domingo, 7 de febrero de 2010

Es Más Inteligente Ser Agnóstico

En Europa, y emulando por igual los retiros espirituales y las salidas a terreno de los niños exploradores, Richard Dawkins, esa suerte de apóstol de lo que un filósofo posmodernista llamaría "mundo desencantado", le ha dado por organizar campamentos de ateos. Ignoro si en esas reuniones, se produzcan experiencias de éxtasis similares a las que padecen los niños registrados en el documental "Jesus Camp": al menos, aquí no se colocará una gigantografía de George W. Bush o de cualquier otro líder político, en la tarima frente a los asistentes, aunque sí es esperable que su sitio lo ocupe Charles Darwin, del cual, el dueño del circo se ha transformado en un virtual discípulo tardío, en el sentido que se le daba a esa expresión en la Antigüedad clásica. De lo que sí estoy seguro, es que el creador de estos encuentros tratará de moldear la mente de sus comensales con sentencias básicas y lapidarias, de igual manera que en un evento montado por un líder religioso carismático, o por una institución ducha en tal clase de materias, como la iglesia católica. Y con buena parte de los asistentes, conseguirá sus propósitos, pues al igual que en los casos recién nombrados, los interesados son personas con nulos conocimientos respecto del tema, que además buscan respuestas fáciles y rápidas a un cúmulo de preguntas existenciales y falsamente místicas.

Sobran quienes han tratado de advertir, en distintas épocas, que un ateo, en el fondo, no es más que un fanático religioso que inicia su recorrido en sentido contrario, pero que acaba llegando a la misma meta, porque el camino de los extremismos es un anillo cerrado. Ejemplos a lo largo de la historia, abundan. De hecho, los cristianos -los primeros en ser llamados "athei": los "sin culto", los "que no tenían lugar donde adorar a su dios"-, una vez que desterraron el politeísmo pagano por un ser universal del cual ni siquiera podía hacerse imagen, derivaron en el catolicismo intolerante que la humanidad ha padecido desde la Edad Media. El cual, también fue contrarrestado con movimientos que en sus inicios fueron igual de violentos, como el Islam o la Reforma. El ateísmo no ataca a las divinidades (al afirmar que no existen o que no cree en ellos, prácticamente se ahorra una batalla), sino a la estructura religiosa. Insiste en que los seres superiores contemporáneos son falsos, pero nada asegura que no vaya a proponer o a imponer nuevos ídolos para la adoración. Más aún: al aseverar que todo lo alabado hasta ahora son sólo mentiras, está allanando el camino para que irrumpa su verdad personal. Ha ocurrido así entre los diversos paradigmas religiosos, pero también en las corrientes de pensamiento que se declaran ateas (más bien habría que denominarlas ateístas). El citado cristianismo, por ejemplo, plantea una abstracción que puede compararse al proceder de los científicos (incluido el método empirista que éstos emplean), a tal punto, que su fe requiere de una "ciencia": la teología. En el caso del panteísmo orientalista, de inspiración ateísta en su línea más pura al menos en el marco de los movimientos religiosos, no se necesitó llegar tan lejos; pero los gurúes debieron desarrollar las matemáticas y una peculiar corriente religiosa, para lograr que sus creencias perdurasen en el tiempo.

Un procedimiento comparable a los casos anteriores, es el que, a partir del siglo XIX -época en que comenzaron los cuestionamientos más serios a las religiones más arraigadas, motivados por la Revolución Industrial y por los antecedentes del humanismo renacentista- realizan quienes desean sustituir la fe por la ideología política o la mencionada ciencia empirista. En el primer caso tenemos a los comunistas, quienes decían que la religión era un mecanismo de alienación del Estado creado por la clase dominante (nótese que siempre hablaban de "Estado creado" o de "la idelogía de la religión" a fin de menoscabar su valoración y facilitar un imprescindible desenmascaramiento); pero que asentaron a su propio paradigma como un dogma incuestionable, derivando, a veces, en francas aberraciones, como el culto a la personalidad o la tendencia a dotar de un áura mística a los grupos guerrilleros que actuaban en su nombre (ahí están como prueba la mitificación de Ernesto Guevara y ese eslogan del "hombre nuevo", en América Latina, pueblo por lo demás, tradicionalmente observante). También están los nazis, que formaron un cóctel bien extraño de esoterismo y seudociencia. En la otra categoría, se hallan el positivismo (una especie de religión-filosofía que le prendía velas a la ciencia, y que incluso construyó sus propios templos), los planteamientos de Nietzche y hasta las vanguardias intelectuales del siglo XX. Todos, tratando de matar al rey, o mejor dicho al dios, para entronar al suyo propio.

Por eso, es menester insistir que lo de Richard Dawkins sólo constituye una mala copia de una actitud tan ancestral como puede serlo el hombre mismo. Y donde el altar no está consagrado a la ciencia como entidad vaga y a la vez abstracta (en estos engendros, aquellas palabras se unen como sinónimos), sino a un dios con figura claramente percibible: Charles Darwin. O su teoría evolucionista, que al final viene siendo la misma cosa. Al final acabará arrinconado como todos los de su especie, cuando otro líder carismático haga un hipérbaton con las frases hechas y sea el nuevo centro de atracción. Este muchacho, en resumen, sólo está haciendo el loco, corriendo el riesgo de que lo ridiculicen igual que a cualquier fanático. Por eso es más inteligente, al menos en el mundo desencantado, ser agnóstico, aunque eso signifique tener que asistir a los templos donde supuestamente se cometen acto no racionales. Al menos, esa clase de personas no se agarra con nadie, y se evita que lo califiquen de integrista intolerante. Una costumbre que el mismo Dawkins quiere erradicar.

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