lunes, 8 de junio de 2009

Las Hipócritas Despedidas de Solteros

Una de las mayores muestras de cinismo, en este caso del lado de los libertinos, es la de aquellos tipos que se ufanan de haber sido "tan calientes" en un momento determinado de su vida; pero que ahora exhiben orgullosos su monogamia, hablando de sus novias cuando nadie se los pidió; destacando, con especial firmeza, que están a punto de casarse, o que llevan a cabo una feliz y provechosa convivencia, con proyectos de hijos inclusive. Aseguran que encontraron al amor de su vida, que la aman al extremo de condenar la infidelidad -cuando menos física-, que su actual pareja los ha civilizado y ha hecho madurar, que ya quemaron una etapa... en fin, sandeces propias de un asado de fin de semana, con buenas dosis de alcohol de por medio.

La verdad, y ésta es una opinión muy personal, siempre me ha parecido que estos encauzamientos sexuales, de los cuales tanto se ufanan mis congéneres varones, obedecen a una presión puramente externa y nunca es algo que surja desde ellos. No niego que exista la posibilidad de una conversión de corazón propia del mensaje cristiano - de otro modo sería un irremediable ateo-; pero eso se da bajo una condición de extrema violencia de la cual el redimido es a la vez victimario y víctima. Pues en situaciones de líbido, y de aquí en adelante sí que me atrevo a elaborar conclusiones generales, una vez que se ha tomado una ruta es imposible dar la vuelta atrás. Se puede desviar, ocasionalmente, hacia un camino lateral. Sin embargo, a poco andar el tipo descubre que fue educado en una sola línea, y cuando ve que empieza a oscurecer y que sólo se halla rodeado de tupidas y amenazantes zarzas, opta por lo más sencillo y salva su pellejo corriendo de vuelta al asfalto. Y eso les sucede a quienes han encontrado la tan manida como superflua "estabilidad emocional", concepto seudocientífico que nos ha legado la más solapada de las seudociencias: la sicología. Sin siquiera darnos cuenta, los inestables e inmaduros solterones comenzamos a notar, al poco tiempo después, que al enrielado le molestan los bebés o le desagrada que su esposa o concubina les dedique demasiado tiempo a ellos y lo mantenga de lado. También, que no tolera el sorpresivo abultamiento abdominal de su querer, y entonces, sin más preámbulo le coloca los cuernos. Luego, una de las dos partes -prácticamente siempre la masculina- abandona la casa, y aconsejado por los terapeutas, trata de embaucarnos a todos con un cuento nuevo: que ha dado inicio a otro periodo vital, que la separación no es tan mala y que el amor suele acabarse, contradiciendo con lo último sus aseveraciones de años atrás. Eso sí, hay que pasar pronto a la siguiente fase: el hallazgo del segundo querer.

Hay que decirlo con todas sus letras: uno se casa o mantiene una pareja sólo como forma de estatus, para agradar a los demás: los padres, los amigos, el jefe o la sociedad en general. Todos quieren ver al individuo penetrando finalmente a una mujer con el propósito de engendrar hijos: si se ha alcanzado ese objetivo, todo el resto de la vida coital, incluso los allegamientos llevados a cabo en condiciones malsanas o que fueron posibles sólo con actos agresivos, se justifican. Cuando se embaraza a la fémina que está al lado, los rostros sonríen frente a uno. Ni hablar si los dos conducen juntos el coche del bebé - un rito que puede compararse al paseo de la mascota- o si andan con el vástago ya crecido de la mano. Pero cabe formularse la pregunta: ¿ el sentimiento de los adultos será real?; ¿ en verdad están convencidos que lo suyo es "hasta que la muerte los separe"? Bueno: hoy no es difícil disolver un vínculo -ya sea matrimonial o consuetudinario- y muchos se emparejan considerando tal opción. Sin embargo, ¿ la incluyeron en sus juegos de besos y abrazos?. La cosa del ensayo y el error es admisible, pero en un comienzo sólo se veía un horizonte con la misma persona en el lecho, un vivir feliz para siempre como en los cuentos de hadas, y así fue como se concibieron hijos y se adquirieron bienes.

En ningún caso me estoy erigiendo como un religioso moralista especializado en pontificar. Si causé esa impresión, perdónenme. Sólo digo que quien gusta de tener orgasmos, que los tenga; quien prefiere la diversidad de parejas sexuales, que obre de acuerdo a sus intereses. Pero después no vengan con la monserga del amor definitivo y de la apoteósica despedida de solteros -que siempre es el último desliz y a la vez el primer acto de infidelidad-; simplemente porque eso no les ha nacido y lo más probable es que nunca les nacerá. Y extiendo esta declaración a los dos géneros.

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