martes, 9 de marzo de 2010

Creer Después de la Prueba

En los días posteriores al violento terremoto que asoló la franja central chilena, algunos periodistas televisivos les hacen, no sin un dejo de sorna, preguntas capciosas a los creyentes, respecto del hecho supuestamente contradictorio, de que un ser superior infinitamente bueno como es Dios permita el sufrimiento. En la calle, muchos ciudadanos de a pie se formulan la misma interrogante. Especialmente, al transitar por las plazas de las ciudades y localidades más destruidas, y observar que en una esquina, los restos de lo que fue un imponente templo virtualmente cuelgan de la nada, pareciendo clamar por una pronta demolición.

Estos cuestionamientos, en todo caso, no son masivos. Y por otro lado, es natural que sucedan. Más aún, en un país como Chile, donde la confesión cristiana dominante, el catolicismo, está cada vez más distante de los preceptos enseñados por el mismo Jesús. Pero lo más interesante es escuchar a esas mentalidades autodenominadas "progresistas", que rechazan la fe dogmática, acusándola de ser parte del oscurantismo y el anacronismo, pero que no se atreven a declarar un ateísmo abierto por temor a los curas, cuando no simplemente al qué dirán. Varios se inscriben en la lista de los agnósticos, un término tan vasto que al final se transforma en el refugio perfecto de los pusilánimes. Pero otros dan el paso siguiente y aceptan, siquiera como una referencia cultural -lo cual en última instancia se erige como un informal sistema de creencias, al contar aquella persona con una vacuidad personal en asuntos religiosos-, cultos exóticos en su mayoría de filiación ecologista y oriental, o en su defecto se inclinan por ancestrales paradigmas de origen indígena. Incluso, no falta quien ha repetido la monserga de volver a adorar a la Pachamama o de adoptar las concepciones acerca de la tierra propias de los pueblos prehispánicos, en donde dicho elemento tenía un carácter divino.

El problema es que, si estos profesantes deciden caminar hacia allá porque encuentran que la fe cristiana está caduca y no responde de forma satisfactoria las interrogantes planteadas en este artículo, entonces se verían envueltos en una contradicción aún mayor. Pues un sismo es un fenómeno que en sí es exclusivamente atribuible a la naturaleza, aunque el error humano a veces puede aumentar sus nefastas consecuencias. Y para colmo, es subterráneo, por lo que es la misma madre Gea la principal culpable. He escuchado decir a muchos ecologistas o neoeristas, que la Pachamama está enojada por el mal uso que de ella hacen las personas. ¿Pero en qué quedamos? ¿No que Dios era demasiado castigador como para ser adorado por las mentalidades más avanzadas? ¿No que las pruebas rompían la lógica del mensaje cristiano, volviéndose un vulgar subterfugio? Se supone que la armonía y el equilibrio son características interdependientes a la tolerancia. Y eso es algo que está presente tanto entre quienes exaltan a la naturaleza como en aquellos que alaban a un ser omnipotente. Que el planeta destruya a sus habitantes porque no lo tratan como a él le parece adecuado, es tan nocivo como el fundamentalismo más recalcitrante.

Ahora: admito que desconozco parte de la dinámica de estos cultos, que quizá contengan aspectos donde la educación a través del escarmiento sea vista como positiva. Pero eso no favorece a sus defensores. Al menos, no responde el planteamiento debatido aquí. Pues insisto: sus simpatizantes modernos, los presentan como una alternativa a un dogma cristiano que consideran fomenta la aniquilación. Si no son unos llanos ignorantes respecto del tema, en el mejor de los casos se entusiasman más de la cuenta con algún detalle que resulta novedoso o atractivo, cuando no ambas cuestiones a la vez. Y las preferencias que se fomentan en ese tipo de causas, son fútiles desde el punto de vista religioso y menos aún sirven para enriquecer el debate.

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