domingo, 10 de julio de 2016

El Derecho a La Disidencia

Ante la presión que los colectivos homosexuales están ejerciendo para que los cristianos no continúen diciendo que ésa es una opción errada, incluso en el marco de la tradición teológica interna de cada comunidad, muchos creyentes han replicado argumentando su derecho a la libertad de expresión y a mantener una postura disidente, aunque todos los demás estén de acuerdo con la opinión mayoritaria. Es una respuesta a la que se recurre no sólo cuando los gay pretenden que la sociedad y los cuerpos legales dicten condenas o leyes que pueden ser consideradas una abierta censura, sino además en aquellas ocasiones en donde las personas de fe califican la práctica flamante como abominación, valiéndose de textos del Antiguo Testamento donde se llama a matar a quienes reciben esa etiqueta, o cuando le atribuyen toda clase de aberraciones imaginables, como la pedofilia, la zoofilia, la necrofilia o hasta la violación (aunque sea heterosexual).

Es cierto que los homosexuales han inflado mucho el pecho durante las últimas décadas y que amparados en la persecución histórica que han sufrido -y los triunfos recientes que han obtenido- varios de ellos están tratando de tomar revancha y provocar que se invierta la tortilla, mediante el viejo truco de hacerse las víctimas. Sin embargo, ¿es justo reclamar una supuesta limitación inaceptable en el ejercicio de la libertad de expresión, cuando esto se reduce a las imprecaciones mencionadas al final del párrafo anterior? No olvidemos que esos versículos donde se emplea el término abominación, llaman al aniquilamiento de seres humanos a causa de su opción sexual, lo cual ya da para considerarlo un insulto, en especial tomando en cuenta que quienes los utilizan saben la intención conque fueron escritos mientras los eventuales destinatarios conocen siquiera algo del marco histórico que motivó su redacción. Fuera de que se les entregan enormes facilidades a los gay para justificar su ira contenida en la forma de exigir determinados privilegios que aseguren de modo definitivo la no repetición de estos hechos en el futuro; y de paso, queda demostrado que la supremacía de los creyentes -que sí cometieron atrocidades en el pasado, incluso el más inmediato- da pie para que aún en estos tiempos se den el lujo de lanzar ciertos escupitajos con la certeza de no recibir una sanción social ni mucho menos legal.

Quizá el argumento más certero pase por no insistir en el asunto de la legítima disidencia, recurso que suena a demasiado básico, en el sentido de que lo que se busca es descubrir una supuesta inconsecuencia en los colectivos gay, quienes siempre han apelado al respeto hacia sus personas mediante el subterfugio de la diversidad, que guarda ciertas semejanzas con la libertad de expresión. Sino, más que nada, separar aguas, entre aquellos textos bíblicos que resultan directamente insultantes para los homosexuales -y que muchos cristianos usan conscientes de esa peculiaridad- y las explicaciones teológicas -y bíblicas- que califican a esa opción sexual como un pecado. Desde luego, que estamos obligados a señalar eso último en cuanto creyentes, con la convicción firme en añadir que quien practica el sexo con congéneres no heredará el reino de los cielos. Sin embargo hay versículos en el Nuevo Testamento a los que atenerse, lapidarios pero no hirientes, como I Corintios 6 (el capítulo completo) o I Tesalonicenses 4:1-12. Sin embargo, por otra parte se debe considerar que quienes "se echan con hombres" son almas a las que se requiere salvar, y que cualquier palabra que insinúe su exterminio -en cuanto seres humanos- es contraria al mensaje de Cristo y enseguida puede tratarse de un intento por tergiversar un pasaje de las Escrituras. 

Un dato curioso es que existen hermanos que prefieren tratar así con los gay y en varias congregaciones esto los ha transformado en un voto de minoría. En resumen, se han vuelto disidentes al menos dentro de sus iglesias. Lo cual a veces no es fácil de sobrellevar, puesto que en algunas comunidades se confunde esta opinión divergente con una tibieza espiritual -es una opinión de alguien con pocos conocimientos, frente a integrantes ya experimentados, que al tener más tiempo para perseverar hasta la máxima sabiduría han descubierto los principales recovecos de ésta- cuando no directamente se la trata como un error imperdonable (al menos si se continúa sosteniendo). Bueno. En determinados casos a uno le corresponde ser la opinión distinta dentro del propio círculo de creyentes, lo cual resulta tan desagradable como mantener una postura poco aceptable en el ambiente secular.

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