lunes, 19 de abril de 2010

Todos Contra el Celibato

Los recientes casos de pedofilia que involucran a sacerdotes católicos -y por extensión, a esa iglesia en general, debido a las maniobras de ocultamiento y evasión judicial que los miembros más influyentes de la curia llevaron a cabo en favor de sus colegas pervertidos-, han dado pie a que una inmensa cantidad de personas de toda índole -desde los ciudadanos pedestres hasta los intelectuales y científicos, llegando incluso a ministros religiosos no romanistas-, se pronuncien en contra del celibato. No se trata en caso alguno de un movimiento organizado, sino más bien de una masa amorfa, que forma parte o que sólo puede surgir de ese caldo variopinto e impersonal denominado opinión pública. Y que, en concomitancia con sus orígenes y sus motivaciones, reacciona en función de la saturación de acontecimientos de idéntica índole dados a conocer por la prensa. Por lo mismo, y aunque sea posible encontrar discursos bien argumentados, no están las condiciones suficientes para hablar de debate, sino más bien de una sarta de escupitajos, cuál de todos más lapidario, altisonante y violento, surgidos desde un estupor comprensible, producto del desengaño que varios de sus enrabiados emisores han experimentado al ver a una institución que siempre se presenta como una regidora de la vida humana, ya que supuestamente representa todo lo bueno y beneficioso que puede ser el mundo y lo ultraterreno, sumida hasta la mollera en la cisterna de uno de los pecados más abyectos y repugnantes que se pueden concebir, como es el abuso sexual de niños.

Porque todos estos alegatos están, por las causas antes descritas, circunscritos al celibato consagrado de los curas, monjas y monjes ("hermanos") católicos. Y la sentencia que se repite, es que dicha práctica pretende demostrar que un sujeto determinado está más cercano a la divinidad y la pureza, cuando elimina un elemento que supuestamente es intrínseco, natural e inseparable del ser humano, cual es su pulsión sexual. Siempre me ha sorprendido el tenor de esta declaración, que apenas esconde su devoción por un individuo quien, por caminos distintos a los que lo hace, por ejemplo, el mismo romanismo con los santos, u otros credos tales como el budismo con sus fundadores; se ha ganado igualmente una caterva de seguidores que le han erigido su propio altar, envalentonados por el mismo nivel de irracionalidad e imbecilidad que lo puede lograr cualquier secta. Me refiero al frustrado rabino Sigmund Freud y su seudocientífica teoría del sicoanálisis, que efectivamente considera el sexo no como una necesidad, sino como una urgencia ineludible, a la par con el saciamiento del hambre y la sed. Y eso que hasta sus discípulos más avanzados, como Erik Erikson o Abraham Maslow, suavizan tal postura. Lo peor es que a la gente común, consciente o no de la raíz de estas elucubraciones, ellas mismas les llegan en clave de prejuicios, ideas erradas y, ya en su variante más vulgarizada y, lamentablemente, más masiva, de chistes hirientes y discriminatorios, que demuestran la ignorancia característica de alguien que se mete a opinar sobre un tema porque está de moda, pero sobre el cual desconoce incluso sus causas y aspectos más fundamentales. De acuerdo: estos grados de desconocimiento que derivan en habladurías tan erráticas como hierientes, han sido ocasionados en buena medida por la misma actitud de la iglesia católica, en particular lo que concierne a la enseñanza de su propia teología. No obstante, de sus fieles se pide cuando menos que se comporten de un modo diferente de sus guías espirituales caídos en desgracia, si de verdad quieren sacar a su institución del agujero en donde está sumida.

Y es que todas las confesiones cristianas, prácticamente sin excepción, tienen una concepción antediluviana sobre la sexualidad del hombre, que por parejo, perjudica tanto a los libertinos como a los célibes. Los primeros, ven frenados sus deseos por las restricciones puestas en el Antiguo Testamento al coito, en el sentido de que sólo sirve para procrear. Pero a renglón seguido, esa misma legitimación es expuesta como una obligación universal, lo cual a la larga, deja a la abstinencia bajo el mismo manto que la lascivia y la fornicación. Es un aspecto propio de la casuística y del legalismo que atraviesan el Pentateuco, y que fue superado por Jesús a través de su ejemplo personal, ya que no se casó ni tuvo hijos, y bendijo, poco antes de ser crucificado, a las mujeres que por voluntad propia o alguna enfermedad nunca fueron madres. Pablo continuó la línea y permaneció soltero hasta su muerte, y es uno de los cristianos primigenios más citados en las reuniones y celebraciones. Y pese a todo, los continuadores de la saga del camino han coincidido en observar el celibato como un defecto necesario: como una situación excepcional sobre la cual sólo corresponde recurrir a la misericordia divina. Muchas iglesias evangélicas exigen que sus pastores u obispos se casen antes de tomar la dirección de una comunidad, aún cuando todas ellas reiteran que el "don de abstinencia" deja a su portador circunscrito únicamente al entorno eclesiástico, donde a fin de cuentas no puede ostentar cargos ni dar testimonio de fe, a causa de las inclinaciones ideológicas recién expuestas. En otros grupos la presión es todavía mayor: el matrimonio, y de paso la concreción del acto sexual genital, es la única instancia posible, siendo quien toma una ruta distinto centro de la crítica y de la sospecha, ya que no es tan perfecto como el Mesías para prescindir del coito. Son sectores que, al menos en este tema, caminan por la vereda que está al frente del Vaticano. Sin embargo, la posición de los papas es aún peor, al estar impregnada de hipocresía, ya que fuerza a los célibes a permanecer escondidos en capillas, conventos o monasterios, hablando lo justo y necesario con la población "normal" además con un tono tímido y amanerado, a fin de dejar establecido que esta opción se halla atravesada por el sacrificio y no por la felicidad.

Se equivoca el cardenal Tarcisio Bertone al sostener que la homosexualidad es el responsable directo y prácticamente único de los casos de pedofilia protagonizados por sacerdotes. Pero es cierto, al contrario de lo que afirma la mayoría de quienes se han entrometido en este asunto, que dicha aberración tampoco está íntimamente relacionada con el celibato. El problema es la forma en la cual lo ha implementado la iglesia católica, como una maldición antes que una bendición. La argumentación retorcida y rebuscada con que se vale para justificarlo, peor aún, en clave de rareza y de excepcionalidad, ha derivado en la visión malsana que hoy la tiene de rodillas ante los tribunales terrenales. Quizá todo estaba orientado en pro de una profecía autocumplida y una especie de predestinación, al padecer los curas, finalmente, el mismo destino que todos los solteros: las desviaciones sexuales. Así cuando menos lo han predicado evangélicos, ortodoxos y protestantes desde sus inicios. Y con pavor presenciamos el cumplimiento de tales vaticinios. Eso sí: no de acuerdo a la forma en que lo señala y lo prescribe la Biblia, como norma a cumplir por parte de los fieles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario