domingo, 6 de octubre de 2013

Pagan Santos Por Pecadores

Nuevamente un vómito de Jorge Bergoglio ha sido primera plana en la prensa internacional. El papa Francisco ahora aseveró, contradiciendo trece siglos de historia y un sinnúmero de declaraciones magisteriales -que no olvidemos, son verdad revelada-, que los personeros de la iglesia católica no puede definir a su institución como santa, porque todos ellos, sacerdotes, laicos, obispos, teólogos, misioneros: son pecadores. De paso le tiró un rapapolvo impensado incluso por el más optimista, a la avejentada curia romana, a la cual calificó de lepra. Las ventajas de ser sumo pontífice, en especial luego de que Vaticano I estableciera el principio de la infalibilidad.

Pues Bergoglio está incurriendo en un error teológico bastante grave, que en otra época le habría conducido a la hoguera. O que en esta misma actualidad, de no tener el cargo que ostenta, le habría significado la excomunión. Esto, debido a que ya en el Nuevo Testamento se esclarece que santos son todos los cristianos realmente convertidos, y así lo recalca Pablo en los capítulos octavo y noveno de la segunda carta a los Corintios. Una premisa reconocida por la iglesia católica desde sus orígenes como tal y que además sirve como justificación para venerar y pedirle favores a los miembros de la institución ya fallecidos, los cuales, de acuerdo a los milagros que se supone son capaces de conceder, son más tarde beatificados o canonizados. Finalmente, y por extensión, la propia mancomunidad es santa al estar compuesta al menos de modo mayoritario por sujetos de esas características. Y no se trata de una sentencia exclusiva del romanismo. Muy por el contrario, todas las comunidades que se denominan a sí mismas cristianas están obligadas a aceptar dicha afirmación porque se halla claramente estipulada en la Biblia.

De lo que sí carece el universo cristiano, y también las Escrituras lo señalan así, es de justos. Lo vuelve a estampar el mismo Pablo: ni siquiera hay uno. Y no existen porque "todos pecaron". Por lo tanto, éste es el término que se debe contrastar con el de pecadores, en lugar del de santos. Los últimos se encuentran en las comunidades y buscar obrar el bien, ayudándose mutuamente, y cuando al interior de su congregación las cosas marchan de manera satisfactoria, atender y auxiliar a los no convertidos. De repente fallan porque son humanos. Pero eso no les quita el título entregado por el mismísimo Señor, que permite establecer la diferencia entre los hermanos de verdad y quienes sólo exhiben una careta. Tal vez quepa algo positivo en estas desventuradas declaraciones del papa, en el hecho de que por fin la máxima autoridad del romanismo habría reconocido que su institución no predica el auténtico mensaje de salvación. Sin embargo, lo más probable es que se trate de una consecuencia colateral inesperada y no deseada, fruto de una opinión formulada para una galería a la cual no le interesa la doctrina teológica pero que sí necesita de un gesto de la estructura eclesiástica a fin de recuperar la confianza en ella y volver a depositar los siempre bienvenidos donativos monetarios.

Hace rato que algunos -incluso hermanos evangélicos y otros no católicos- se han dejado obnubilar por las opiniones de un pontífice al que perciben más cercano a la masa popular y a la realidad de la calle que sus predecesores. No obstante, es preciso advertir que Francisco no es más ni menos mediático que Wojtyla o Ratzinger, quienes usaron su carisma y su simpatía para introducir de manera sutil ese conservadurismo reaccionario y patológico que muchos de quienes en su época los apoyaron hoy sindican como causa basal de la serie de aberraciones que en el último tiempo se le han descubierto al catolicismo. No vaya a ser que Bergoglio nos adormezca lo suficiente como para después enviar el zarpazo definitivo. La historia de la iglesia romana está poblada de esa clase de acontecimientos.

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