domingo, 10 de abril de 2011

La Amenaza del Islam

Hay un aspecto de la religión islámica que sus detractores, en especial los europeos, nunca han considerado. Mejor dicho, jamás ha sido tratado por quienes lo objetan basándose en los llamados "principios de la democracia liberal" y que pretenden que los identifiquen con el sector más tolerante del espectro social. Pues los sectores más conservadores y agresivos sí se han percatado de su existencia, pero no se han atrevido a divulgar su descubrimiento por temor a caer como sospechosos de conductas retrógradas y nocivas: eso que en el primer mundo es calificado como "incitar al odio" y que en algunos países es incluso condenado con penas de cárcel ( y cuyo peor estigma no es precisamente la eventual temporada en prisión ni el rechazo público, sino la facultad que tiene este delito de colocar a su victimario al mismo nivel de los peligrosos enemigos que asegura combatir). Aquel factor oculto no es el integrismo de algunos musulmanes -que aunque a ratos no lo parezca son una minoría-; ni los supuestos vejámenes con que suelen someter a sus mujeres y que provocan tanto escándalo en los representantes de los "valores occidentales del universo libre". El asunto más bien se retrotrae a la motivación y el origen históricos del islam, en particular a su esencia teológica más elemental.

                                              Mahoma fundó este credo convencido de que estaba llevando a cabo un proceso de depuración del cristianismo, con la intención de conseguir la religión más perfecta posible. Por eso es que, al menos en términos generales, se puede decir que los musulmanes alaban a la misma divinidad de los cristianos y los judaístas. De hecho el nombre de Alá se suele traducir por Dios, vertido que si bien puede resultar inaceptable a los ojos de un seguidor de Cristo, empero es el procedimiento correcto. Esto implica que, pese a las diferencias que entre ambas concepciones se han suscitado a través de los siglos -y que obedecen al curso de la historia más que a los derroteros intelectuales que cada creencia ha tomado-, cuentan con aspectos de origen comunes o en el peor de los casos relacionados, que no obstante acaban por entrelazarlas. Luego, tales coincidencias provocan un efecto en los neófitos o en aquellas personas que han abrazado una fe durante décadas sólo porque la han heredado de sus padres, la cual no les está entregando respuestas y por lo tanto los tiene hastiados. Así ocurrió en la península arábiga a comienzos del Medioevo, cuando las doctrinas de Jesús y los ritos paganos ancestrales se mostraban inútiles para sacar a los habitantes de esa zona de la pobreza y el subdesarrollo, mientras uno de los suyos les ofrecía esta nueva versión donde además se les prometía el rol protagónico. Lo mismo habían conseguido poco tiempo atrás los discípulos del camino, que convirtieron almas entre los fieles de Zoroastro y Mitras, dos personajes de la mitología cuyas biografías tienen sorprendentes paralelos con la vida terrena de Jesucristo, y que también apelan al monoteísmo liderado por el hijo de un dios. Fue ésa la base inicial de la iglesia primitiva antes que los templos grecorromanos. Y así pasó también con la Reforma, que encontró sus primeros interesados en donde aún no había penetrado con gran fuerza el culto a las imágenes.

                                                                                                      Con Mahoma, un caudillo a medio camino entre lo religioso y lo político -como por lo demás, sucedió en casi toda la historia de la humanidad al menos hasta el siglo XIX-, el trasvasije estaba asegurado. Bastaba transmutar unas cosas por aquí y por allá, como cambiar el nombre del último profeta antes del apocalipsis -que debía ser árabe- y simplificar la teología cristiana, como ya los discípulos de Jesús habían obrado con las ritualidades de su tiempo, a fin de que la nueva idea prendiese como pólvora en una población desvalida, desorientada y sin esperanza. Ese mismo atractivo es el que en la actualidad le está permitiendo al islam ingresar a distintas partes del globo con una fuerza avasalladora, la misma con la cual su fundador extendió un imperio que duró sólo unos cuantos años tras su fallecimiento. No se trata exclusivamente de la masiva inmigración: en América Latina acaeció algo similar allá por 1900 y casi la totalidad de esos extranjeros terminaron convertidos al catolicismo. Tampoco se puede culpar a la proliferación de los medios masivos de comunicación, muchos de los cuales están empeñados en montar una campaña del terror contra el mahometanismo y lo que representa. Acá nos hallamos en presencia de una religión nueva, poco conocida -lo que siempre despierta interés- que además cuenta con el mote de ser disidente, factor que no sólo está presente en su nacimiento, sino en la relación que durante las épocas ha mantenido con su "padre", el cristianismo, cuyos dirigentes políticos sometieron sus territorios a una condición de colonia por bastantes años. A eso deben agregársele más curiosidades, por ejemplo que este credo es una ramificación simplificada que efectúa la cantidad precisa de "correcciones", y que sus seguidores, que aparte de todo cuentan con la posibilidad de aprenderse lo poco que necesitan saber de su fe de memoria, están llenos de vitalidad a la hora de realizar actos de proselitismo. Y nadie puede negar que eso último es un argumento de peso frente a unas instituciones, las cristianas, desgastadas, que han decidido renunciar al monopolio de la verdad, incluso a la verdad parcial o la verdad en sí, avergonzadas por los horrorosos acontecimientos del pasado.

                                                                                                 Muchos tratan al islam como una superchería de beduinos ignorantes que sólo se desvelan por sus camellos. Un desprecio que, al igual que tantos casos anteriores, sólo contribuye a alimentar al monstruo. Y que desde luego es una equivocación sideral, no porque a lo largo de la historia haya quedado demostrado que para defender el monoteísmo era necesario, aparte de los cojones correspondientes, un sólido material racional. Sino debido a que desde sus inicios los clérigos musulmanes han sabido sintetizar su fe y enseguida dirigirla hacia la población que producto de las coincidencias doctrinales, es la más propensa a ser absorbida. En tal sentido, el cristianismo se ubica en la situación inversa de la que se encontraba en el siglo I. Y ésa es la real amenaza del islamismo, la misma que los conservadores advierten pero no se atreven a divulgar por temor a ser ridiculizados. La misma que los liberales, en medio de las burlas contra los turbantes y las burkas, no son capaces de divisar. Y que por la cada vez más desorientada dirección de los fieles cristianos, parece destinada a conquistar el territorio que se ha propuesto alcanzar.

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