domingo, 12 de febrero de 2012

Perdón Con Justicia

Hace unos días atrás un tribunal de Camboya condenó a uno de los máximos dirigentes de los jemeres rojos, Kaing Guek Eav, alias Duch, a cadena perpetua por diversos delitos de secuestro, asesinato y tortura cometidos mientras se desempeñaba como oficial dentro de la infame S-21, la cárcel símbolo de la represión del régimen de Pol Pot, que con sus delirios seudo comunistas y ultra nacionalistas causó la muerte de más de dos millones de personas. No necesariamente permanecerá el resto de sus días tras las rejas, pues puede optar a un indulto tras cumplir veinte años de condena, y como ya lleva trece desde su encartamiento, entonces sólo le restan siete para solicitar dicho beneficio. Pero lo interesante de este agente, es que tiempo después de caída la tiranía para la cual colaboró, se convirtió al cristianismo evangélico, merced a la guía de un coterráneo suyo que había viajado a Estados Unidos donde se ordenó pastor. Tal renovación espiritual lo impulsó a declarar en las cortes y a denunciar a antiguos colegas; eso sí, después de que fue descubierto por un grupo de periodistas trabajando con un nombre falso. Varios hermanos a través del mundo han criticado este dictamen, con el argumento de que esto es una demostración de lo imperfecta que es la justicia humana, en contraste con la divina, basada en el arrepentimiento y el perdón.

A aquellos hermanos, cabría recordarles ese episodio de los evangelios donde Jesús se encuentra con Zaqueo, un tipo que cometió delitos mucho menos graves que este Duch, ya que sólo se dedicó a la estafa. Dicho hombre, tras pararse frente al Salvador, reconoció sus pecados y pidió, de manera humilde y honesta, el perdón, que desde luego le fue concedido por Cristo. Sin embargo, acto seguido se volvió hacia la multitud y prometió retribuir con un alto superávit todo el dinero que se había apropiado de manera indebida. Y si el asunto se encuentra registrado en la Biblia, es lógico admitir que cumplió su palabra. Lo interesante de este caso es que, al igual que sucede con el agente camboyano, se trataba de un funcionario de Estado que ejercía sus fechorías amparado por el gobierno de turno; pues el mencionado Zaqueo era un publicano, esto es un cobrador de impuestos al servicio del imperio romano, que se aprovechaba de su cargo y de las circunstancias para exigir excedentes abusivos, práctica permitida por sus superiores, ya que estos individuos no recibían remuneración alguna y se hacían el sueldo a partir de lo que recibían.

Este ejemplo, pues, es una demostración de que el cristianismo es una excelente instancia para el perdón, el arrepentimiento y la reconciliación. Pero jamás un mecanismo de evasión de la justicia. El antiguo pecador no puede ampararse en el hecho de que ha nacido de nuevo, por muy significativa que resulte esa transformación (es la base de la conversión del corazón, ni más ni menos). Muy por el contrario: tiene que retribuir los males del pasado respondiendo a las personas a las cuales dañó, actitud que finalmente se torna una muestra de buen testimonio. ¿Cuántas veces hemos escuchado a predicadores que dicen "mi señora y mis hijos aún no me perdonan. ¡Allá ellos: yo me voy con el Señor!", con una soltura de cuerpo característica de que ha elegido la salvación, pero igualmente con un alto grado de irresponsabilidad? Podría darse el caso que algunos de esos sujetos no hayan conseguido su boleto al paraíso, si no se han acercado a sus víctimas y han efectuado todos los esfuerzos posibles por reparar los desaguisados que hicieron con ellas. Espetarle a un agredido que "mira: yo ahora conozco a Cristo y soy una nueva criatura; te lo ofrezco para que puedas perdonarme, y así olvidar y sanar", hasta podría ser interpretado como una burla y aumentar los efectos nocivos de la ofensa. Por eso es que el mismo Jesús considera bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, a quienes el rehabilitado está obligado a saciar.

A la luz de la información, parece que el arrepentimiento del hermano Duch es sincero. No obstante, poco dice a su favor el hecho de que haya prestado declaraciones sólo después de ser ubicado cuando vivía en el anonimato de una identidad falsa (que constituye otro pecado: mentir), aún cuando su comparecencia constituyera una aclaración de muchas cosas. No podemos dejar de considerar que esta persona cometió crímenes atroces, siendo consciente del amparo y la protección que le brindaban las leyes, lo que torna sus actos aún más delicados, pues al menos un delincuente común responde a la desesperación producto de la presión externa. Si quiere mostrar un buen testimonio, debe cumplir su condena y aceptar su castigo como algo merecido. Sólo ahí quedará en claro que su conversión es totalmente honesta, que ante los ojos de Dios es la única honestidad posible.

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