domingo, 6 de junio de 2010

Obligados a Elegir

No se ve muy bien que la Concertación trate de contrarrestar el más reciente intento en favor de la inscripción automática y el voto voluntario, promoviendo a su vez el sufragio obligatorio. Y no porque el proyecto de ley sea iniciativa de la administración derechista, o que la mentada idea de los opositores acabe siendo una odiosa imposición. Sino, porque un planteamiento así apenas oculta su intención de proteger los intereses de quienes los emiten, sospecha que se refuerza al constatar que ciertos personeros han manifestado y reconocido abiertamente su cambio de opinión, defendiéndose con explicaciones manidas o rebuscadas, que buena parte del electorado, incluso entre sus más acérrimos partidarios, simplemente no cree.

Es cierto que la abstención, ya sea en su versión activa o pasiva (los votos blancos y nulos), suele inclinar los comicios en favor de los grupos conservadores o de quienes representan a los sectores más acomodados. El primer mundo nos entrega, a cada rato, ejemplos muy contundentes de ello. Pero cuando estos factores se juntan, y provocan los resultados recién mencionados, lo hacen por causas muy fáciles de individualizar y sobre las cuales no se puede culpar a quienes hayan renunciado a su derecho a sufragio. Una de las más sobresalientes, probablemente la más común, suele ser la falta de una alternativa real en los partidos izquierdistas, que aliente a sus seguidores a llevarlos al poder. Este hecho se ha tornado palpable en varios países de Europa(no todos, aunque cierta prensa afirme lo contrario), donde las colectividades socialdemócratas se han quedado sin un discurso coherente que ofrecerle a la población, ora por el fantasma del fracaso del comunismo, ora porque se sienten conformes con los beneficios de su situación. Lo cual las ha arrinconado en un alarmante retroceso. El mismo que experimentó la Concertación en diciembre de 2009 y enero de este año, debido a que la propuesta para obtener una quinta legislatura consecutiva, simplemente era impresentable. En tal sentido, me adhiero a quienes aseveran que la pasada elección no fue ganada por Sebastián Piñera, sino que la propia alianza de centroizquierda se dejó perder.

Ahora, uno puede comprender la inquietud de determinados personeros, quienes temen que ante un escenario de voto voluntario, el actual gobierno haga de muy poco a nada por estimular el derecho a sufragio, por un asunto de conveniencia, llegado incluso a desentenderse de deberes que le competen en cuanto a su rol público y que son inherentes a garantizar el acto de sufragar, como son la disponibilidad de recintos o el traslado de los ciudadanos que viven en zonas aisladas. Pero de cualquier forma, un reclamo en tal sentido se fortalece cuando se mejoran las instancias de participación popular, las que por cierto, la Concertación redujo durante las dos últimas décadas casi exclusivamente a las elecciones. Durante la legislatura de Patricio Aylwin, se trabajó de manera metódica para cerrar o al menos disminuir la influencia de los medios de comunicación que habían sido críticos de la dictadura. Después, Eduardo Frei tejió una impresionante red de espionaje contra todo movimiento que pusiera la más mínima objeción a la orientación de su gobierno (empresarial, de libre mercado y excluyente con las organizaciones laborales y estudiantiles). Lagos y Bachelet, por su parte, se encargaron de demonizar a colectivos que en la vereda de enfrente eran señalados como peligrosos: mapuches, tribus urbanas, consumidores de marihuana. Finalmente, se ven en la urgencia de proteger la última parcela que les queda, so pena de caer en el abismo sin retorno.

Siempre me he preguntado hasta qué punto puede llegar la ingenuidad de la Concertación. En todo caso, eso es lo que se precisa para creer en una estructura política, social y económica delineada por un dictador. Además del indispensable toque de hipocresía, claro está. Pues a los dirigentes de la oposición, en momento alguno, se les debe pasar por la cabeza que su propuesta, en caso de ser aprobada, sólo podría contribuir a aumentar la cantidad de papeletas nulas y blancas, donde lo más atrayente será leer las dedicatorias anexas de los indignados sufragantes. Lo cierto es que, si desean recuperar un electorado que ellos mismos se negaron a representar en favor de intereses personales, lo que debieran hacer es armar un discurso creíble que de verdad recoja las inquietudes del pueblo. Los ejemplos de lugares donde la izquierda estaba deprimida, y que parecían inundados por una cultura de la abstención; pero donde la situación experimentó un brusco cambio, sobran. Si los mandamases de la Concertación optan por superar su propia apatía (que se refleja en sus rostros, a su vez cansados y satisfechos), Chile será uno de ellos.

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