viernes, 21 de mayo de 2010

Detrás del Culto a Pratt

Siempre me he preguntado a qué viene tanta admiración por Arturo Pratt, el capitán de la Esmeralda que acabó acribillado en el Combate Naval de Iquique. Mi curiosidad ha subido de intensidad en los últimos años, en los que el discurso chauvinista en torno a este evento, a su vez también ha aumentado, llegando a colocar al mentado marino no como un, sino como el héroe nacional por antonomasia, con toda la carga que implica el culto de características patriotas, similar en su praxis y en sus efectos, a la pleitesía que se le rinde a cualquier dios convencional; pero originado en un área enigmática, lo cual produce la sensación de encontrarse frente a un fenómeno distinto al fanatismo religioso, o incluso a toda forma de idolatría en general.

Analicemos las circunstancias que remataron en aquella batalla naval, así como la existencia de Pratt antes del incidente aciago que, empero, acabó elevándolo a la gloria. De partida, el marino en cuestión era tratado por sus compañeros de armas como el arquetipo de un nerd o -ya que ese término era desconocido en 1879- ganso de aquella época. Más que nada, por seguir una conducta extraña en relación con las costumbres culturales e individuales de los denominados "hombres de mar", ya que mantenía una irrestricta fidelidad a su esposa y nunca "bajaba a puerto"; es decir, no frecuentaba los burdeles de cada bahía, al contrario del resto de los marinos, ansiosos por descargar después de semanas a bordo del barco, sin haber tomado contacto con alguna mujer. Los demás colegas, casados o no, practicaban dicho ritual con una devoción sistemática, y las investigaciones que revelan el contagio de sífilis entre importantes protagonistas de la Guerra del Pacífico, son abundantes y están muy bien fundamentadas. Además, sus cercanos comentaban, con una mezcla de extrañeza y recelo, que Pratt hubiese estudiado una carrera universitaria, concretamente derecho, aunque recientes estudios atestiguan que fue un abogado bastante mediocre. De cualquier manera, lo ocurrido aquel veintiuno de mayo, parece justificar las aprehensiones de sus pares. No se trata de defender a los putañeros -a veces pueden llegar a ser tan detestables como los violadores-; pero Carlos Condell, un tipo que, como reza el refrán, "tenía más mundo", discurrió un ingenioso plan para arrastrar a la Independencia hacia Punta Gruesa, haciéndolo encallar, para acto seguido hundirlo y así eliminar a la mitad de la flota enemiga. El encargado de la Esmeralda, en cambio, deambuló por la bahía de Iquique hasta que reventaron las calderas de la embarcación, quedándole como única alternativa, resistir a fin de tornar más agónica la muerte anunciada. En resumen, don Arturo fue héroe porque primero fue zoquete.

Las motivaciones que han empujado a Pratt a un altar son varias. Para empezar, Chile tiene una tradición de pacatería en la cual el conservadurismo político, social, económico y moral, aunque siempre suelen ir asociados, no obstante aquí se funden en una simbiosis tan perfecta como la segregación de clases que nos ha acompañado en estos casi dos siglos y que, por cierto, puede considerarse un rasgo identitario nacional. En tal sentido, ensalzar la figura de un mártir, que cumplió a cabalidad con eso que hoy se suele denominar "valores esenciales de la familia", es perfecto como discurso ideológico y a la vez ejemplarizador. Por otro lado, la hipocresía endémica de este país ha suscitado la proliferación de los cultos póstumos, sobre todo dirigidos hacia quienes fueron despreciados en vida, como los de Violeta Parra, Pablo de Rokha o Salvador Allende. Es una versión colectiva del arrepentimiento propio del confesionario católico, que supone que ofreciendo penitencias se soluciona el daño ocasionado. Sin embargo, existe una causa aún más abominable: el intento por ocultar errores inadmisibles que precisamente, desencadenaron estos acontecimientos trágicos. A saber: el Combate Naval de Iquique fue el resultado de las torpezas del almirante Williams Rebolledo, que desobedeció una orden que incluso pudo haber evitado una guerra. A propósito, es interesante recalcar que el otro suceso triste, para Chile, en el conflicto del Pacífico, la batalla de la Concepción, fue igualmente consecuencia de la desidia de los altos mandos que desecharon una petición de refuerzos. No se puede enseñar en las escuelas, al menos si se quiere formar patriotas, que estos sacrificios pudieron haberse evitado, si los camaradas de armas no cometieran un descuido tan bochornoso. Por eso, se debe decir que cumplieron con sus obligaciones aún en las circunstancias más adversas. Y que lo hicieron por la bandera.

La muerte de Pratt fue una cuestión circunstancial dentro de ese absurdo denominado Guerra del Pacífico. Si se quería rehabilitar a un débil contra quien se habían cometido abusos -otro aspecto característico de la idiosincrasia del chileno-, al final tal tarea se llevó a cabo para ocultar fallas de alto nivel que la verdad, son inefables. Para colmo, se olvida que la verdadera importancia la tuvo Condell y su avivada de Punta Gruesa. Sin embargo, Pratt aceptó su destino, y en un país donde el fatalismo justifica la inamovilidad social y la mantención de una oligarquía recalcitrante, eso conlleva la mayor de las glorias. Aunque los homenajeados estén muertos y por ende nunca se enterarán.

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