lunes, 14 de enero de 2013

Perdidos En Su Ascendencia

Varios medios de comunicación de orientación cristiana han divulgado la noticia de la masiva emigración a Israel de los Bnei Menashe, un pequeño grupo de judíos residentes en el estado de Assam, en el noreste de la India. El hecho no habría ido más allá de otro operativo de parte del gobierno hebreo efectuado en el marco de la Ley de Retorno aprobada en ese país hacia 1950, de no ser porque este puñado de personas reclama ser descendiente de una de las llamadas "tribus perdidas", en concreto de la Manasés, cosa que avalan basados en una serie de relatos legendarios surgidos en su propio seno. De acuerdo con dichas narraciones, una porción de los desterrados por el imperio asirio se habría embarcado al este hace dos mil años y tras varias peripecias, naufragio incluido, llegaron a las tierras de Buda, donde se mantuvieron todo este tiempo.

Repasemos la historia y de paso el Antiguo Testamento. Cuando en el 711 el reino de Efraím o del Norte, uno de los dos que surgieron como consecuencia de la partición del viejo Israel que a su vez fue producto del vacío de poder acaecido tras la muerte de Salomón, sucumbió ante el asedio de la ya mencionada Asiria, los conquistadores, con el propósito de evitar una eventual rebelión, actuaron según la costumbre de las civilizaciones de la Mesopotamia y ordenaron el destierro de un buen número de la población, en especial de las capas altas y medias de la sociedad. Dado que la Biblia no retoma en pasaje alguno el destino de estas personas, lo cual da a entender que el país entero como entidad, idiosincrasia y grupo humano fue destruido, es entonces que se comienza a hablar de las diez tribus perdidas (o diez y media, si se considera como tal a los levitas residentes). Este silencio no se produce respecto de los habitantes de Judá, la monarquía del Sur, que sufrió una situación similar en el 589, ahora a manos de Babilonia, herederos de los asirios, ya que estos últimos mantuvieron su integridad e incluso una fracción de ellos retornó siete décadas después, cuando los babilonios fueron aniquilados por los persas y su soberano, Ciro, autorizó dicho regreso, aunque una cantidad importante de ciudadano prefirió quedarse en los lugares donde fueron asignados, ya que lograron prosperar y sentar raíces ahí. Algunas de estas colonias, no obstante, y en particular aquellas que se ubican en sitios apartados o poseen rasgos físicos que los diferencian en modo notorio del judío medio, son las que de tarde en tarde alegan ser descendientes de las mentadas tribus perdidas, debido a que el aislamiento y el rechazo de sus pares los fuerza a buscar justificaciones exóticas -que tienden a cuajar más en el mito que en la investigación científica- a las cuales aferrarse.

En este asunto hay que ser prácticos y aceptar que lo más probable es que los componentes del reino de Efraím hayan desaparecido por completo, quizá inmediatamente después de la ocupación asiria. De quienes debieron partir al exilio -que a diferencia de lo ocurrido con el Sur poco más de un siglo después, no fue total- una buena parte olvidó sus orígenes y se mimetizó con los pueblos de destino, tesis bastante cercana a la realidad si se considera que los norteños no contaban en su territorio con el templo de Salomón -cuyos enormes sacrificios derivados de su construcción entre otras causas dieron origen a la secesión- y que desde su misma independencia se inclinaron por la idolatría, como lo prueba los dos becerros dorados que ordenó construir Jeroboam. El minúsculo porcentaje que pudo haberse mantenido fiel al culto de Yavé -que existía; recordemos que Amós y Oseas provenían del Norte- a su vez debió haber sido absorbido por los sureños que empezaron a vivir su propio drama tras el 589. Respecto a quienes se les permitió permanecer en su territorio -los sectores más populares, que por regla general no cuentan con recursos propios para sostener una cultura, cuya identidad además se había tornado difusa- se sabe que un grupo mayoritario escapó hacia Judá, fenómeno que es atestiguado por el aumento, ratificado por los profetas y los libros históricos de la Biblia, de los santuarios locales dedicados a los baales. Los que se quedaron, entretanto, acabaron mezclándose con los individuos traídos por los asirios en sustitución de los expatriados, amalgama de la que surgieron los samaritanos, cuyas tradiciones incluían tanto la religión ancestral israelita como la inclusión de ritos paganos con antecedentes tanto dentro como fuera del mencionado Efraím. Más aún: es probable que la ojeriza samaritana en contra de la reposición del templo de Jerusalén tenga entre sus causas un resabio de la rivalidad que siempre se suscitó entre las dos monarquías.

¿Cuál, entonces, podría ser el origen de estos Bnei Menashe? El dato más optimista indicaría que se trataría de una conversión masiva acontecida entre el siglo II antes de Cristo y el siglo III después de Cristo. Aunque las investigaciones más relevantes sitúan sus comienzos en épocas todavía más recientes, usando como argumentos dos hechos dignos de destacar, como es el que sus componentes presenten rasgos prácticamente similares a las etnias indias de la zona, además de que la mayoría eran cristianos antes de emigrar (en efecto, el gobierno israelí les exigió convertirse a todos al judaísmo como requisito para acogerse a la Ley del Retorno, religión que ni siquiera estaba confirmada entre los más ortodoxos, que profesaban un monoteísmo de características bastante peculiares, que para algunos no se podía comparar con la fe judía aún en un marco de distorsión). No se descarta la circunstancia de que algún grupo de hebreos con sangre norteña en sus venas haya realizado una labor de proselitismo incluso desposando nativos. Sin embargo, es preciso ser majadero e insistir en que ante todo aquí existe el intento de aferrarse a un argumento tanto legendario como exótico con el propósito de ser reconocido. Pues, ¿de qué manera una persona criada en remotas aldeas de la India, que practica una adoración parecida al judaísmo, puede presentarse ante un rabino y solicitar ser considerado como un hermano de votos, si no es declarándose un sobreviviente de algo que por la falta de información general ha despertado la curiosidad y la fascinación, como es el caso de las tribus perdidas? Una lástima tratándose de los judíos, un pueblo que no se identifica mediante los lazos de consanguinidad. Pero en fin: sólo buenos deseos para quienes acaban de iniciar una nueva vida en la Tierra Prometida.

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