domingo, 20 de junio de 2010

Un Técnico Que Ve Estrellas

Por tratarse ante todo de un circo, el fútbol de vez en cuando, da lugar para esas noticias anecdóticas, extravagantes y patéticas, las cuales, por la sola conjunción de aquellos adjetivos, finalmente sólo pueden calificarse de incomprensibles. Y si el trasfondo es la Copa Mundial, el morbo, con sus beneficios derivados, es bastante mayor. Pues bien. En el torneo que por estos días se disputa en Sudáfrica, ha aparecido uno de esos personajes que ha tendido a llamar la atención por sucesos pintorescos, muy alejados de lo que se esperaba en principio de él. Se trata de Raymond Domenech, el entrenador de Francia, seleccionado que está a punto de sufrir una temprana y humillante elimimación del campeonato, lo que ha venido siendo acompañado por intrigas al interior del plantel y de la delegación, que a su vez, han desencadenado insultos, escupitajos y pugilatos, en medio de una intriga que tiene al técnico de ese representativo como principal protagonista. Pero no sólo, ni siquiera principalmente, por los malos resultados de sus dirigidos; sino que además por un factor que se considera la causa más importante de tal estado de cosas: su ciega creencia en la astrología, que le ha impulsado a no convocar a jugadores clave del equipo, o en su defecto mantenerlos en la banca de suplentes, porque un tarotista le ha asegurado que nacieron bajo un signo zodiacal que no compatibiliza con otro, o bien, porque los atributos asignados a determinada constelación no se condicen con los del puesto del futbolista en la cancha, por ejemplo un Leo que no puede ser delantero porque supuestamente son de carácter fuerte y eso hace más recomendable retrasarlos a la defensa. Lo cierto es que, en un lugar cuyos habitantes se vanaglorian de su racionalismo, una conducta que muchos consideran cercana a la ridiculez está pesando de manera decisiva en determinaciones que pueden marcar el éxito o el fracaso.

Pues, es preciso recordarlo, desde la Toma de la Bastilla, Francia ha sido vista como un modelo de libertades individuales y una adveretencia contra las supersticiones y las ideas no reflexivas, dos comportamientos que se le suelen achacar a las religiones. Con acaecimientos más recientes, como las protestas de 1968 y el reciente retiro forzado de los símbolos eclesiásticos en los lugares públicos (incluida la prohibición de que las estudiantes musulmanas vayan a la escuela con velo, lo cual ocasionó una fuerte controversia en su momento), dicho mote parece afianzarse. A esto se debe agregar que los franceses, pese a ser uno de los pueblos que tiene y que siempre ha tenido relaciones fluidas con el Vaticano, empero jamás han renunciado al intento de enrielar y domesticar a la iglesia católica en su propia concepción filosófica y social, al punto de que durante la Edad Media consiguieron trasladar por algo más de setenta años el pontificado a Avignon, y en épocas posteriores, se esmeraron en formar una conferencia episcopal que contase con rasgos autóctonos, incluso aceptando el riesgo a ser acusados de herejía, como en efecto le ocurrió al galicanismo. No obstante tal esfuerzo por superar lo que se considera puras supercherías, los muchachos de las Galias, como suele pasar cuando se escarba lo más mínimo debajo de cualquier estereotipo, están jalonados de hechos que contradicen, a veces de manera especialmente violenta, sus supuestas argucias distintivas expuestas aquí. Para empezar, su proceso de creación de una conciencia de nacionalidad fue obra de una campesina analfabeta que aseguraba ver imágenes de la Virgen María, donde ese ícono le ordenaba tomar la espada y guiar a su país a la victoria en la Guerra de los Cien Años. Pues bien: esa hortelana, conocida como Juana de Arco, es hoy una santa católica. En la misma Revolución Francesa -que no por nada es también conocida por el apodo de "régimen del terror"-, muchos intelectuales e incluso científicos fueron guillotinados, como Antoine Lavoisier, pues, al enunciar la ley de conservación de la materia, atentaba contra los principios de cambio y de movilización grupal inherentes a esa clase de procesos. Y luego, las gestas de Napoleón, cuya mayor motivación era expandir los principios revolucionarios por toda Europa, mediante una imposición de carácter imperialista y belicista. Es decir, bien poco racional, como acontece en los tiempos contemporáneos con Estados Unidos y su guerra contra el terrorismo, a la que los gobernantes franceses se han opuesto públicamente en reiteradas oportunidades.

Retomando el tema medular, es de cierto modo risible la forma de abordar los delirios cosmológicos del señor Domenech. Desde luego, un sector significativo de la opinión pública francesa está indignada con el comportamiento de su seleccionador. Pero más allá de algo que medianamente se ve como una consecuencia lógica -la confianza ciega en la astrología como sinónimo de magros resultados-, los medios de comunicación se han tomado el asunto como un chiste frívolo y apenas se han detenido a examinar el peligroso nivel de fanatismo religioso que ese hecho contiene. Y es una lástima, si se toma en cuenta la celosa persecución que han ejercido sobre los islamistas radicales -preocupación comprensible y justificable, en todo caso- o las aprehensiones que sin tapujos manifiestan acerca de los distintos credos cristianos. En este punto resulta interesante detenerse: pues, admitiendo a Francia como la encrucijada de un empirismo lógico que por su sola naturaleza se opone a la fe dogmática, y cuya consecuencia más palpable es la proliferación de ateos, agnósticos y no religiosos dentro del marco de la tradición cultural gala, enmarcada en los conceptos de la civilización cristiana occidental: tenemos como conclusión que sus habitantes debieran tender a abandonar los templos, símbolos de la superstición insulza. Y en efecto, los aludidos obran así. Pero lejos de seguir el camino trazado por Auguste Comte, se vuelcan hacia alternativas que en su origen le deben prácticamente todo al aspecto religioso, como este asunto del Zodiaco, derivado de antiquísimos cultos persas. Una transformación que los mencionados agentes de opinión no quieren o no son capaces de observar, al preferir el camino fácil de la broma de sobremesa, que en cualquier caso, tratándose de acontecimientos tan burdos, se yergue como una oferta tentadora.

Lo extraño, y en seguida detestable, es que cuando se trata de religiones establecidas no se mide con la misma vara. Por ejemplo, con el evangelismo de Kaká, que ha dado pie a comentarios que especulan desde una supuesta falsedad de sus pensamientos, hasta la pertenencia a una secta destructiva lavadora de conciencias. Y es cierto que en el accionar del brasileño aparecen actos discutibles, como, a propósito de su pretensión de no tener sexo antes del matrimonio, finalmente haberse casado con una menor de edad. Además que se hizo expulsar torpemente en el último desafío de Brasil, poniendo en duda la virtud de la templanza que por mandato bíblico debiera expresar todo cristiano. Pero al menos, estamos ante un brillante jugador a quien su fe no le impide ser un inmenso aporte a su equipo. Todo lo contrario de Domenech, a quien el permanecer impávido mirando las estrellas le ha reportado el repudio de sus connacionales, incluidos quienes se hallan bajo su mando, porque como la Inquisición o Al Qaeda, con su actitud de anteponer sus creencias sólo está haciendo mal. De todas maneras, tanto Jesús como los escritores neotestamentarios lo estamparon: por sus frutos los conoceréis.

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