domingo, 11 de noviembre de 2012

La Fobia a Obama

No pretendo gastar tiempo rebatiendo a quienes aseveran que Barack Obama es, si no el anticristo, al menos uno de los más evidentes anticipos de su llegada. Una afirmación como ésa es tan indefendible desde el punto de vista teológico, social o cultural, que sólo cabe sentir lástima por una persona que piensa así, se trate o no de un cristiano (aunque tratándose de un seguidor de Jesús, no se puede dejar de mover la cabeza de manera no aprobatoria, porque un mínimo conocimiento de la doctrina y una lectura con una simple guía del Apocalipsis debieran ser suficientes para notar que se está incurriendo en un grave error doctrinal, por lo que se puede llegar a afirmarse que están fallando los líderes y los hermanos de mayor experiencia, justamente los convocados a instruir a los neófitos). Sin embargo, resulta interesante analizar la postura de quienes cuestionan al recién reelecto presidente norteamericano, en el sentido de que algunas medidas tomadas por su gobierno, y que forman parte del paradigma de su grupo político, como una mayor tolerancia hacia la homosexualidad, el aborto y el relajamiento moral en general, o un intento por incrementar la participación del aparato público a través de un alza en los impuestos, la redistribución forzada de la riqueza y una mejoría sustancial en iniciativas destinadas a auxiliar a los más desposeídos: acabarán en la ruina de los Estados Unidos como nación y pueblo, pues estas conductas se englobarían en una tendencia de parte de los ciudadanos a abandonar los supuestos "planes de Dios", alentada además por las autoridades. El temor de aquellos que objetan estas actitudes, radica en la posibilidad de que se replique con el país del norte lo sucedido con el Israel del Antiguo Testamento, cuando la población se entregó a la idolatría y como consecuencia el Señor desistió de brindarles protección, derivando todo ello en las invasiones asirias y babilonias con su consiguiente destierro. Ahora, por tratarse de una región poderosa a nivel mundial, el descalabro sería de proporciones más que catastróficas.

Quizá a estas personas les sería bueno revisar la historia norteamericana, en especial lo concerniente a su economía, de los últimos veinte años. Ahí nos encontramos con una década, la de 1990, en la cual el país conoció una prosperidad financiera como pocas veces la había conocido, auge del cual fue un gran responsable la administración de William Clinton, donde se desarrollaron una serie de medidas destinadas precisamente a garantizar la permanencia y la mejora constante de dicha bonanza. Sin embargo, el relativismo moral, más bien la falta de atención sostenida hacia la moralina tradicional norteamericana que caracterizó a aquella época, comenzó a irritar a los votantes gringos más cercanos al conservadurismo religioso, aunque varios de ellos fueron beneficiados con la explosiva expansión de esos años. El escándalo Lewinsky, que tuvo más de morbo sensacionalista que otra cosa -aunque dicha actitud es característica de los sucedáneos más vulgares del puritanismo yanqui, dejando en claro que el puritanismo propiamente tal en caso alguno es chabacano- acabó por envalentonar a este tipo de detractores, los cuales optaron por castigar las infidelidades de Bill en la figura de su vicepresidente, quien perdió las elecciones de 2000 en favor de George W. Bush, devoto cristiano metodista quien no olvidaba mencionar al Señor en sus discursos y representaba esos valores familiares que el dinero y el bienestar monetario estaban desplazando. Y este hombre, quien arribó con la promesa de erradicar la enseñanza de la evolución de las escuelas y de impedir el acceso de anticonceptivos a los menores de edad, en un año gastó todo el superávit fiscal dejado por su antecesor, metió a su pueblo en dos guerras interminables que han acarreado una infinidad de ciudadanos muertos, y como corolario, sumió a su nación en una crisis sin precedentes de alcance internacional, tan grave que aún hay un gran número de zonas del planeta que la están padeciendo. Entre ellos, muchos de esos norteamericanos medios que estaban ansiosos de que con este gobernante retornasen las viejas costumbres que marcaron la idiosincrasia de un territorio temeroso tanto de la ira como de la misericordia del Altísimo.

Es sencillo. El presidente que estaba llamado a frenar la denominada corrupción moral, y que señalaba con el dedo hasta los sitios más recónditos, en su país y en el extranjero, donde según él -justificándose en un supuesto mandato divino- se ocultaba el pecado, resultó ser uno de los más corruptos e inmorales de los últimos tiempos, aparte de inepto e ineficiente. Y no sólo se pueden mencionar la consideraciones listadas en el párrafo anterior. Un ejemplo muy puntual se halla en el desastre provocado por el huracán Katrina, cuyas consecuencias habrían sido menos severas de haberse reparado los diques que protegían a New Orleans del mar, acción para la cual existían fondos aprobados, pero que fueron desviados hacia la guerra en Irak. Otra situación digna de incluir son los diversos casos de estafa financiera a gran escala llevados adelante por conspicuos representantes del poder económico y religioso estadounidense, varios de quienes cedieron aportes pecuniarios a las campañas políticas de Bush y compartían sus planteamientos, como el caso Enron y la serie de fraudes de bolsa descubiertos a propósito del desplome acaecido en 2007. Son muestras de felonía ética que precisamente contradicen los aspectos más elementales de los denominados "valores cristianos tradicionales" de quienes este círculo de personas se enorgullece a cada instante, no solamente de sostenerlos y difundirlos, sino también de imponerlos a los demás mediante su reciedumbre social, cultural y monetaria, una condición que los hace verse a sí mismos como escogidos para guiar a las masas, que al ser pobres de inmediato se transforman en niños malcriados e ignorantes.

Si ese ideal conservador norteamericano se ha ido perdiendo, es gracias a sus mismos practicantes, que han terminado obrando de manera contraria a lo que afirman defender. Ya experimentó una desazón considerable con las legislaturas de Richard Nixon, uno de los presidentes más corruptos e inmorales de toda la historia norteamericana, quien hasta la fecha es reivindicado por quienes hacen advertencias con carácter de escándalo en contra del relativismo. Bush parece haberlo sepultado, luego de que sufriese una sofocación por vómito ahogado en sus propias incoherencias. Obama, y antes Clinton, aunque hasta cierto punto, sólo han pretendido rescatar los aspectos positivos de aquella moral, como la disciplina económica, la honestidad, la austeridad y la justa acumulación de riqueza -que se traduce en esfuerzos por mejorar la situación de los menos acaudalados-. Frente a la coyuntura actual, es un aspecto que reviste más preocupación, en lugar de la conducta privada del ciudadano pedestre. Sí, la homosexualidad y el aborto son pecados, pero también lo son el robo y la mentira, conductas que han marcado la crisis económica mundial originada precisamente en Estados Unidos. Y aunque les pese a ciertas personas, estos relajados y en apariencia amorales gobernantes lo están efectuando de manera menos mala que sus pares más devotos. No sólo en términos simplemente sociales, sino también en otros que se relacionan con la doctrina cristiana. Y al final, llegando el momento, a todos Dios les pedirá cuentas.

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