lunes, 6 de abril de 2009

No Les Sale Natural

Algo señalé hace unas semanas atrás, respecto a lo que los sacerdotes y los teólogos católicos definen como "ley natural". Quedamos de acuerdo que su transgresión equivalía a oponerse al plan de Dios, quien, por un asunto de conveniencia, no es mencionado. Ahora, entre las tendencias que disputan con la mentada ley natural, se encuentra la homosexualidad. Desde luego, si desde el papa hacia abajo invocan este concepto cada vez que pueden, para condenar la relación entre parejas del mismo género. Y cada vez con más fuerza, se le plegan fieles de otras confesiones cristianas, los cuales, carentes de un discurso sólido sobre el que sostener sus ataques y contagiados por las mediáticas apariciones de frailes y obispos, suelen utilizar esta terminología, sin analizarla ni reflexionar sobre ella primero.

Ahora, ocurre que, para que una determinada conducta sea catalogada de "contranatura", debe cumplir con dos requisitos: ser ajena a la biología humana así como también a su desarrollo histórico. Se supone que ambos elementos son interdependientes, por lo que la existencia de uno significa necesariamente que se da el otro. En este contexto, se puede aseverar que la homosexualidad es contraria a la esencia biológica del hombre, cuando por ejemplo, se la define como un " tercer género" , porque eso engloba una serie de características físicas, y a veces sicológicas, que identifican de modo particular tanto a lo masculino como lo femenino. Sin embargo, si nos metemos en el segundo aspecto, el histórico, y le echamos un vistazo simple al pasado, a poco andar nos damos cuenta que la condena no es tan fácil. Pues en casi todas las culturas antiguas, la homosexualidad no sólo no era mal vista, sino que formaba parte de ciertos aspectos cotidianos. En los viejos imperios, era costumbre que los ciudadanos de mayores ingresos mantuvieran una esposa, una amante y un amante. Y a veces varios representantes de cada uno de los tres tipos, si la poligamia también era permitida. En Grecia, aparte del teatro, la filosofía y los juegos olímpicos, existían los efebos, discípulos jóvenes a cargo de maestros longevos, entre quienes se mantenía contacto sexual. Platón y otros conocidos pensadores, racionalizaron y teorizaron sobre esta práctica, que en el mundo intelectual es conocida como pederastia ( palabra que no es sinónimo de pedofilia). Incluso entre los mapuches, se aceptaba la tesis de "la persona con dos almas", como era calificado el o la homosexual, y los hombres amanerados podían servir como machis en aquellos sitios donde no había mujeres especializadas.

Fue, de hecho, el cristianismo quien recorrió el mundo presentando una innovación: la homosexualidad era un acto abominable ante los ojos divinos. Más aún: antes del Israel del Antiguo Testamento, no hay registros de otro pueblo, al menos alrededor del Mediterráneo, que pase a cuchillo a los homosexuales. Por lo tanto, si uno quisiera hacer lo mismo en los tiempos modernos, empleando la ley natural, lo más probable es que le salga el tiro por la culata. Pues claro: hay diez siglos de rechazo, pero todos están influenciados por la civilización cristiana. Y si existe otra religión que haga lo mismo, ésta también tiene fecha y fundador, como el budismo o el confucianismo, que ofrecen propuestas similares. Sin embargo, si retrocedemos veinte siglos más, en los cuales nos encontramos con una variedad envidiable de culturas, con diverso desarrollo intelectual, descubriremos que todas o casi todas coincidían en no ver nada equívoco en la homosexualidad, y la aceptaban como parte, curiosamente, de la naturaleza humana.

Esto nos obliga a auscultar el ya manido concepto de "ley natural" y encontrar todas las falacias y contradicciones que esconde. Porque, efectivamente, la homosexualidad es condenada de pe a pa en la Biblia, donde queda claro que de los amanerados no es el reino de los cielos. Pero ahí se entregan un amplio abanico de argumentos, los cuales sería muy largo de analizar en este instante. En todo caso, ahí también es censurada la práctica de perseguir al homosexual, pues, al igual que con cualquier inconverso, lo que se debe hacer es predicar el mensaje de Cristo, donde hay espacio para todos. Y si no lo acepta, es un asunto de él, donde nosotros no debemos involucrarnos, ni obrar con violencia.

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