lunes, 5 de agosto de 2013

Misioneros con Vaqueros y Obesidad Mórbida

En una de las múltiples -e intrascendentes- intervenciones verbales del papa en su reciente visita a Brasil, abogó por la existencia de "misioneros que vistieran pantalones vaqueros y comieran en el Mc Donalds". Al igual que el resto de sus discursos éste le significó aplausos de la galería y elogios de la prensa. No debiera ser de otra manera. Nos encontramos en medio de una reunión entre un líder y sus partidarios incondicionales, relación que se torna más estrecha cuando se trata de una religión. Tengan por sentado que con cualquier otro pontífice, incluyendo los más ultramontanos Wojtyla y Ratzinger, habría acaecido lo mismo, y en efecto ocurrió así en varias ocasiones. Lo interesante en este caso es que esta declaración, al igual que otras, pasó inadvertida frente al "quién soy yo para juzgar a un homosexual", opinión que fue exhibida como la muestra más cabal del definitivo golpe de timón que aseveran los portavoces de la iglesia católica será dado al interior de dicha institución con su recién estrenada máxima autoridad. Como si el mismo Jesús no hubiese dicho palabras similares, que por cierto están recogidas en los evangelios.

Pero regresemos a las palabras que dan origen a este artículo. Por supuesto que han sido espetadas en sentido metafórico, con la intención de hacer un llamado a los feligreses, en especial a los más entusiastas, a dejar de pensar que los mejores lugares para desarrollar una vocación religiosa son los claustros o los confesionarios. Se les insiste en la idea de que se puede evangelizar en la calle, prescindiendo de los hábitos y no teniendo más conocimientos que el de cualquier hijo de vecino (de ahí la comparación con las vestimentas). En síntesis, que sean personas que se esfuercen por conocer la realidad cotidiana con el propósito de mejorarla. Una sugerencia que, hasta cierto punto, es motivada, en clave negativa, por los diversos escándalos que han sacudido a la iglesia católica en el último tiempo, y que guardan una íntima relación con esa praxis secretista que caracteriza a los consagrados del romanismo, la cual no lo debemos olvidar, ha sido un procedimiento avalado por la institución madre prácticamente desde que existe. Frente a este cúmulo de malas experiencias, se propone, en cierto modo, imitar lo obrado durante las décadas más recientes por las comunidades evangélicas, las mismas que tanto este pontífice como sus antecesores tratan en forma despectiva de "sectas pentecostales" acusándolas de distorsionar el mensaje cristiano en buena medida producto de la ignorancia de sus dirigentes a quienes curiosamente el propio papismo acusa de falta de estudios. Pero que vienen exponiendo un éxito cuantitativo y cualitativo considerable, al extremo que en su seno se han allegado más ciudadanos de formación católica que en los grupos agnósticos, ateos, espiritistas o indigenistas.

Tal vez esa aparente ambigüedad esconda un mensaje coherente. En particular porque en otro de sus discursos emitidos en Brasil, Francisco llama a estos misioneros a intentar recuperar para el catolicismo -la única iglesia verdadera- a quienes se han convertido a las distintas congregaciones evangélicas existentes en América Latina. Sin embargo, y al margen de estas anécdotas, cabría preguntarse si realmente Bergoglio cree que sus buenas intenciones -más bien palabras de buena crianza- tendrán algún resultado. Sobre todo al momento de romper siquiera por milímetros la pétrea y hermética estructura de su institución, de carácter eminentemente vertical y repleta de jerarquías y ritos que deben ser respetados porque constituyen un mandato divino, además de constituir la esencia y el espinazo de la organización. Ya hay indicios en la investigación llevada adelante contra los administradores del llamado Banco Vaticano de que eso no es cosa fácil. No obstante, y a la luz de esos antecedentes, ¿es honesto el papa cuando formula tales proposiciones, si debido a la sola naturaleza del romanismo siempre devendrán en quimeras imposibles? Si lleva adelante las medidas que muchos esperan, desaparecerá la estructura del catolicismo tal como la conocemos, y que es la misma que lo elevó al pontificado. Fuera de que los denominados laicos deben someterse a protocolos muy rigurosos al momento de querer divulgar el mensaje de salvación así como sus eventuales aplicaciones. De partida están forzados a seguir un estricto aprendizaje teológico que incluye declaraciones magisteriales e interpretaciones de la Biblia que los educandos tienen que saber prácticamente de memoria, pues a veces una coma mal puesta puede conducir a una denuncia por herejía. ¿Estarán en realidad dispuestos los purpurados a dejar la labor proselitista en manos de autodidactas neófitos que podrían obtener réditos positivos, pero igualmente caer en graves errores doctrinales?

La respuesta simplemente es no. Por lo que los dichos de Francisco, si no son palabras hueras espetadas con el afán de conseguir el aplauso fácil, sí constituyen un engaño, algo que es más probable si se atiende a la historia del catolicismo y justamente a esa preparación que distingue a los sacerdotes y los teólogos del resto de los fieles. De hecho, de concretarse sus sugerencias la iglesia romana estaría más cerca de transformarse en "una ONG piadosa", algo que precisamente este papa ha manifestado que desea evitar. Por lo que no se le debe tener fe a esos eventuales misioneros de vaqueros y Mc Donalds, esa asquerosa cadena de locales de comida rápida que ha sido una de las responsables del disparo de la obesidad mórbida a nivel mundial, y que representa una serie de anomalías muy lejanas del espíritu cristiano.

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