Gran escándalo ha causado en España la decisión de un tribunal de familia, de tomar medidas cautelares contra unos padres que decidieron como medida disciplinaria encerrar a su hija de dieciséis años por varias horas con el propósito de evitar que asista a una fiesta. Resulta que la adolescente, algunos días después, denunció la situación ante el organismo jurídico ya mencionado, el cual tomó esta determinación bastante inusual y que contiene una importante carga de incorrección política. Aunque, si bien la noticia ha sido difundida con mucha profusión de parte de los medios masivos de comunicación, quienes en especial han colocado el grito en el cielo son ciertas instituciones católicas y evangélicas, ya que el resto del país europeo tiene sus propios problemas como para preocuparse por un asunto de violencia doméstica.
Y es que si la analizamos con más detenimiento, nos damos cuenta que esta información ha ganado páginas en los matutinos y minutos en los noticiarios, ante todo porque es un caso equivalente al "hombre muerde a perro", que tanto se cita en las escuelas de periodismo. Lo más esperable es que los acontecimientos ocurran al revés: que sea el can quien agreda al humano, por lo que la inversión de los papeles, debido a distintas causas -biológicas, naturales, lógicas, sociales-, merece ser registrado por su extrañeza. Pues bien: extrapolado el ejemplo al suceso que comentamos ahora, lo usual es que los padres castiguen o incluso maltraten a sus hijos y que éstos acepten las agresiones. Los convencionalismos sociales -que son muy importantes para comprender hechos como éste- lo estipulan así. Sólo cuando la violencia ejercida contra un niño es tan grave que lo mata o lo deja con secuelas irreparables, el incidente sale a la luz pública, mas que nada atendiendo a una cuestión de necesaria denuncia. Pero también ahí se le presta una atención relativamente parca en los periódicos y telediarios. Y como una muestra están los miles de personas que ya de adultas relatan las vejaciones a las cuales fueron sometidas por sus progenitores, porque en su infancia no tenían a quien acudir; y si rompían el círculo, corrían el riesgo de enfrentar el estigma de ser chicos desobedientes, una tara que es comparable al futbolista que golpea al árbitro.
En el periodismo, exaltar los acontecimientos curiosos e inusuales es una práctica relacionada más bien con el morbo, la frivolidad, la evasión y la prensa amarilla. El hecho que aquí tratamos tiene mucho de eso. Que un tribunal acoja la denuncia de una adolescente contra sus padres y le entregue medidas de protección, va en contra de cualquier convencionalismo. Y con el propósito de que todo parezca un acto de injusticia contra los adultos -cuya conducta está más cerca del prejuicio social-, se ha insistido en que éstos sólo intentaron tomar su posición de autoridad con una chica tal vez incorregible, aplicándole un castigo. Personalmente desconozco los antecedentes de este núcleo familiar. Pero es extraño que la información desplegada en los medios se centre en el acaecimientos inmediato y no indague en sus causas más remotas. ¿Existía maltrato previo hacia la niña? ¿Ésta se había tornado un auténtico dolor de cabeza? Todo empieza y culmina en que un par de pobres contribuyentes se ven, de manera tanto literal como metafórica, atados de manos e imposibilitados para corregir a su vástago. Bien podría ser que la muchacha fuera quien sacara a todos de quicio, ¿pero por qué no se menciona? En apariencia, lo que se persigue es evitar que un pacto ancestral sea amenazado, presentando la determinación del organismo judicial en forma implícita como incorrecta.
Y eso es lo que intentan los colectivos católicos y evangélicos mencionados en el primer párrafo. Preservar una tradición que ellos, en su mentalidad conservadora, conciben como la única opción posible. Ello les ha impulsado a hacerse eco de la virtual condena a la actitud de los tribunales de familia, además de que la prensa amarilla siempre ha sido muy útil para propagar estas ideas. De hecho, son escasas las ocasiones en que estas agrupaciones eclesiásticas denuncian las situaciones de maltrato, incluso las que implican consecuencias graves para el afectado. Se suelen limitar a añadir que aquella no es la forma correcta de instruir a los hijos. Pero la obediencia irrestricta continúa siendo un factor decisivo a la hora de dividir el mundo entre salvados y réprobos.
domingo, 4 de marzo de 2012
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