martes, 4 de mayo de 2010

Lo Dijo Hawking

Hace algunos días atrás, Stephen Hawking sorprendió al mundo y de paso provocó cierto escozor en la comunidad científica al afirmar que la existencia de extraterrestres, incluso de un nivel técnico e intelectual más avanzado que el de los terrícolas, no es descartable. No se trataba de una mera opinión, sino de una conclusión elaborada tras haber efectuado una vasta cantidad de cálculos matemáticos. Por lo mismo, estaba muy lejos de las elucubraciones de aquellos adoradores de marcianos que pululan por las televisoras y que con suerte aceptan que Plutón no es un perro. Pero su intervención tampoco agradó a un buen número de practicantes de la investigación empírica, que consideran estas ideas como muy cercanas a la superstición. Ello pese a que las especialidades del profesor Howking -la física y la astronomía- por su sola naturaleza dejan siempre abierta la posibilidad de que la vida en otros planetas llegue a ser una certeza ineludible. Pues, con todo eso y el prestigio bien merecido que ostenta el emisor de tales declaraciones, no faltaron quienes insinuaron que la esclerosis que padece le ha empezado a atacar el cerebro, o que la senectud lo está volviendo gagá.

Aunque no ha declarado nada al respecto, no dejo de preguntarme, con una dosis adecuada de morbo, qué estará pensando, de tales afirmaciones, otro connotado e igualmente mediático miembro de la comunidad científica: el ateo con el favor divino Richard Dawkins. Porque cabe señalar que la existencia de civilizaciones extraterrestres no se encuentra contemplada en el marco de las teorías de la formación de la vida en la Tierra y, por ende, se contradice con la evolución. Actualmente, muchos defensores de los planteamientos de Darwin están dispuestos a admitir que la actual situación de nuestro mundo es el producto de múltiples casualidades y coincidencias, encadenadas entre sí; pero cuyo grado de incidencia es de uno en varios millones, y tales millones pueden ser la infinita cantidad de cuerpos celestes que flotan en el espacio. En cualquier caso, un procedimiento diametralmente opuesto a la concepción de un ser superior proveniente del cielo, que al fin y al cabo, representa en una versión heterodoxa, la admisión de vida inteligente en otros mundos.

Y es que, desde el progresismo decimonónico, se ha implantado la tendencia de invalidar todo aquello que no suceda dentro de los límites de un microscopio o un tubo de ensayo. O al menos, todo cuanto no se parezca, de acuerdo a los convencionalismos establecidos en esa época, a tal manera de ejercer la ciencia. Entretanto, muchos empiristas han intentado nadar contra la corriente, pero han sido catalogados como extraños. Su falta fue acercarse a viejas y desenmascaradas prácticas, como la filosofía, la teología o las artes. Sin embargo, sus pares no entienden que dichas disciplinas del conocimiento, y otras más, fueron esenciales para llegar a acumular la cantidad de datos científicos de los cuales podemos vanagloriarnos hoy. Desde luego que tal conducta tiene su asidero, el que como todas las cosas, es comprensible aunque no justificable. Había que superar una suerte de estancamiento generado por la religión, especificada en la autoridad eclesial católica, que desde el Medioevo también retenía los poderes económico y político. Lo positivo es que la meta se cumplió; el problema es que las nuevas camadas de científicos han sido educados bajo esos principios que cumplían una función relacionada con la emergencia. Coyuntura que en los tiempos contemporáneos ha vuelto a aparecer, pero con una orientación claramente distinta, incluso contrapuesta.

Por eso, algunos integrantes de la comunidad abren los ojos como platos repletos de asombro, cuando un colega hace afirmaciones que a primera vista y concordando con las enseñanzas recibidas, se muestran como fantásticas e inverosímiles. Lo interesante de esta situación es constatar la forma en que perfectamente se ha volteado la tortilla, y los ayer enemigos de los dogmas, son los dogmáticos de hoy. Al respecto, y para ir cerrando este artículo, una anécdota curiosa. No faltaron quienes festinaron con una advertencia señalada por Hawking, en el sentido de que, si una raza alienígena superior aterriza en el planeta, su impacto será el mismo que experimentaron los amerindios con el arrivo de los europeos. Es decir que nos someterán. Lo indico, porque cuando Colón organizó su primer viaje a las "Indias", tenía la convicción de que a medio camino iba a dar con el paraíso terrenal, debido a unos rumores que había recogido. En efecto, América era lo más parecido en aquel entonces a la descripción del jardín del Edén. Pero sus habitantes distaban mucho de conocer la doctrina cristiana. Ese desengaño permitió la consolidación de la Reforma evangélica y en el ámbito cultural ocasionó una cadena que partió en el Renacimiento, siguió con la Ilustración y la Revolución Industrial, y no se ha cortado en los últimos quinientos años. Tal vez la irrupción de seres de otras galaxias acabe con este camino y permita corregir los errores, como por lo demás acaece siempre tras una experiencia traumática.

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