Estados Unidos, a la luz de sucesos recientes, está claro que aún quedan problemas raciales por resolver. Por otra parte, cabe recordar que estas coyunturas se suscitaron en una época en que existían predicadores muy influyentes que no obstante hicieron la vista gorda, teniendo la capacidad de llamar la atención acerca de los errores que estaban cometiendo sus hermanos. Varias de estas personas aún son ministros importantes, pero ni ellos ni muchos fieles han colaborado para que estas problemáticas sean esclarecidas y cerradas. Y sin embargo, aún nos queda por mencionar acontecimientos que se están dando en el tiempo presente, mientras yo escribo este artículo y ustedes lo leen. Como en Uganda, donde un presidente cleptómano que suma dos décadas de un régimen denunciado en cuanto foro sobre derechos humanos se organiza, ha impuesto una ley que castiga a los homosexuales con cadena perpetua, en una actitud similar a la que ocurre en territorios islámicos. Promulgó este edicto inspirado en sus convicciones cristianas (es anglicano) y aconsejado por un violento pastor presbiteriano. O en Ucrania, donde un político bautista -Olexander Turcinov- primero como mandatario interino y en la actualidad a la cabeza del senado, ha propiciado una masacre contra ciudades del este de esa nación, las que sólo están demandando una mayor autonomía. Lo peor de este último caso, es que la persecución no es motivada por cuestiones espirituales, sino chovinistas y patrióticas, las que se han intentado calzar con el discurso de Jesús.

De nuevo se formula la pregunta. ¿Y qué debemos hacer cuando nuestros hermanos de fe son agresores? Es cierto que los casos son menores a los que se han dado con las diversas religiones que se reparten el mundo. Pero están ahí. Y los creyentes no les prestan atención e incluso a veces los justifican, llamado a los fieles hasta a orar porque a esas personas les vaya bien en sus tareas. Ojalá una institución, ya sea Puertas Abiertas o cualquier otra, denuncie tales atrocidades y deje en claro que no se trata de una conducta correcta. Como por ejemplo lo hacen los musulmanes moderados en cada ocasión que se le atribuye a la esencia de ese credo los actos deleznables de sus miembros más fanáticos. Jesús nos llama a retirar la viga del propio ojo antes que fijarse en el ajeno, y Pablo agrega que es obligación de un hijo del camino arreglar los problemas de su propia casa antes que preocuparse de los externos. El resto es simplemente dar un mal testimonio.

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