domingo, 11 de septiembre de 2011

Los Héroes Suicidas

A propósito de la conmemoración del décimo aniversario de los atentados del once de septiembre de 2001 en Estados Unidos, donde miembros de Al Qaeda arrojaron aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas y el edificio del Pentágono, se me viene a la cabeza una curiosa forma de analizar el destino del vuelo 93 de la United Airlines, que al parecer estaba dirigido contra la Casa Blanca y en concreto, contra el entonces presidente norteamericano, George W. Bush. Todos sabemos que aquella nave terminó en un descampado en Pennsilvania, de acuerdo a los datos recopilados -pues al igual que ocurrió con los otros malogrados aparatos, en éste tampoco se registraron sobrevivientes-, porque los secuestrados decidieron tomar la iniciativa y frenar la acción de los terroristas, lo cual incidió en que el artefacto se precipitara a tierra.

No quiero aquí ahondar en los detalles que desencadenaron el particular siniestro de este avión. Algunos llegaron a especular que nave militar estadounidense lo habría interceptado y derribado, teoría que desde el principio se mostró como inverosímil pasando a engrosar la lista de las conspiraciones descabelladas que se han tejido en torno a estos atentados. Otros plantearon que los mismos pasajeros sacaron a los extremistas de los controles (al igual que sus camaradas que se apropiaron de los otros tres artefactos, los miembros de Al Qaeda degollaron a la tripulación antes de tomar el mando de la nave), conscientes de que ya no habría ningún piloto disponible y que por ende su acción los llevaría a una muerte segura. Ahora, de acuerdo a la información extraída de la caja negra, la hipótesis más aceptada es que uno de los terroristas, al prever el fracaso inminente de la misión, decidió conducir el aparato hacia abajo y contentarse con cargarse a los infieles que llevaba a bordo. Hoy esta última conclusión funge como una versión oficial, y así es tratada en la innumerable cantidad de telefilmes dedicados al acontecimiento que las cadenas de cable están exhibiendo por estos días.

Lo interesante es detenerse en la conducta de los pasajeros, que fue la que finalmente los llevó a la muerte. Ignoro cuántos de ellos eran cristianos, y en especial, cuántos eran evangélicos conservadores o pertenecientes a alguna de las variantes del llamado "cinturón bíblico", que por cierto es la misma corriente que profesa el ex presidente Bush, destinatario final de este atentado. Sin embargo, un aspecto que diferencia a los musulmanes fervientes de los hijos del camino fervientes, es que estos últimos descartan a todo evento la auto inmolación como forma de entregar un testimonio de fe. Bueno: en realidad es una actitud que debe ser rechazada, por un asunto de doctrina, por cualquiera que se defina como seguidor de Jesús. Y sin embargo, las personas del vuelo 93, independiente de las causas que hayan posibilitado el siniestro final del avión, llevaron a cabo una cadena de acciones que remataron en su propia eliminación. De haber logrado sacar a los terroristas del control de mandos, que al parecer era la idea original, sólo habrían sido los detonantes de que el artefacto se cayera. Y si bien los antecedentes más fidedignos dan a entender que fue un miembro de Al Qaeda el responsable postrero del accidente, de todas maneras éste obró presionado por la rebelión de sus rehenes. En definitiva, los viajeros cometieron un suicidio indirecto, necesario para evitar un desenlace aún más fatal, que es el detalle que termina instalándolos en el pedestal de los héroes.

¿Es admisible, bajo el punto de vista del dogma cristiano, la conducta de los pasajeros del vuelo 93? Desde luego que sí, ya que un mandato esencial para todos los hijos del camino, es evitar la propagación del mal; y si éste se ha desatado, impedir que su daño sea aún mayor. Para lo cual es legítimo valerse de todas las estratagemas posibles, salvo aquellas cuya ejecución a su vez genere nuevas variantes del mal. Excepción que claramente no se daba en el caso que nos atañe, ya que las únicas víctimas colaterales iban a ser precisamente los terroristas islámicos, quienes ya habían decidido morir. Pero lo curioso es que, finalmente, una acción no sólo heroica, sino también gloriosa, pueda emerger desde una conducta que en el marco teórico es unívocamente tildada de reprochable. Que además, era una característica esencial de los villanos de este cuento, que fueron humillados en su misma ley. Es a lo que pretendo llegar. La doctrina, por mucho que abunde en sentencias teológicas que deben ser acatadas en tanto verdad revelada -a nadie se le ocurriría cuestionar a estas alturas, por ejemplo, la Trinidad-, adquiere su razón de ser cuando es aplicada al contexto ambiental en el que cada ser humano vive. De ahí que en la Biblia se insista que más importante que las cualidades son los frutos y que aunque las buenas obras no constituyen un boleto de salvación, de igual modo la fe sin obras es insípida. Eso es algo que debiera considerar la gente que pertenece al llamado cinturón bíblico o que profese cualquier versión conservadora o estática del evangelio, que tiene una opinión fija sobre asuntos morales o culturales. A veces las sacudidas fuertes hacen que el espíritu se mueva, y amplíe su radio de influencia, tornándose atractivo para personas que pertenecen a distintas etnias o tienen diversas orientaciones sociales y políticas.

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