domingo, 28 de junio de 2015

El Desembarco del Matrimonio Homosexual

Muchos grupos cristianos han quedado consternados con el reciente fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos, que como respuesta a un alegato judicial, dictaminó, en voto dividido, que el matrimonio homosexual debía estar permitido en todos los territorios del país, incluso aquellos en los cuales había sido expresamente prohibido mediante leyes internas. Con ello, el máximo tribunal norteamericano, una vez más, se erige como el dictaminador final en un sistema federal que, al menos en determinados aspectos, concede un grado de autonomía que resulta infranqueable para otros organismos públicos.

Debo reconocer que la decisión de los jueces estadounidenses me sorprendió, cuando menos hasta cierto punto. Sin embargo, también es preciso aclarar que al momento de darse a conocer la resolución, ya una treintena de estados habían admitido el connubio gay, y en muchos de ellos hasta se habían celebrado bodas. Por otro lado, en sitios como Texas, un territorio tenido como conservador a ultranza (lugar de origen de los Bush y eterno feudo de los republicanos), cortes locales habían permitido que dos personas de idéntico género contrajeran vínculo en sus más diversas acepciones. Lo de este fin de semana sólo a ratificar una tendencia, por mucho que un alto número de creyentes aún mantengan los ojos abiertos de par en par, buscando explicaciones -entre ellos mismos y frente al Señor- respecto de cómo se les pudo escapar la que consideraban como la última reserva de la sana doctrina y los valores tradicionales -palabra que suelen emplear como sinónimo de espirituales-. Algo que no se condice mucho con la realidad, si consideramos que antes España, y hace pocas semanas Irlanda, tenido por una fortaleza católica impenetrable, ya han aprobado el matrimonio entre congéneres. Y en el Eire, lo que lo hace más interesante, después de ser aceptado por amplia mayoría en un referendo popular.

Opiniones a favor o en contra, es innegable que el llamado matrimonio igualitario ha llegado para quedarse y que se continúe instaurando, al menos en los países occidentales, es un proceso a todas luces irreversible. ¿Qué hacer, entonces, como cristianos ante este avance que parece tan avasallador? Por supuesto, no entregarse a la corriente internacional ni aplicar ese principio -extrapolado desde los Estados Unidos y tan fiel a su visión del capitalismo- del "si no puedes contra ellos úneteles" que ciertas iglesias evangélicas están empleando, admitiendo en las congregaciones a homosexuales confesos, a veces con sus parejas, incluso en condición de dirigentes o pastores. Porque eso, en verdad, sí que constituye un "echarse con hombres" en todos los sentidos literales y metafóricos que esa frase de Pablo puede adquirir. Sin embargo, tampoco es correcto continuar con esa actitud virulenta que sólo se basa en repetir versículos bíblicos como cotorras, de manera desesperada y agresiva, a modo de insulto, en contra de quienes proclaman públicamente su tendencia sexual o su apoyo a quienes así obran. Tal conducta ha demostrado ser un fracaso, y es francamente patético y vergonzoso observar a hermanos que insisten con esa estrategia, con la esperanza de que el otro abandone su opción ante el peso de un mazazo verbal lleno de palabra divina. Además de que no se condice con el amor ágape descrito en el capítulo trece de la carta a los Corintios, por citar de nuevo al apóstol Pablo. Es más: aunque ese lenguaje no sea coprolálico ni contenga vocablos malsonantes, a la larga, por la forma y el contexto en el cual es emitido, igual acaba siendo soez.

El matrimonio gay está ocasionando el mismo impacto que en su tiempo generaron el relajamiento moral, el relativismo cultural o la aprobación de cuerpos legales en favor del aborto y el divorcio. En ninguno de esos momentos el cristianismo desapareció. Experimentó zozobras debido a la situación del momento. Pero los hermanos de entonces supieron sortearlas y fueron capaces de mantener el barco a flote pese a que las nuevas modas y tendencias finalmente se instalaron y hoy corren en paralelo a la fe. Lo mismo está ocurriendo ahora. Y la manera de salir de esta tormenta, aparte de la ayuda de Dios, es demostrar con hechos y con testimonio que somos mejores, y que tenemos argumentos más allá de la condena repetitiva para enfrentar los argumentos de los homosexuales. En definitiva, saber usar la palabra. Algo que, la propia Biblia lo dice, es la obligación de un cristiano.

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