domingo, 18 de octubre de 2009

La Revancha de las Religiones

Desde el año 2005, Polonia es gobernada por Lech Kaczynski. Este político accedió al poder gracias a que las elecciones correspondientes fueron ganadas por su partido, el Ley y Justicia, de tendencia ultraconservadora, reaccionaria incluso, muy apegada a la iglesia católica. Como sabemos, ese país fue uno de los tantos que en la época de la Guerra Fría perteneció geográfica y políticamente a Europa Oriental, sector del continente donde se mantenían las dictaduras comunistas. Debido al carácter ateo -más bien habría que decir ateísta- de los llamados socialismos reales, las religiones fueron perseguidas en los territorios donde éstos se aplicaron, formando otro eslabón en la cadena de violaciones a los derechos humanos en las mencionadas regiones. Desde luego -era un asunto de supervivencia- los credos más representativos de cada lugar, que después de todo contaban con una férula que se arrastraba de hace varios siglos, se pasaron a la disidencia, y con su correspondiente dosis de victimización, se mostraron ante la población como unos héroes que luchaban denodadamente contra la opresión tiránica. En la romanista Polonia, esto se vio reforzado desde 1978, cuando un connacional, Karol Wojtila, fue elegido papa. Y tras la caída del Muro de Berlín, el catolicismo local, ahora ingenuamente elevado a un altar, comenzó de manera subterránea pero paulatina a recuperar lo perdido, hasta que uno de sus discípulos, el nombrado Kaczynski, accedió a la primera magistratura. El tipo, como sucede en todas partes, no ha dejado de relucir lo peor del papismo, que en términos generales, de por sí ya es bastante abyecto. Quiere acabar con los derechos reproductivos y la anticoncepción y restablecer la pena de muerte, eliminada justo después del fin del comunismo, como el símbolo del inicio de un periodo democrático de absoluto respeto por la vida. Además, ha montado una decidida persecución contra los homosexuales y los consumidores de drogas. Y como guinda de la torta, no ocultó su interés por fortalecer la familia y recurrió al nepotismo: designó a su hermano gemelo, Jaroslaw, como primer ministro. Pero, para demostrar que no es un simio cavernario, ha buscado la integración a la Unión Europea y a la OTAN, que junto a la insufrible moralina antes descrita, conforman las directrices de su partido.

¿ Qué tiene esta colectividad, que pese a todo, permanece incólume en el palacio de gobierno? La respuesta es simple y en gran parte, está desarrollada en el párrafo de arriba. Polonia vivió cuarenticinco años de comunismo en su variante más represiva posible, y siguiendo los consejos de Karl Marx, los jerarcas redujeron la praxis religiosa a su más mínima expresión, como antesala para su aniquilación definitiva. Esto, y su carácter totalitario, transformó al estalinismo en una suerte de credo ideológico, donde los dioses fueron sustituidos por el culto a la personalidad -casi siempre en favor del despótico gobernante- y la devoción forzada al paradigma. En definitiva, una religión destronando a otra. Situación que acaeció en prácticamente todos los países que adoptaron este vía política y económica de administración, y que, por un proceso lógico, hizo que sus habitantes se aferraran a una válvula de escape que tuviera características similares y por ende resultara en un adecuado contrapeso. Así, los templos pasaron a constituir receptáculos de protesta, y en cada zona, su iglesia mayoritaria coordinó a la oposición. Aconteció con los ortodoxos en Rusia, con los musulmanes en otras ex repúblicas soviéticas, con los evangélicos en la extinta RDA, y con los mismos católicos en otros lugares como la ex Yugoslavia ( los sacerdotes romanistas de Croacia y Eslovenia, fueron los más entusiastas en exigir la secesión en perjuicio de la ortodoxa Serbia). Sin embargo, al retorno del multipartidismo, dichas instituciones se esmeraron en recobrar por completo su sitial, apoyadas en el aval de haber luchado contra una imposición perversa. No tardaron, gracias a aquel cimiento, en conseguir sus propósitos. Y cuando al fin los obtuvieron, regresaron con sus costumbres ancestrales, más insanas que el mismo comunismo, que habrá costado cien millones de vidas en la centuria que se aplicó, pero que es un grano de arena ante los asesinatos que las mencionadas organizadas cometieron en el mileno de existencia que tienen, en esos territorios y en otros. De este modo, la ortodoxia rusa ha logrado que ahí se prohíba el ejercicio público de toda otra expresión religiosa; el catolicismo polaco ha llevado a cabo las aberraciones antes descritas ( que también acometía el estalinismo), y en la Alemania reunificada, Angela Merkel, hija de un pastor luterano que ejerció en el Este, pretende perseguir a todos los que participaron en la administración de ese régimen, así fuese como simples funcionarios burocráticos.

Ahora. En Europa Oriental, la religión fue, o al menos pareció ser, una parte del sector oprimido de la población. Así se muestra, por ejemplo, en los filmes de Andrei Tarkovski, Seregei Prokofiev o Kryzstof Kieslowski. Sin embargo, lo que ocurrió con la iglesia católica chilena fue diferente. Jamás estuvo de parte de los más violentados durante la dictadura de Pinochet, aunque un sector marginal de curas sí. Y pese a ello, tras nuestro retorno a la democracia -que por esas ironías de la historia, ocurrió de manera paralela a la de los antiguos socialismos reales- se ha abogado haber sido el estandarte de una lucha épica, y en consecuencia, se ha valido de esos ambiguos antecedentes para actuar con prepotencia sobre el resto de las personas. Su intento de imponer una férrea moralina, es equivalente al que ocurre en los lugares ya vastamente citados. Pero por estos lares, ni siquiera sufrió un despojo sobre el cual pueda justificar sus requerimientos. Muy por el contrario, los mandamases de la dictadura militar siempre le otorgaron regalías materiales y sociales al romanismo, cuya culminación fue la invitación a Chile del mismísimo Karol Wojtila, ese papa con rostro de doctor Jekyll y mentalidad de míster Hyde, que se valió del errático comunismo para reimplantar sobre el mundo las irracionales prerrogativas de la siempre asquerosa iglesia católica. Trabajo en el cual, por desgracia, le fue bastante bien.

Hay, como insiste la propia Biblia, saber distinguir a los sujetos de rostro afable que a diario golpean nuestra puerta con el propósito de ofrecernos en evangelio extraño. La iglesia católica, y la religión en general, cuando es eso y no un auténtico cristianismo, jamás será una instancia de libertad y mucho menos de verdad. Y dichas entidades fueron siempre lo primero y nunca lo segundo. Por eso el comunismo arraigó de tal manera en Europa Oriental, y por eso Sudamérica se pobló en su momento de oscuras tiranías militares ( no olvidemos que la oligarquía latinoamericana defiende una religiosidad observante y practicante a ultranza). Y como se supieron poner al alero de los más perjudicados cuando valía la pena hacerlo - aunque más por un interés de obtener beneficio propio, que otra cosa-, no necesitaron modificar sus instintos más básicos, que, en caso contrario, los habría conducido a la desaparición. En definitiva, no aprendieron nada, porque la humanidad les tomó compasión y los siguió mimando.

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