lunes, 5 de abril de 2010

Pedofilia: la Punta del Iceberg

Aquella expresión "es sólo la punta del iceberg", cae de cajón en estos días donde la iglesia católica se encuentra con apuros producto de las denuncias de pedofilia, que por primera vez, amenazan con horadar a la estructura misma de la organización, mediante procesos judiciales que la podrían obligar a ceder buena parte de sus bienes, producto de las indemnizaciones que se debieran desprender de las sentencias condenatorias. Primero, porque a cada momento se descubren más escándalos y nada parece indicar que la pesadilla esté llegando a su fin. Luego, dichas aberraciones sexuales son la cara visible de toda una madeja construida para evadir la justicia, ejecutada por una importante e influyente masa de sacerdotes y laicos, involucrados en abusos o no, y planificada hasta el más insignificante detalle por los altos mandos del papismo, al punto que el actual pontífice ha sido señalado como uno de los principales cómplices en tales labores de encubrimiento. Y finalmente, porque las aberraciones sexuales destapadas no son sino una muestra del amplio nivel de impunidad con que ha actuado, durante estos últimos siglos, la iglesia romanista, amparada por los gobiernos civiles, ora fuese a causa de un temor irracional provocado por una mala interpretación de la fe, o simplemente gracias al silenciamiento autoimpuesto gracias a la convergencia ideológica.

Con respecto a esto último, cabe mencionar la incontable cantidad, no de pecados, sino de delitos, que monjas y curas han cometido en organismos que dependen de su administración, como hospitales o establecimientos educacionales. Situaciones de corrupción, de irregularidades laborales o de castigos físicos a niños que asisten a las escuelas que regentan. En Chile, son famosos los obispos que levantan calumnias en las universidades que están a su cargo, contra los alumnos que reclaman por sus legítimos derechos, cuando por ejemplo se les cambian los montos de las mensualidades durante el transcurso del año, actitud común al interior de estos planteles. Con el falso testimonio, consiguen una justificación para expulsarlos, medida disciplinaria que hace que ningún otro centro los acoja. Lo peor es que la amplia red social que teje el catolicismo, inhibe todo intento de dar a conocer dichas prácticas, con lo cual, en determinados países, los investidos incluso consiguen la venia del Estado para administrar las entidades públicas de salud y educación, multiplicando los mencionados crímenes.

Con ese nivel de confianza, externa e interna, es obvio que se sienten con la autoridad para desarrollar conductas que sólo pueden calificarse de horrendas. Más encima, están amparados, en la teoría, por una religión que cree en un dios todopoderoso y universal, y en el aspecto más pedestre, por civiles que han sido educados en estos preceptos, y por ende no los cuestionan y más aún los amparan. Un círculo vicioso que se agranda a cada segundo y que por lo mismo corre el riesgo de tornarse más hermético en tanto atrapa nuevas víctimas. La pedofilia no se reitera siempre en una misma institución por simple coincidencia. Al contrario, hay todo un mecanismo dedicado a permitir dicha aberración, así como a proteger a quienes la practican. Y aunque el procedimiento sea en clave negativa, como al menos pretende presentarlo el Vaticano (los curas pedófilos son unos enfermos quienes se han visto sobrepasados por un impulso irresistible, pues en principio su existencia no es aceptable dentro de la iglesia católica, ya que se opone a los preceptos del amor cristiano), el daño que provoca, y la eficacia con que se logra cubrirlo, es idéntico. Y puede ser peor, si actúa esa perniciosa combinación entre mentira e hipocresía.

Quizá si una de las peores consecuencias de estas perversiones sexuales, sea que su difusión atraganta a la opinión pública y no le permite detenerse, siquiera por un instante, en el resto de los males que nos ha hecho padecer el romanismo. Hecho grave, si se considera que todos estos bochornos son parte de una cadena lógica. Una falta de visión que caracteriza, incluso, a los detractores del papismo, que se han validos de estos escándalos para fortalecer sus posturas, ya que por su impacto y sus dimensiones, influyen de manera bastante más potente en las emociones de un espectador medio. Lamentable. Porque al igual que ocurrió cuando a esta Gran Ramera se le impidió torturar y matar, también sorteará con éxito este trance, y saldrá más fortalecida. Aunque, probablemente, con una disminución en su patrimonio, algo que también ha sucedido en sus crisis pasadas.

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