lunes, 15 de febrero de 2010

Una Nueva Adicción en La Lista

Tiger Woods, el golfista de raza negra cuyo número de amantes era mayor a la cantidad de títulos obtenidos en su carrera, ha decidido abandonar la práctica del deporte que, al menos hasta ahora, parecía ser la instancia que más satisfacciones le había dado, a fin de tratarse su "adicción al sexo" y de paso salvar su matrimonio. De ese modo, se convierte en otro atleta y por ende norteamericano ejemplar caído en desgracia, al igual que el nadador Michael Phelps, obligado a permanecer varios meses inactivo como necesaria penitencia tras ser sorprendido aspirando una pipa de marihuana. Pero además, y a modo de consecuencia lógica, ha incentivado a los sicólogos y siquiatras a ocupar cuanto medio de comunicación les entrega tribuna, para describir una enfermedad que, según ellos, en este mundo presa de un ambiente erótico peligrosamente sobrecargado, puede afectar gravemente a determinadas personas. No son sacerdotes, porque no hablan de pecado, adulterio y fornicación: son "especialistas" que acuñan el concepto de "adicción al sexo", patología que es preciso "curar" con terapias y sesiones que, por supuesto, ellos dirigen y cobran.

Cuando en la década de los sesenta del siglo XX, se impuso la trilogía "sexo, droga y rocanrol" -presentada exclusivamente a modo de eslogan, pero que muchos incautos se tragaron como si fuera el punto culminante de la rebeldía juvenil que caracterizó a ese decenio-, los reaccionarios de siempre trataron desde el primer minuto de impedir sus efectos, y para eso recurrieron a sus armas más tradicionales, como la religión y la moralina. Pero en vista de que el rumbo que estaba tomando la sociedad en esos años, convertía a esos otrora poderosos mecanismos de defensa en ridículos objetos de burlas, decidieron valerse de nuevos y más poderosos métodos y fue así como llegaron incluso a emplear la ciencia. O mejor dicho, la seudociencia, porque al fin y al cabo eso es la sicología pretendidamente clínica. Entonces, estos supuestos profesionales les echaron una mano -entre supersticiosos y asustadizos se entienden a la perfección- y estructuraron una nueva enfermedad, la adicción, dividida en varias variantes: a las drogas (aunque sólo consideraba las prohibidas por la absurda ley estadounidense de 1937), al tabaco o al alcohol; pero también a un sinnúmero de elementos del medio ambiente, tales como los chocolates, las espinacas, las fiestas de guardar o los botones de pánico. Todas las cuales se lograban enmendar si eran adecuadamente contrarrestadas con las fobias. Después de todo, imaginaron, si a más cinco se le suma menos cinco, el resultado es cero. Pero, para que el atormentado consiguiera pensar un cero cuerdo, debía pasar por la consulta de estos "especialistas", no sin antes dejar su dinero con la secretaria. Si el afectado no quería desembolsillar una buena cantidad de dólares, o simplemente no tenía de dónde obtenerlos, corría el riesgo de ser tratado como un anormal, y en conclusión, ser enviado a una prisión siquiátrica.

Supongo que desde un principio, estos charlatanes incluyeron en la nómina a la ya citada "adicción al sexo". Aunque nunca la dieron a conocer masivamente. Después de todo, cuando se les pidió su intervención, una buena cuota de libertinaje ya había arraigado en la población, y era mejor prevenir sobre futuros destapes que forzar un retorno al primer punto de partida. Además, se trata de un acto demasiado inherente a buena parte de los seres vivos, que asegura la procreación, al menos antes de que prosperara la fertilización in vitro. ¿Por qué restringir la práctica del coito, que era tan natural, cuando la humanidad estaba amenazada por vicios más "artificiales" como el inocularse sustancias externos al cuerpo de una persona?. Fue así como la mencionada sentencia del "sexo, droga y rocanrol" fue remplazada por una más rebuscada y eufemística: "rocanrol con sexo pero sin droga". Así, nos topamos con estrellitas de la música popular que coleccionaban parejas y aparecían en las portadas de la prensa del corazón disfrutando sin tapujos -tanto literal como metafóricamente hablando- de los "placeres carnales". Sin embargo, al día siguiente esos mismos artistas aparecían en una campaña contra las drogas o tocaban en un concierto multipartito organizado en contra de la cocaína o el hachís. No había qué temer: estaba presente lo otro por si deseaban canalizar sus inquietudes. Incluso, los a estas alturas insufribles "especialistas" le tenían un nombre a esta permisividad: la denominaban sublimación. Si bien, sonaba a una nueva muestra del infaltable pan y circo.

El problemas es que, como el mundo hoy se vale de esa superchería llamada sicología (la supuestamente clínica, es preciso insistir), de la misma forma en que los antiguos confiaban en la astrología y la alquimia, cualquiera cosa que emiten, y que acto seguido es metódicamente difundida por los medios de comunicación, es aceptaba como verdad irrefutable (no incuestionable, ya que, al final de la jornada, no trabajamos con dogmas, sino aparentemente con ciencia empírica). Así que ahora, lanzada la adicción al sexo, tras "sesudos y profundos análisis" las puertas de la prescripción se han vuelto a abrir. Y lo más probable, con mayor fuerza que antaño, si miramos alrededor y nos damos cuenta que las sociedades se han vuelto cada vez más conservadoras y represivas. Me pregunto de qué manera lo harán cuando cierren definitivamente esta válvula de escape. Pero los seudo terapeutas ya tienen solucionado el problema, al menos a nivel gremial. Podrán erigirse como los próximos agentes del futuro Estado policial, constituyéndose en los inquisidores del mañana, enviando a las mazmorras, léase manicomios, a quienes estén en desacuerdo, en calidad de inadaptados o sencillamente de desquiciados.

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