domingo, 6 de noviembre de 2016

Acerca de la Cremación

En medio de sus declaraciones falsamente sociales y sus llamados a privilegiar el ecumenismo por encima de la evangelización -a la que hace unas semanas calificó de "veneno" y "proselitismo"-, Bergoglio sorprendió a todos con unas recomendaciones en torno a la cremación. Subrayó que si algún creyente quiere ser incinerado una vez fallecido, desde el punto de vista de la teología católica no tiene impedimento. Pero acto seguido, condenó la práctica de esparcir las cenizas del inmolado, y a cambio exigió depositar las ánforas en columbarios situados en parroquias o cementerios (no mantenerlas al interior de las casas). Una orientación papal que sorprendió a muchos (e indignó a algunos), que no obstante no es primera vez que se formula: una década atrás, el cardenal chileno Jorge Medina efectuó opiniones en el mismo tenor y coincidentes con lo que acaba de plantear Francisco.

Casi desde el origen del cristianismo, la cremación de cadáveres ha sido objeto de intensas discusiones. Muchos de los cuales han derivado en conclusiones no muy proclives a incentivar esta práctica. Ante todo, a simple vista parece contraponerse con la sentencia del Génesis, que asevera que el ser humano regresará -o debe regresar- de manera inexorable al polvo del cual Dios lo formó. Una relación conceptual que además ha impulsado a los agnósticos, ateos o librepensadores a preferir la incineración como última voluntad, a modo de dejar establecido, hasta la tumba y para que no quepan dudas, su desacuerdo con la fe más dogmática -o al menos con quienes la difunden-. A eso hay que agregar el creciente interés por la religiosidad y el misticismo orientales, donde existen bastantes credos que no sólo recomiendan, sino que también prescriben la inmolación de los difuntos como primera y a veces exclusiva posibilidad incorporándola incluso en sus ritos. Muchas personas de occidente que sienten atracción por dichas corrientes de pensamiento (las que desconocen en su casi totalidad y de las cuales sólo toman sus aspectos más superficiales e inmediatos, pero en fin) ven en su proliferación poco menos que la salvación de la humanidad, tal cual sucede por cierto con los seguidores del camino (al menos los que no han optado por el ecumenismo más acomodaticio), lo que produce un choque entre dos intentos de imposición. Y dado que la quema de fallecidos es una de las recomendaciones más fuertes de quienes están frente a los partidarios de Jesús, entonces eso se torna otro antecedente en pro de su desaprobación.

En las iglesias reformadas, al menos de cuño europeo, este dilema ha sido resuelto con una sentencia de carácter práctico: "Dios puede resucitar un cuerpo desde un tazón de cenizas lo mismo que desde un tazón de polvo", recordando además que lo aseverado en el Génesis pierde buena parte de vigencia e importancia ante la esperanza de redención ofrecida a través de Cristo. Pero en el catolicismo -y varias congregaciones evangélicas, hay que admitir- la cremación continúa provocando auténticos quebraderos de cabeza. Algunos de ellos, que apenas esconden un trasfondo económico y son una muestra más de ese permanente acomodamiento doctrinal que en el romanismo pomposamente se denomina "signo de los tiempos", pero que en realidad es una constante invitación a mutar, y a veces modificar, los dogmas en favor de mantener el estatus y los privilegios sociales. En tal sentido, no han faltado -con argumentos muy sólidos- quienes sospechan que este llamado de Francisco obedece a un afán por sostener el negocio de los cementerios eclesiásticos y los columbarios al interior de los templos, el que pierde una buena cantidad de números si los deudos prefieren esparcir los restos o conservarlos en sus domicilios. Al respecto, cabe acotar que hasta no mucho el papismo rechazaba cualquier forma de incineración de cadáveres, hecho expresado en documentos que llevaban el sello de la infalibilidad. Sólo después de la IIGM se abrió a reconsiderar esa proscripción, debido a la disminución de solicitudes de entierro en sus camposantos (que ya no eran los únicos donde se podía depositar occisos). Una conducta ambivalente de la cual el mismo Bergoglio ha dado cuenta, por ejemplo en sus supuestas intenciones de acoger a los homosexuales, en circunstancias que su institución siempre ha sugerido -cuando no ordenado- su eliminación, debido a que en la actualidad hay personas de tendencia gay con altos ingresos y considerable poder de influencia.

Es cierto que un cristiano debe tener como principal opción la inhumación del cadáver. No tanto por cumplir una supuesta obligación establecida en el Génesis (parte de la ley antigua, superada tras el sacrificio de Cristo), sino porque el mismo Señor creó nuestro mundo en base a ciclos de regeneración y restauración, donde la descomposición de los cuerpos ayuda a mantener la fertilidad de la tierra. Por último, se trata de respetar la creación, siquiera de manera simbólica. Sin embargo, es innegable que frente a problemas relacionados con la modernidad -falta de espacio, exceso de población y por ende de fallecidos- o situaciones específicas -gran y repentina mortandad, epidemias muy contagiosas- la cremación debe barajarse como una opción incluso necesaria o urgente. Quizá no para guardar eternamente un ánfora con las cenizas del difunto en el líving de la casa (lo que a la larga, se transforma en idolatría y cultos a los muertos). Pero sí para sortear acaecimientos puntuales en los cuales se juega la supervivencia humana. Finalmente, lo que importa es la resurrección posterior, donde el Señor restablecerá cada organismo, y lo dejará mejor de como se vio en su paso por el globo.

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