domingo, 21 de julio de 2013

Espionaje a la Moralina

No sólo los indignados de costumbre han levantado la voz ante el escándalo de las redes oficiales de espionaje que está sacudiendo a la sociedad norteamericana, en donde se ha descubierto que tanto otros países como los ciudadanos del mismo Estados Unidos han sido vigilados a partes iguales. En esta ocasión, a las protestas se han sumado los representantes de las distintas iglesias evangélicas de la nación, en especial las más conservadoras, que se supone siempre expresan una opinión neutral o levemente favorable a este tipo de prácticas. ¿Motivos? Resulta que se ha sabido que algunos seguimientos han afectado a los miembros y líderes de estas congregaciones, que han caído en la sospecha debido a su férrea oposición a ciertas políticas que el actual gobierno estadounidense desea implementar, como el matrimonio homosexual, la ampliación del acceso al aborto o la experimentación con células madre extraídas de embriones.

A estas alturas, los pastores y hermanos norteamericanos deberían caer en la cuenta de que los intereses del César no necesariamente coinciden con los de Dios. Incluso en la mayoría de los casos difieren. Y no están obligados a pegarse la palmada en la frente porque ya sean "lo bastante grandecitos" como se dice en el habla popular, ni porque se pueda reunir una amplia gama de pruebas históricas al respecto. Sino debido a que se trata de una advertencia formulada por el propio Jesús, quien como buen hijo del Señor ya vislumbraba las ambiguas consecuencias que podía acarrear el confundir la fe con el servicio público (sin dejar de admitir que ambas cosas son benéficas para el ser humano y por lo tanto en ninguna manera resultan incompatibles). Algo que también se aplica a naciones como Estados Unidos aunque hayan sido construidas bajo los valores morales, sociales y culturales que ellos buscan preservar. Que sean un estandarte contra la corrupción del libertinaje o que se desvivan por el ideario de una comunidad perfecta en términos conservadores no los torna inmunes a una eventual persecución de una autoridad surgida de las instituciones oficiales aunque dicho aparato fuera edificado por personas que compartían gran parte de su visión del mundo y la humanidad. Esperar algún signo contrario es pecar de ingenuo. Así, porque la supuesta inocencia no es un fruto de la ignorancia sino que nace de una incapacidad de afrontar la realidad.

Por otro lado, cabe señalar que desde que existen los llamados "servicios de inteligencia" los sucesivos gobiernos de Estados Unidos los han utilizado para espiar a los connacionales que son rotulados como peligrosos. Casos descubiertos abundan en la historia, sobre todo durante los últimos cien años. Y no caigamos en el simplismo de detenernos en el bochorno de Watergate, que a estas alturas hay un consenso universal en el sentido de catalogar ese hecho como perteneciente a la delincuencia común (si bien costó calificarlo así en un principio: Nixon al final se vio obligado a renunciar porque no por el soplo en sí, sino porque lo negó frente a la comisión investigadora, que no tardó en hallar la verdad). Por ejemplo, a los dirigentes afroamericanos, incluido Luther King, que luchaban contra la segregación racial, se los vigiló durante las décadas de 1950 y 1960, seguimiento del que también fueron víctimas los grupos pacifistas en el decenio de 1970, lo cual alcanzó ni más ni menos que a John Lennon (de acuerdo, era extranjero; pero residía en New York de modo completamente legal). ¿Vimos alguna vez a las congregaciones que hoy rasgan vestiduras manifestarse al respecto? Lo más probable es que en las sobremesas hogareñas y hasta en los sermones desde el púlpito, hubiesen expresado su apoyo, ya que se trataba de mecanismos que intentaban impedir la intromisión de ideas extrañas y foráneas que trataban de distorsionar la formación cristiana de los ciudadanos. Quién no asegura que entre las filas de estos hermanos no se encontrase algún agente. Ahora, cuando el sistema que en el pasado aplaudieron se gira en su contra, están dispuestos a reconocer que no era tan bueno.

Tampoco hay que dar señas de un optimismo bobalicón ante un cúmulo de circunstancias que muestran una determinada realidad, pero que no es la que intentan presentar ciertos círculos de influencia o de poder. La mayoría de los personajes más conspicuos, al menos en territorio norteamericano, han fustigado a la administración de Barack Obama porque se escapa, aunque se trate de aspectos formales, a lo que se venía sucediendo en la política estadounidense. Este escándalo de espionaje es muy útil para darle fuerte en un aspecto que el propio gobernante aseveró iba a ser determinante en sus legislaturas, en el sentido de que con él Estados Unidos iba a resultar menos belicoso y más diplomático. Por cierto que un presidente de convicciones opuestas no sólo no va a descartar estas prácticas sino que lo más probable es que las aplique con mayor fuerza. No se trata de efectuar una apología de un mandatario que por lo demás hasta cierto punto se merece los ataques que le han venido efectuando en base a este tema. Sino de que las iglesias evangélicas comprendan de modo cabal que el propio Cristo estableció diferencias claras entre Dios y el César. Y que este último puede volverse contra ellos pese a que sea un hermano de fe, si sus intereses chocan con sus aspiraciones, incluso poniéndolos a nivel de esos inescrupulosos pecadores que tanto se han esmerado en combatir.

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