domingo, 13 de octubre de 2013

Los Desbordes de la Princesa

¿Qué es lo que provoca tanta sorpresa, más bien escozor, de los recientes escándalos protagonizados por Miley Cyrus?. Más que nada, el contraste de ver a una antigua estrella adolescente de la factoría Disney, en este caso específico, salida del espacio conocido como Hanna Montana -un punto de referencia para las niñas que recién están abandonando la pubertad, en todos los ámbitos imaginables, incluso en el relacionado con su maduración y su consiguiente inserción social-, efectuando piruetas insinuantes en cada evento al cual es invitada. Las cuales generan una preocupación adicional, al menos en el campo moral, ya que no parecen estar acompañadas por contenido alguno, lo que ocasiona la sospecha de que se está frente a un severo caso de explotación sexual.

¿A qué padre no le gusta exhibir a sus hijos o hablar de ellos cada vez que puede? Todos sabemos que los niños son floreros de mesa que se transforman en triunfos en la mentalidad de quienes los engendraron o adoptaron. Por eso algunos les celebran los comportamientos más absurdos. Y la gran mayoría ve en ellos la máxima proyección de sus aspiraciones, tanto las logradas como las frustradas. Es común toparse con un progenitor que llega a fastidiar a la audiencia mostrando vídeos de sus vástagos que ha registrado en su teléfono móvil, o con una ronda de adultos que cual espectadores del circo romano observar a un pequeño sin dejar de sonreír. Son lo más maravilloso, y por ende el resto de la gente debe estar enterada de tan magnánimo acontecimiento. Una actitud que se replica al interior de las comunidades eclesiásticas, a través del bautismo infantil -y los festejos derivados-, la presentación de bebés o los testimonios de papás chochos que insisten en que han recibido la mayor de las bendiciones.

¿Qué pasaría, enseguida, si existiera la posibilidad de extrapolar todo eso a gran escala? ¿Digamos en un programa de televisión de cobertura nacional e incluso internacional? Si mi hijo es algo maravilloso no debo ser egoísta ni negarlo al mundo entero. Menos si se trata de un espacio sustentado en los valores tradicionales de la familia. Adaptado a las condiciones modernas, de acuerdo; pero eso a la larga lo torna más sublime. Precisamente la lógica de seriales como Hanna Montana o de cualquiera de su tipo que haya surgido desde la factoría Disney. Es una lógica de espectáculo. Sin embargo, su procedimiento es muy similar al de aquel padre risueño que muestra fotografías o vídeos de su retoño para que los demás contertulios lo admiren y de paso también lo consideren a él, cuando menos como una persona capaz de mantener las buenas costumbres, que finalmente son las de los dioses. Además de que los progenitores también ganan fama y fortuna, claro está.

El problema es que los chicos crecen y más de alguno no mira la maduración como sinónimo de podredumbre. Y cuando deciden ser ellos mismos, en varios casos recurren a la instrucción que les han impartido en sus anteriores años de vida. Es lo que está sucediendo con la Cyrus, cuya obscenidad huera de hoy es el resultado de la oquedad intelectual a la que se vio sometida cuando debía propagar unos valores dogmáticos mostrando una obligada cara de felicidad. Es consecuencia de la formación que recibió, de donde ha extraído las herramientas que le han permitido definirse y abrirse camino en el exterior, que es el propósito final de la instrucción que la familia, la escuela o la sociedad le entrega al niño. En tal sentido, los padres y el resto de los forjadores de Miley -hablando tanto del fenómeno como de la persona que hay detrás- debieran sentirse orgullosos.

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