domingo, 15 de septiembre de 2013

Mi Difunta Esposa de Ocho Años

Conmoción internacional ha provocado la muerte, en Yemen, de Rawan, una niña de ocho años que falleció producto de las lesiones sexuales provocadas por su marido de cuarenta, durante la noche de bodas. La muchacha, como por lo demás es común en varios países tercermundistas, fue entregada contra su voluntad por sus familiares al hombre que finalmente le ocasionó el deceso, en un matrimonio legal de acuerdo a la normativa del territorio donde fue acordado. Por eso, lo más probable es que el sujeto no vaya a prisión por este homicidio: de hecho, ya se dictó sentencia respecto del caso y sólo ha sido condenado a pagar una multa.

Los acontecimientos han sido la ocasión para que una vez más los habitantes de países occidentales, desde los libre pensadores hasta los cristianos más devotos, coloquen en el grito en el cielo y exijan a las autoridades internacionales un mayor control sobre lo que para unos son culturas atrasadas y para otros lugares apartados de la fe en Dios. Y en el caso específico que atañe a este artículo, existen antecedentes anexos que permiten señalar con el dedo a determinados sistemas de creencias que hace un buen rato pertenecen a la categoría de los sospechosos de siempre. Para comenzar, Yemen es una nación islámica a ultranza, situada al sur de la península arábiga, que de tarde en tarde entrega noticias acerca de aberraciones similares o incluso peores que la que estamos analizando ahora. Suficiente para que de nuevo se despotrique en contra de la religión fundada por Mahoma, llegando algunos a desear su exterminio. Es cierto: allá la situación de la mujer está más que depauperada, y una de las causas más importantes reside precisamente en las interpretaciones más escandalosas que los musulmanes le hacen a sus textos consagrados y las cuales son conocidas y reprobadas al menos por todos quienes no profesan dicho credo. Pero ocurre que la propensión a desposar a niñas pequeñas está presente también en el hinduismo -que nos han legado el sobre valorado Kamasutra- e incluso en civilizaciones indígenas americanas respecto de quienes, por cierto, los más agnósticos y escépticos del primer mundo intentan que mantengan sus tradiciones, debido a una obligación por respetar la diversidad y como una muestra de la resistencia a los vicios de la sociedad contemporánea.

De estas conductas no han estado ausentes los cristianos. Sólo hasta hace medio siglo, en el occidente más avanzado era común ver casadas, quizá no a niñas de ocho años, pero sí a púberes de catorce, que no dejaban de ser menores de edad. Incluso en la actualidad en algunos países de América Central se producen matrimonios entre chicos de ambos géneros que apenas cuentan con trece años. Sin contar la práctica, todavía vigente en ciertos lugares, de obligar a contraer el vínculo a muchachos que han generado un embarazo adolescente, enlaces que por lo demás nunca sobreviven más allá de un lustro (y qué más da: te divorcias y al poco tiempo te consigues o te consiguen una nueva pareja, para así seguir transmitiendo los valores de la familia). Más aún: abundan los padres de culto semanal que presionan de modo incesante a sus hijas e hijos para que se unan en connubio lo antes posible, ya que la soltería prolongada constituye una muestra de falta de bendición divina o de que existen puntos dudosos en la espiritualidad individual. No faltan los líderes que recalcan esta suerte de prescripción consuetudinaria desde los púlpitos, a veces con imprecaciones muy agresivas en contra de quienes prefieren continuar en solitario. Para colmo, en determinadas congregaciones se les otorga mayor participación a los casados, por una cuestión de costumbre, aunque en algunas ocasiones se les explica a los demás que ésa es precisamente la motivación. Ya ni siquiera es necesario mencionar a aquellas denominaciones que colocan como condición el estar casado para dirigir una iglesia.

Todas estas conductas deben ser revisadas y no reducidas a su mínima expresión, sino que directamente eliminadas. Quizá en ningún país cristiano una niña de ocho años corra el riesgo de morir en su noche de bodas, pero estoy seguro que ahora mismo contamos con distintos casos de mujeres malmaridadas, hasta de varones que han caído en tal condición. Sólo por complacer a un adulto o a una comunidad que aseguraban que sus preceptos eran palabra revelada, abogándose el derecho de hablar en nombre de Dios sin entender que el Altísimo escucha a la totalidad de las personas por igual sin elaborar la menor acepción.

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