Uno de los tantos lugares comunes que se suelen reiterar durante Semana Santa es la connotación que en el imperio romano tenía la crucifixión. Una forma de ejecución reservada para los peores criminales y quienes se consideraban los mayores traidores al Estado (y de ahí que haya sido usada contra los esclavos rebeldes liderados por Espartaco), y que en concomitancia con el estatus legal de dichas personas, provocaba la muerte después de una larga, lenta y especialmente dolorosa agonía. No vamos a colocar aquí en duda los padecimientos que experimentó el Señor ni tampoco le otorgaremos una oportunidad de duda a esos escépticos oportunistas que buscan corroborar sus opiniones personales aunque para ello necesiten torcer incontables veces la veracidad científica. Simplemente, discutiremos las características de esta forma de tormento y el por qué se le concibe como una de las más deleznables que se hayan inventado.
Desde que el hombre es tal -e independiente de que se crea en el Génesis o en Darwin, o en cualquier otra teoría sobre el inicio del mundo-, la práctica de suspender a alguien en el aire siempre ha sido de máxima humillación, ya que se trate o no de un castigo mortal. Así sucedía, por ejemplo, en el Medio Oeste norteamericano, donde a los bandoleros y criminales comunes se les tenía reservada la horca, en la cual, a modo de escarmiento, eran dejados hasta varios días después de haber fallecido. De hecho, cuando el ejército federal de Estados Unidos finalmente conquistaba una zona donde los indígenas pese a todo se negaban a rendirse, éstos terminaban siendo fusilados. Antes, en el Medioevo europeo, la iglesia católica inventó un método de ejecución aún más tormentoso que la crucifixión, como fue la hoguera, donde iban a parar aquellas personas que el romanismo calificaba como lo más indeseable para su doctrina y la sociedad: los herejes y las brujas. Cabe recordar que ese modo de deshacerse de un individuo molesto implicaba amarrarlo a un poste mientras alrededor de los pies se le rodeaba de todo tipo de material combustible.
También los mecanismos de tortura que al menos en principio no debían resultar en consecuencias fatales, destinados a las personas del bajo pueblo o que no pertenecían a las clases acomodadas, en tiempos pasados, se basaban en la práctica del colgamiento. Más aún: asociaciones secretas que se atribuían la preservación de las costumbres tradicionales de una determinada sociedad, cuando sentían que las autoridades correspondientes no hacían su labor, solían recurrir al ahorcamiento como manera de enviar un mensaje. Así ocurrió, de nuevo en Estados Unidos, con el Ku Klux Klan, que asesinaba a ciudadanos de raza negra, que para ellos eran lo peor, a través del uso de sogas que ataban a las ramas de los árboles. E incluso sobran los casos en los cuales sujetos repudiados por buena parte de la comunidad eran mantenidos suspendidos por semanas o meses, dejando que sus cuerpos se pudrieran ahí donde habían sido ejecutados. Hasta la Biblia toma en cuenta estas costumbres. Si no, revisemos lo que acaeció con Judas después de entregar a Jesús: se suicidó ahorcándose en las afueras de la ciudad, quedando su humanidad ahí durante semanas, tras lo cual el tronco que lo tenía sujetado no resistió el peso y se rompió, haciéndose añicos su putrefacto organismo al golpear el suelo. Muerte ejemplar para quien los evangelios consideran el peor caso posible de traición.
Todavía más, y a propósito de la mención al destino final de Judas. En la Antigüedad, donde la organización pública se regía por el sistema de polis, era común tirar el cadáver de un sujeto odioso en los extramuros de la ciudad, para ser devorado por todo tipo de aves y bestias rapaces. Una manera de impedir a quien no se le merecía, que se cumpliera con él la sentencia de retornar a la tierra una vez muerto. Algo que se halla en muchos textos formadores de creencias, no sólo la Biblia.
En tal sentido, Jesús no se redujo a aceptar una muerte humillante, sobre la que acabó triunfando en la resurrección. Sino que además superó uno de los artículos más lapidarios de la ley antigua, impreso de forma aparentemente ineludible en la naturaleza humana, hecho que refuerza con mayor ahínco su mensaje de salvación, de que se puede obtener una victoria incluso sobre cosas que, como la desaparición física, parecen infranqueables.
domingo, 27 de marzo de 2016
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