lunes, 18 de mayo de 2009

Un Cerdo en el Templo de Salomón

Una hábil maniobra ha llevado a cabo por estos días Joseph Ratzinger, al visitar la apodada - más que nada por el mismo papado-Tierra Santa. Lo digo así, porque se dio un lujo que no se le permite a cualquiera: predicar tanto en Israel como en la autonomía de Palestina, esto además, en un momento en que el conflicto entre ambos pueblos parece no llegar a una solución, al menos en el corto plazo. Por supuesto, católicos de todo el mundo se entusiasmaron al ver a su principal peregrino deambular sin tener que identificarse tanto por Jersualén del oeste como del este, con paradas obligadas en el Muro de Los Lamentos y en la Explanada de las Mezquitas. Lugares ambos, sitos sobre el emplazamiento del antiguo Templo de Salomón.

Ya quedó aclarado, en un artículo anterior, que la iglesia católica es, si no la, al menos una de las instituciones más antisemitas del planeta, entendido ese término como el odio irrefrenable e irracional hacia los judíos. Sólo cabe agregar que, por más esfuerzos que haga este papa -en su juventud miembro de las juventudes hitlerianas- y los sucesores por blanquear la imagen del romanismo, en este aspecto y en otros, no eliminarán empero las úlceras tenebrosas que se alojan en su estructura. Simplemente, porque ellas forman parte de su razón de ser y su ausencia derribaría el edificio como ocurrió con las Torres Gemelas. Lo que ahora debe causarnos preocupación es la posición favorable que Ratzinger ha tomado por el pueblo palestino. No porque crea que constituyen una horda de terroristas con turbante. De hecho, y es algo que admiten hasta los detractores de tal idea, la paz en esa región pasa necesariamente por la fundación de un Estado palestino, con plena soberanía sobre su territorio, con las fronteras delimitadas en base a los tratados internacionales históricos, y sin un aislamiento provocado por una muralla de seguridad. La cuestión grave, aquí, es que el adalid de dicha causa, completa e indudablemente justa, sea el máximo representante de la organización más infame con la etnia herbrea.

Cabe preguntarse, a la luz de tales acontecimientos, si estos personajes son los que incentivan, con su actitud, a quienes se muestran dispuestos a negar el llamado Holocausto o a entregarle un grado de veracidad a los progromos, con aberrantes actualizaciones a la época actual. No digo que lo provoquen conscientemente. Pero se trata de organismos como la iglesia católica, que, merced a sus virtudes y a sus defectos, querámoslo o no, tienen una marcada influencia en la opinión pública. Por lo cual, no resulta descabellado inferir que la combinación Ratzinger más conducta ancestral del catolicismo, más reportajes del genocidio palestino que de tarde en tarde nos proporcionan los cables internacionales -notas periodísticas que están muy suavizadas, por lo demás-, impulse a un buen puñado de desinformados que tampoco presentan interés en aumentar sus conocimientos, a idealizar olvidadas campañas de exterminio racial, que provienen de mucho más atrás que los nazis.

En el Oriente Medio, hace un buen rato que se dejó de lado a los intelectuales y a los expertos neutrales y objetivos. Hoy la voz y la acción sólo la llevan los fanáticos religiosos, tanto musulmanes como sionistas. Y sobre ellos, ahora se para el representante de una congregación mucho más poderosa, que al igual que en épocas de las cruzadas, pone sus pies sobre las cabezas de estos dos perros chicos y los aplasta. Que el papa haga turismo en una región donde nadie más cuenta con ese privilegio, es una garantía de solución similar a la que ofrecen los extremistas suicidas o los tanques del ejército israelí. Su único aporte será aumentar el odio, aunque no lo quiera, porque acarrea a sus espaldas un peso indeseable, pero inevitablemente presente, que ocasiona achaques en quien lo transporta, y regocijo entre quienes buscan montarse arriba del bulto con sus propias conclusiones. No será larga la espera antes que presenciamos otra incursión demoledora en las dependncias de la Autonomía, o que algún palestino pobre y azuzado por líderes espirituales irresponsables se despedace llevándose consigo unos cuantos judíos al infierno. Pero para entonces, la excursión de Ratzinger no será más que un recuerdo, y muchos la citarán con la manida frase de que " parece que esos dos pueblos no aprovecharon la visita del vicario de Cristo".

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