domingo, 4 de noviembre de 2012

El Hábito de las Cristianas

Por estos días, en Brasil se ha producido un explosivo crecimiento de lo que algunos tienden a llamar la "moda evangélica": vestidos largos, sobrios y de apariencia austera, muy característicos de las mujeres cristianas, están siendo solicitado cada vez con mayor frecuencia, tanto entre damas convertidas como seculares, al punto que han surgido empresas de diseño y confección especializadas en el asunto, algunas dirigidas por hermanos reformados y otras no. Todo en un país famoso en el mundo por el Carnaval de Río, las playas atiborradas de personas -féminas y varones- con diminutos bañadores y el más desenfrenado libertinaje sexual, pero que en el último tiempo ha sido testigo de un sostenido auge de la fe denominada protestante, que de manera progresiva le está arrebatando almas al romanismo -en la primera nación a nivel global por su número de católicos- y a expresiones de hechicería como la macumba y el candomblé.

No sé si acá se pueda aplicar aquello de que "el hábito no hace al monje". En particular porque, al menos en el caso de las cristianas, la opción parece ser completamente honesta. Sin embargo, cabría preguntarse qué se busca con la inclinación a usar ropas que en el ámbito de las convenciones sociales son consideradas como más recatadas. Por supuesto que las respuestas saltan de inmediato. Lo que se pretende es antes que nada evitar la lascivia y la ostentación, en cumplimiento de un mandato bíblico estipulado en especial en las cartas de Pablo pero que cruza la casi totalidad de las Sagradas Escrituras. Ello en el entendido de que una vestimenta empleada con el propósito de llamar la atención debe hacerlo en el sentido de despertar un deseo sexual en el género opuesto, un efecto resumido en la expresión "atrapar las miradas". Por ende, cuando una persona utiliza trajes que de manera voluntaria o inconsciente hacen detener los ojos de los transeúntes, de acuerdo con este predicamento, lo que trata de hacer es cazar a alguien que satisfaga sus apetitos, pero al mismo tiempo, calmar su propio egocentrismo, al recibir elogios -entre los que se cuentan los piropos- por las prendas que ha escogido para salir a la calle. Es uno de los tantos casos en los casos las palabras libertinaje y lujuria se pueden aplicar como sinónimos.

La situación se complica cuando nos detenemos a observar a los portadores de tales vestimentas. Existen mujeres, incluso cristianas, que son capaces de desplegar altas dosis de sensualidad, incluso a nivel de la malicia, con el uso de polleras y trajes largos. En algunas ocasiones no se les puede achacar la culpa pues de hecho no están conscientes de su potencial. Pero hay otras que lo saben y explotan de manera sistemática el atractivo que provocan. Y lo hacen por motivos que tal vez no son sexuales, pero que sí están relacionados con la búsqueda de felicitaciones, comentarios favorables y por qué no admitirlo, la posibilidad de que le lancen un cumplido por ahí. Por ejemplo, aquellas damas que lucen sus mejores ropas en el culto dominical, con la intención de que los demás asistentes al templo digan que la hermana toma con el más venerable de los respetos el asunto de presentarse frente al Señor (o en sentido negativo, para que no tachen a la aludida de descuidada e insolente). Lo que se espera genere una reacción en cadena: un hábito llamativo dentro de los cánones del evangélico medio, es causa de encomios, lo que se traducirá en una mayor aceptación de los miembros de la comunidad hacia su portador. Más todavía, para una soltera o un soltero ansioso de obtener pareja esto también acarrea dividendos de carácter sexual: un integrante del género opuesto en idéntica condición lo mirará con detención e intuirá que es un correcto y ferviente devoto de Cristo, por lo que tratará de allegar su humanidad quizá con la manifiesta esperanza de acabar en un feliz matrimonio.

Algo de eso acontece con esta "moda evangélica" surgida en Brasil. Quienes la adquieren buscan ser atractivos para un segmento de la población que les interesa especialmente, para terminar constituyendo familias estables. De paso, tratan de que los demás los identifiquen como pertenecientes a una determinada cultura y como defensores de ideas específicas (lo que en sí no tiene nada de malo: de hecho ésa ha sido una de las motivaciones esenciales que ha dado origen a la ropa, desde los trajes típicos hasta el diseño para pasarelas). Más aún: el atractivo provocado por las polleras y los cuellos y corbata en el caso de los varones, cuenta además con un elemento proselitista, ya que muchos lo emplean con la finalidad de llamar la atención del descarriado y que a través de la sobriedad y el orden comprenda de que aquí existe una oportunidad de corregir los aspectos confusos de su existencia. Lo que se debe entender es que ningún tipo de ropa es indiferente a los ojos de los transeúntes, y que a diario los cristianos, y por supuesto las cristianas, juegan con ese fenómeno en beneficio propio o de la causa. Por lo tanto, lo que se debe procurar es que los atavíos no se terminen transformando en ataduras.

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