lunes, 20 de julio de 2009

La Farsa de la Maduración Temprana

Una de los absurdos que suelen venir contenidos en esos tratados sobre la adolescencia, llenos de lugares comunes y sentencias seudocientíficas, que en general las autoridades nos obligan a leer en el colegio, cuando frisamos los doce a catorce años, es aquel que reza que las mujeres maduran primero y que su pubertad es más temprana. Una tesis que nadie se ha tomado la molestia de confirmar o rectificar, pero que se continúa impartiéndose como verdad absoluta e incuestionable, a una edad donde todavía se pueden estampar convencionalismos. Y que determina una serie de estereotipos y supersticiones acerca de la diferencia de los géneros, que acompañan a la persona durante toda su vida adulta, como una nube de fatalidad. De hecho, sin estas elucubraciones estaríamos libres de arquetipos como la mujer civilizadora o el hombre niñato.

El primero que discurrió tales devaneos fue, quién otro, Sigmund Freud. En medio de la neurosis que le provocaba su odio a la etnia hebrea, de la cual formaba parte, porque ninguno de sus congéneres cometió la desfachatez de nombrarlo rabino, y curando sus rencores con abundantes dosis de cocaína, un buen día, tal vez producto de una aluscinación que creyó era un sueño, levantó su dedo y pronunció el dogma de la maduración temprana. Dijo que las representantes del género femenino eran las primeras en abandonar la niñez e ingresar a la pubertad, en promedio, dos a cuatro años antes que sus pares varones. Sus seguidores, tras la Segunda Guerra Mundial, aprovechando sus contactos en Norteamérica, o gracias a la condición de víctimas que los vencedores les achacaron y que ellos explotaron muy bien ( casi todos los padres de la sicología "médica" son sicoanalistas y judíos); se ganaron un lugar pese a que las enseñanzas del maestro aún no estaban suficientemente probadas y algunas bien podían compararse con supercherías de prestidigitador. Luego, los movimientos feministas aparecidos en los cincuenta y los sesenta del siglo XX ( por desgracia, el sicoanálisis impregnó la revolución de las flores, pese a que muchos de sus planteamientos son notablemente fascistas), tomaron estas ocurrencias y las presentaron como un andamio en pro de la liberación de la mujer, sobre todo en el asunto sexual. Ignorando, o mejor, pasando por alto, el hecho de que Freud era un incorregible machista, en todos las acepciones que hoy se le atribuyen a ese término. Influenciado tal vez por una rígida formación veterotestamentaria, nunca le dio el menor crédito a lo femenino, considerando que era una entidad inferior, en materia física, intelectual, afectiva y -aunque pavoneara un supuesto agnosticismo- espiritual. Para los incrédulos, y en especial las incrédulas, ahí está su majadera y a la vez risible "envidia del pene", primer eslabón de una cadena cuyo paso siguiente es el adelantamiento de la pubertad.

Porque según el doctor ( más bien matasanos) Segimundo, dicha precocidad en las niñas se manifiesta en término puramente erotómanos, pues lo único que les interesa es verse atractivas para el género opuesto, a fin de conseguir un noviazgo temprano ( no puedo aceptar esa cursilería del "primer amor") en clave de "príncipe azul". La ingenuidad que, según muchos intelectuales y expertos -estos sí, evacuando sus investigaciones con seriedad y propiedad-, siempre oculta la más supina ignorancia. Y quién, alguna vez, y sobre todo viniendo de un ambiente más conservador, no ha afirmado, aunque fuese en actitud chusca, que las féminas son una inocencia erguida, cuyo mejor modo de expresión son las exhalaciones de suspiros, porque al ser incapaces de racionalizar de manera lógica los conocimientos, luego no se les puede permitir hablar, porque cometen chambonadas más profundas que las del mismo Freud. En conclusión, la mujer jamás se valorará por sí misma y de la infancia a la vejez vivirá subordinada, primero al falo de su hermano, luego al compañerito de curso de rostro afable, y por último al macho que la mantenga, sea éste su marido, su amante o su proxeneta. Y cuando se le adelanta su desarrollo hormonal, por las características antes mencionadas, significa que renunció a las ocupaciones intelectuales y su futuro queda relegado a las "labores del sexo", como el sicoanálisis y la tradición aseveran que debe acontecer.

Por el contrario, cuestiones como el pensamiento abstracto -que aparece en la adolescencia y termina definiendo la vocación- quedan reservadas para quienes se guardan en sus pupas por un mayor tiempo. Desde luego, varones, y alguna que otra mujer que de seguro es una anormal y sufrirá un trauma que se gatillará en su etapa adulta. En todo caso, aunque con esto no pretendo darle un mínimo de favoritismo a Freud, no obstante he sigo testigo de cómo la maduración pronta acaba secando el cerebro de ciertas muchachas, quienes, después de establecer relaciones amorosas con éste y aquel -con o sin coito de por medio-, al final se casan por cansancio y sólo se dedican a los hijos y al hogar. Se trata de chicas con carencias afectivas, o que tienen padres incultos o con baja educación, que no las estimulan a continuar estudiando, aunque tampoco las obliguen a desposarse jóvenes o ha iniciar un pololeo con un mozuelo de buenos modales e intenciones. Hechos que, a la larga, refuerzan la antítesis que he desarrollado aquí, en el sentido de que el individuo moldea su conducta de acuerdo a la presión social y su predisposición a superar a aquellos que, justamente, lo están encauzando de en base a sus propios intereses. Intereses muy bien descritos a lo largo de todos los tratados elaborados sicólogos y siquiatras, y que se resumen en la búsqueda del estancamiento personal y grupal, y la negativa a que las cosas cambien o que se imponga la auténtica ciencia.

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