domingo, 20 de enero de 2013

La Ciudad, El Obispo y Los Perros

Cómo son las cosas en Chile. Un sacerdote que ha abusado de niños, incluso los casos de extrema gravedad como el infame Fernando Karadima, siempre cuenta con alguien que sale en su defensa, incluso cuando ya no se pueden ocultar sus fechorías, por último para rogar a la opinión pública que siquiera por un momento recuerde los aspectos positivos del pedófilo, que siempre los habrá, aunque se reduzcan a algunas prédicas puntuales y uno que otro discurso vehemente en defensa de la moral. Sin embargo, un obispo que llama la atención acerca de un delicado problema de sanidad pública, como son los perros callejeros, y que sobre lo mismo formula una opinión contraria a la que al parecer es mayoritaria, corre el riesgo de un turba le destroce la catedral y de que a él mismo lo intenten agredir, borrándose de una plumada aquello de que en este país existe un respeto reverencial por las tradiciones, en especial las que están relacionadas con la iglesia católica.

Debo enfatizar que Bernardo Bastres me produce los mismos sentimientos que cualquier otro cura. Que como ya lo habrán notado leyendo mis artículos, no son los mejores. Empero, a cualquiera le llama la atención el hecho de que el prelado se haya visto obligado a refugiarse en una habitación secundaria de la catedral de Punta Arenas, como en los tiempos más convulsionados del anticlericalismo y del rechazo a la intromisión eclesial en los asuntos públicos. Y todo porque el sacerdote, descansando en versículos bíblicos -usados de manera correcta, cabría añadir- exigió la eliminación de los perros callejeros que pululan por la capital de Magallanes, cuyo número se calcula en trece mil y que ya han sido responsables de varios ataques a personas, en especial a niños, en ciertas ocasiones con consecuencias fatales. Importante es agregar que pocos días después de que el purpurado emitiera sus palabras, cuarenta de estos perros aparecieron muertos, se presume que por envenenamiento. Eso bastó para que se lo acusara como instigador y hasta como autor intelectual de la matanza, y que se lo tachara en distintos sitios de internet de asesino, al punto de intentar algo impensable en Chile, como es irse a las manos con alguien vestido con sotana. Porque debemos admitirlo: más allá de que haya perdido buena parte de su influencia merced a los abusos infantiles, la iglesia católica continúa siendo intocable en este país, y prueba de ello es que hasta ahora ninguno de sus consagrados, ni siquiera los más abyectos violadores de niños, habían estado tan cerca de recibir golpes físicos. Todavía más: ni en esas situaciones los ciudadanos comunes se han atrevido a acusar a los involucrados sin antes contar con evidencia irrefutable, lo cual no ocurre con otros colectivos. Tampoco les pasó algo por el estilo a quienes suelen saturar los medios de comunicación con sus irritantes prohibiciones moralinas. Pese a los acontecimientos recientes siempre permaneció aquel temor a lo divino (o de acuerdo a la forma en que se le mire, un irracional miedo al cuco).

¿Y qué sucedió para que de la noche a la mañana un tumulto, similar a los zombis de Romero, se abalanzara nada menos que contra un obispo, y tratara de morderlo de idéntico modo que los perros que ocasionaron esta discordia? Quizá la explicación certera se encuentre en un eventual choque de fanatismos. Por un lado, el catolicismo más estructural e institucional, cuyos representantes, y ésta no fue la excepción, acuden a esa ascendencia malsana que poseen sobre la sociedad chilena, con el afán de imponer sus apreciaciones con la misma prepotencia de los inquisidores de antaño (y de la actualidad). Por el otro, los auto proclamados defensores de los derechos de los animales, quienes tienen sus propios movimientos religiosos a sus espaldas como Nueva Era, y que aparecen cada vez que se produce un problema de estas características, con sus diatribas sustentadas en la emotividad más elemental y renunciando al menor atisbo de asidero científico. Bartes actuó como suelen hacerlo los curas: desde la testera de quien se siente como el único poseedor de la verdad pues está ahí por mandato divino. Sin embargo su peor enemigo no fue el desprestigio en el cual ha caído la institución que representa a causa de los pecados de sus colegas. De acuerdo: es un antecedente a considerar; pero por debajo de lo que significa enfrentarse a otro grupúsculo que a su vez también se cree depositario de la certeza absoluta e irrefutable. ¿Por qué, si de colocar ejemplos se trata, no se atacó a algún prelado de la misma manera, cuando una pandilla de neonazis asesinó al joven gay Daniel Zamudio, si los integrantes del clero criollo venían formulando de modo sistemático sendas declaraciones en contra de la homosexualidad, oponiéndose no sólo al matrimonio, sino a cualquier instancia civil que regulara sus relaciones? Se los podría haber acusado igualmente de instigadores, si se comparan las circunstancias que desencadenaron ambos incidentes.

Y no obstante, todos quienes aborrecían a la iglesia católica por diferentes motivaciones, permanecieron inactivos durante este tiempo. Más allá de los insultos que se lanzaban en las conversaciones de sobremesa o en los comentarios virtuales, nadie llegó a una situación que, según el derecho canónico, acarrea la excomunión del feligrés que la ejecuta. En cambio, los defensores de los animales aunaron en su seno la fuerza suficiente como para arrastrar tras de sí el odio acumulado contra el romanismo y canalizarlo además en una persona específica, en circunstancias que esa misma reverencia tradicional hacía que los escupitajos fuesen dirigidos a la "Santa Madre" en términos generales sin dar nombres, al menos de altos cargos. ¿Una nueva señal que indica el retroceso total y definitivo de los papistas? No, pues lo que estamos presenciando es en realidad la sustitución de un extremismo religioso por otro. Sustentado también por gente de buena situación económica y social. Algunos de quienes son vecinos de sujetos que abandonan mascotas que luego pasan a engrosar la lista de callejeros, y lo saben y empero no se atreven a denunciarlo por temor a perder sus contactos y ser objeto del repudio de sus pares. Lo cual se torna en más que una simple conjetura, en especial si se considera que existen pruebas muy fuertes en relación a que determinados participantes del ataque a la catedral a Punta Arenas habrían estado involucrados en la matanza de los perros.

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