domingo, 11 de marzo de 2012

Las Manos Que Aprietan el Cinturón

Incapaces de levantar un líder que muestre coherencia y tenga siquiera un moderado nivel de convocatoria, los evangélicos conservadores del Partido Republicano norteamericano, finalmente se han decantado por las dos ofertas más atractivas que esa colectividad les está ofreciendo a sus votantes más fieles: el mormón Mitt Romney y el católico Rick Santorum, teniendo en cuenta que lo más probable es que uno de ellos sea el candidato que los represente en las elecciones presidenciales de noviembre. Vale decir,  que están resignados, por las circunstancias coyunturales, a inclinarse en favor de una persona con la cual comparten afinidades políticas y morales, pero que pertenece a un grupo religioso distinto, a cuyos integrantes, de seguro en más de una ocasión y dentro del mismo ambiente eclesiástico, calificaron como sectas falsas o doctrinas erradas.

Desconozco si esta situación ha afectado el ánimo de los hermanos. Al parecer no, pues de todas maneras un amplio sector de ellos ha manifestado concordancia con las propuestas de los aspirantes conservadores a la White House. Sin embargo, la cantidad de cabriolas orales que han debido elaborar para explicar su decisión, resulta por decir lo menos desconcertante. Los auto denominados "santos de los últimos días" calificados desde siempre como ingenuos y desfachatados seguidores de una teoría delirante formulada por un desquiciado que sólo buscaba justificar con el evangelio sus ansias de grandeza además de sus perversiones sexuales -Joseph Smith, no lo olvidemos, planteaba la restauración de la poligamia, que él mismo practicó en secreto-; ahora resulta que son una minoría esforzada que gracias a su perseverancia logró prevalecer a pesar de los arranques de intolerancia de los cristianos más tradicionales, y que para más inri, como gesto de humildad y en pro de la búsqueda del entendimiento entre las distintas comunidades, renunciaron justamente a una de las enseñanzas clave de su maestro: la obligación de sostener a más de una esposa. No: nunca se trató de un acto de cobardía que afectaba un aspecto esencial de su doctrina, sino de una muestra de mansedumbre y un intento sincero por conseguir la paz. Y en cuanto a los católicos, lejos de ser hijos de la gran ramera, que nos produjeron numerosas bajas por su tendencia a considerarse la única alternativa posible, son personas que alaban al mismo Dios aunque con ritos y costumbre diferentes pero respetables. Ya no importa la teología ni la base dogmática pues a fin de cuenta se trata de inventos humanos. Los cimientos se encuentran en otra parte: manteniendo el edificio de la moralina conservadora donde no hay sitio para los homosexuales, el uso de métodos anticonceptivos y hasta cierto punto tampoco para las igualdades raciales o sociales (estos candidatos son firmes partidarios de las iniciativas anti inmigración), que si tan sólo no se aconseja el exterminio de los portadores de estas plagas apocalípticas, entonces se cae en uno de los pecados más réprobos: la apostasía.

Es probable, aparte de las coincidencias que se dan en el ámbito secular, y de la necesidad de triunfar en los comicios para así impedir el avance del relativismo y el libertinaje, que el beneplácito de los hermanos ante estos aspirantes foráneos se deba a que ambos representan a minorías religiosas en suelo norteamericano. Por ende, de ser electos se sujetarían a los planteamientos de la masa evangélica que después de todo apuntaló su victoria. Si es que no se han sometido ya, y no porque sus visiones de Estados Unidos y el mundo sean coincidentes. Por ejemplo, los mormones siempre han agachado la cabeza frente a las autoridades del gigante del norte, al extremo de que, como ya se señaló en el primer párrafo, no tuvieron ningún remordimiento en abandonar un punto de su doctrina considerado irrenunciable, como era la ya mencionada poligamia, con el propósito de que la sociedad utópica que fundaron en Utah fuese admitida como estado norteamericano y así disipar el temor a una ocupación y posterior desalojo violento. Siendo que los mismos gobernantes estadounidenses los empujaron a refugiarse en los lagos salados. Respecto de los católicos: aunque Santorum pertenezca al Opus Dei, grupúsculo que pretende reavivar las hogueras para echar ahí a todo aquel que no reconozca la autoridad del papa o no actúe de acuerdo a lo que dictaminan sus encíclicas; empero el romanismo ya recibió una prueba de lo que puede hacer un sistema judicial inspirado en la Reforma cuando se trata de frenar a curas pedófilos. No le iría mejor si osara combatir a los evangélicos en uno de sus feudos más emblemáticos, aunque se trate de las más viles "sectas pentecostales". Aunque es probable que lleguen a pactar una persecución, en contra de aquellos hermanos reformados que normalmente votan por los demócratas, que no han prohibido el matrimonio homosexual o el aborto.

Y he aquí el foco principal de la contradicción. Los fieles ligados al llamado "cinturón bíblico" son capaces de olvidar lo que enseñaron en los templos y se disponen a marchar detrás de un líder que no ha salido de sus filas, porque en último caso puede traerles la satisfacción de la victoria. Mientras que acusan a Barack Obama, evangélico confeso, señalándolo como el anticristo, sólo porque no actúa con extrema rigidez contra los colectivos que les desagradan a ellos, y que según su propia interpretación de las Escrituras, deberían ser odiados por todos los cristianos. Aparte de la innumerable cantidad de fallas doctrinales que implica esta conducta, algunas incluso no expuestas aquí (¿dónde quedó eso de "no juzguéis a tu hermano"?), ella también representa un vicio que por desgracia se está haciendo común en estos días y que analizado desde cierto punto de vista, sí podría ser catalogado como señal de la corrupción universal previa al final de los tiempos. Se trata de esa tendencia a aliarse en yugo desigual contra instituciones que sólo el día anterior eran atacadas, en la mayoría de las oportunidades de modo justificable, al interior de las congregaciones, sólo porque tal alianza representa un beneficio personal. Así tenemos a los convertidos que cada domingo lanzan diatribas contra el catolicismo y atemorizan a sus oyentes declamando las penas del infierno para quien siquiera trabe amistad con un romanista, pero que no trepidan en firmar una declaración conjunta con los obispos más rancios cuando éstos pretenden alegar contra la "crisis moral" (léase unión entre personas de idéntico género, distribución libre y gratuita de anticonceptivos o fin de la censura cinematográfica). O a gran escala, los gobernantes cristianos que dentro de sus países califican al islam como una religión de asesinos, pero que en su siguiente reunión diplomática firman acuerdos de cooperación mutua con monarquías musulmanas absolutas que son la reserva de lo peor de ese credo, pero que igualmente garantizan el flujo de petróleo, el nuevo liberalismo aplicado a rajatabla, y el control de caudillos considerados díscolos.

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