domingo, 1 de septiembre de 2013

El Evangelio de los Matones

Durante la semana se conoció la noticia de que, en Brasil, una iglesia evangélica fue obligada a pagar una millonaria indemnización a un antiguo empleado por concepto de "daño moral", después de que éste denunciara al pastor y a los demás encargados del templo por el constante acoso laboral que sufría, el cual tenía características semejantes a las del matonismo escolar. En la mayoría de las ocasiones, los miembros de la congregación se mofaban del trabajador porque no estaba convertido, y lo trataban como un ser inferior debido al supuesto de que no había conocido al Señor. Una conducta que incluso derivó en agresiones físicas.

Desconozco el tipo de doctrina que se estaba impartiendo en esa comunidad. Al parecer, se trataba de una mega iglesia tendiente a difundir el "evangelio de la prosperidad", las cuales por cierto pululan en el país de la zamba y son una de las principales causas del aumento cuantitativo de los cristianos reformados en aquel lugar. Un tipo de enseñanza que por sus características resulta propicio para que se den incidentes de ésos que define el anglicismo "bullying": ya sea por el contenido doctrinal -el progreso económico y social es una muestra de la fidelidad espiritual del beneficiario, pues Dios le está retribuyendo producto de su celosa observancia- o por la prepotencia de sus predicadores, que actúan con una mezcla de fanatismo religioso y triunfalismo, calificando a quienes no consiguen ganancias pecuniarias como personas que están siendo castigadas porque no han aceptado de verdad al Señor en su corazón. En resumen, efectúan una diferencia entre ganadores ("victoriosos") y perdedores que en términos de uso práctico es equivalente a la caricatura de los adolescentes de las escuelas norteamericanas.

Sin embargo, este tipo de actitudes no es patrimonio de un grupo de hermanos en particular. Es muy común que al interior de las iglesias, se señale con el dedo a aquellos miembros que por ejemplo, no expresan su creencia de un modo más vistoso o efusivo, a veces entendidas esas manifestaciones en términos puramente de emotividad histérica. En otros casos se califica como "débiles en la fe" a quienes prefieren abstenerse de comer determinados alimentos o que por distintos motivos prefieren no participar en las reparticiones que se aprecian como más llamativas dentro de una comunidad, como los coros, las alabanzas o la organización de las celebraciones. Integrantes que disfrutan de formas específicas de arte, que cuentan con estudios superiores o que practican actividades más intelectuales son mirados con una dosis de recelo y cualquiera que pasa a su lado les advierte del cuidado que significa seguir una profesión o un oficio que en teoría genera el escepticismo y estimula a las personas a abandonar a Dios. En más de una ocasión los interlocutores hablan con una sorna que es muy propia de un matón carismático que es capaz de liderar a una masa determinada para que obedezca sus imposiciones. Por lo general, se trata de componentes que tienen algún grado de autoridad al interior del templo, ya sea oficial o informal, dada esta última por su presencia e intromisión en los variados quehaceres de la comunidad. Quienes en muchas ocasiones están convencidos de que poseen una suerte de mandato divino para censurar a quien consideran recién iniciado o todavía no distanciado de los "pecados de la carne".

Nadie aquí está cuestionando la debida corrección en contra de un hermano que con sus actitudes le está generando un desprestigio a la iglesia. Sin embargo, hay que distinguir estos sucesos de otros que sólo constituyen un maltrato, conducta estimulada por una combinación de vanagloria y prejuicios. De esto último, abunda de manera visible en las congregaciones. De lo primero, si bien se insiste en tener cuidado, al final igual está soterrado sólo de una manera distinta a lo que se imagina. Muchos de esos agresores son los que de verdad deberían experimentar una represión. Ojalá esta llegue de parte de los mismos cristianos, y no tengan que ser, al igual que en Brasil, jueces civiles quienes marquen las pautas.

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