domingo, 14 de julio de 2013

El Pecador Karadima y el Justo Pizarro

En una entrevista concedida a un semanario, el sacerdote Eugenio Pizarro llamaba a la población a no ensañarse con el "pecador Karadima", pues "Jesús vino a salvar a esas personas y no a los justos". La vehemencia de la respuesta ha causado sorpresa entre los lectores, al tratarse de un cura reconocido por su trabajo en sectores populares que años atrás lanzó una candidatura presidencial apoyado por grupos alternativos de izquierda entre se encontraba el Partido Comunista, lo que le acarreó un conflicto muy importante con la autoridad eclesiástica que lo mantuvo suspendido durante un año de sus labores pastorales. En honor a la verdad, a pesar de que la defensa mancomunada sea una costumbre muy arraigada al interior de la iglesia católica, uno de todas formas esperaba una respuesta alejada del tono seco y cortante propio de los investidos que se mueven en los estratos más altos y reaccionarios de la sociedad, en especial porque había antecedentes, tímidos pero estaban ahí, al respecto. No fue éste el caso y más aún, el padre Pizarro aprovechó la ocasión para repetir ese discurso acerca de asuntos como el aborto y la homosexualidad tan lleno de clichés y moralina que también es impronta de sus colegas que ejercen su ministerio entre las clases acomodadas, si bien al mismo tiempo reclamó por lo que considera una falta de atención por parte de las jerarquías clericales y quienes las apoyan con aportes económicos a los padecimientos que a diario afectan a las capas más desposeídas del país.

Dejemos de lado las diferencias que algunos optimistas del romanismo suelen establecer entre los purpurados y los curas de parroquia, que al fin y al cabo la iglesia católica es una e indivisible y cuenta con una estructura de verticalidad que le otorga garantías para actuar como un único cuerpo (no el de Cristo, en todo caso). Comparemos mejor las intenciones -honestas aunque ingenuas- que tiene Eugenio Pizarro al colocar a su colega de votos junto a quienes requieren de misericordia divina, con las palabras de Jesús de las cuales extrae sus argumentos. El Salvador reconoce como justos a los fariseos y los escribas, que representaban la salvaguarda de la religión hebrea en el siglo I, personas que eran muy piadosas y observantes, y que procuraban que el resto de las personas los viera así, por lo que vivían haciendo alarde de que cumplían de manera ortodoxa con las prerrogativas rituales y externas del credo mosaico, asunto que impulsó al propio Señor a tacharlos de hipócritas. En contraste con ellos colocaba a los integrantes del pueblo raso, quienes estaban obligados a soportar la vanagloria de los auto proclamados "doctores de la ley", pero que a consecuencia del menoscabo de que eran parte terminaban por reconocer su ignorancia y decidían seguir las enseñanzas del mismo Verbo, porque querían aprender, algo que sus líderes espirituales les negaban pues no los consideraban aptos. En aquella masa amorfa, donde había prostitutas, mendigos e inválidos (maldecidos en el Pentateuco, ya que se pensaba que la miseria y los defectos físicos eran el resultado del pecado de los antepasados) publicanos (estafadores amparados por el imperio romano pero delincuentes de poca monta al fin) u obreros iletrados, surgieron los primeros discípulos del camino, que fueron importantes al momento de prolongar el evangelio tras la ascensión del hijo de Dios.

Si extrapolamos esta coyuntura a la época actual, tenemos que Fernando Karadima pertenecía al conglomerado de los justos, de acuerdo a la interpretación desplegada en el párrafo anterior. Se trataba de un sacerdote muy observante en asuntos rituales y morales, que si bien no llegó a ser obispo, gozó de altas cuotas de poder en todos los ámbitos, ya que estableció contactos con personas pudientes -lo cual le permitió efectuar con soltura sus fechorías-, creó una suerte de financiera bastante solvente en torno a la parroquia donde ejercía, y formó a una no despreciable cantidad de curas, entre quienes se cuentan cinco obispos actualmente en servicio activo. Desde el púlpito, les daba a entender a los fieles que eran impíos incorregibles simplemente porque no habían llegado al mismo grado de sapiencia que él -demostrado en forma externa por la investidura y por sus supuestos conocimientos en teología-. Actuación muy similar, por cierto, a la que sostenía con las víctimas de sus abusos sexuales, a quienes intimidaba valiéndose de su posición de ascendencia. Por contraste, estos infortunados sufrieron durante años el síndrome de quienes reciben esta clase de agresiones, a los cuales el victimario, como una manera de impedir las denuncias públicas en su contra, trata de intimidar traspasándoles la culpa, diciéndoles que están recibiendo una corrección producto de sus malas acciones. O sea que se trata de marginados y relegados a una segunda clase, en una circunstancia muy parecida a la experimentada por el pueblo raso en la Palestina del siglo I. Que ya por el hecho de tratarse de laicos frente a un cura -coyuntura que pesa entre los feligreses del catolicismo- se sitúan en un escalafón inferior. Los tachados de pecadores que tienen hambre y sed de justicia.

El problema de la defensa que ofrece Eugenio Pizarro es que guarda un terrorífico parecido con lo que expresó tiempo atrás una devota católica de clase alta, por entonces presidente de la Junta Nacional de Jardines Infantiles, quien aseveró que Karadima era una buena persona que fue impulsada a actuar por el diablo. Por otro lado resulta imposible evitar dejar de indignarse con las fechorías de ese sacerdote. No sólo por la cantidad de personas a las que afectó y lo reiterado en el tiempo, sino por las consecuencias que le significaron al agresor, que no se asemejan en caso alguno a una reparación legal o, ya que tanto les interesa a los curas, moral. El tipo no ha pasado un día en la cárcel y aunque permanece recluido en un convento por orden del Vaticano, con ello continúa recibiendo los beneficios de un investido -de uno con un amplio historial de influencias, además-. En resumen, no para de ser un fariseo justo al estilo de quienes Pizarro se refiere con tanto denuesto. Y junto a los cuales debe incluir a su protegido aunque no le parezca.

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