lunes, 20 de abril de 2009

Divina Música Docta

Ante la presunción de que el rock, y por ende el pop, es el deleite del diablo; ante la politización izquierdizante - luego comunista y atea- que ha asumido el folclor latinoamericano; ante el desconocimiento de los orígenes religiosos de quienes cultivan la llamada música étnica: ante, en fin, las sospechosas -cuando no lisa y llanamente retorcidas- motivaciones de todos los que practican el arte de hacer melodía con los sonidos... no cabe sino encerrarse en un templo y esperar el día de la destrucción final, entonando el chillido lastimero de quienes están paralizados por el espanto. U optar por dos alternativas que para el caso son lo mismo: componer piezas de la llamada "música cristiana", con un carácter estrictamente funcional, sin ningún espacio para el gusto estético; o bien, hacerse de una buena colección de música docta, erróneamente llamada clásica, para reproducirla como acompañamiento en el almuerzo o la cena, pero nunca escucharla con el fin de disfrutarla, ya que eso es vanidad.

Pues, esta última es una actitud bastante extendida en algunos cristianos, que ven a óperas y sinfonías como los únicos estilos libres de la influencia del satanismo. Será porque, en sus años de incircunsición, oyeron decir que se trataba de "música de muertos", lo que le da una solemnidad que por su sola presencia se opone al jologorio bailable, a la denuncia política o la rebelión sin causa, elementos que supuestamente vienen incluidos en otras expresiones del género. Será porque la música docta se interpreta en salones con imagen respetable, que contrasta con los tugurios tenebrosos a los cuales estos hermanos alguna vez asistieron y ahora no quieren volver. Será porque no desean pasar ante los inconversos como sujetos estrechos de mente, acusación que por su intermedio podría caer sobre toda la doctrina cristiana. Se pueden esgrimir estos argumentos y muchos más. Y la única certeza es que tales hermanos le hacen un flaco favor a su espiritualidad con estos, por decirlo de un modo, curiosos ritos. No debido a que esta música tenga compositores tan seculares como los de otros estilos, o que sus destinatarios, en este caso, la desaprovechen. La causa de tal desafinación es, una vez más, la ignorancia.

He visto - ya lo señalé en un artículo anterior- en anaqueles de hogares cristianamente bien constituidos, material fonográfico de, por ejemplo, el movimiento nacionalista ruso, con piezas como "Una Noche en el Monte Calvo" de Modest Mussorgsky, a la cabeza. No sé si los hermanos se habrán enterado que esa composición trata sobre una conocida leyenda, que a su vez, narra las tropelías que los demonios hacen durante la noche de San Juan. Paganismo, resignación sincretista y satanismo se unen en el genio de un autor alcohólico quien, por cierto, no pudo terminar su obra porque murió en medio de una juerga. También es posible hallar casi todas las óperas de Giuseppe Verdi, compositor que es un regalón de los melómanos más conservadores, más que nada por su simpleza, porque su creación completa es un canto al goce de los placeres mundanos en toda sus acepciones posibles, y ahí está el brindis de La Traviata para confirmarlo. No faltan también pesimistas piezas de Beethoven o Mozart; y en las colecciones más encontradas, no es difícil descubrir alguna lujosa y festiva creación medieval, que al parecer nunca se enteró de la existencia del oscurantismo.

Podría seguir enumerando los más variados y multiformes casos. Dejo de hacerlo no sólo por falta de espacio, sino porque me preocupa que algunos hermanos se aterren todavía más y acaben destruyendo sus colecciones de discos, y empiecen a hacerse la idea de que Dios está únicamente en el silencio. Lamentablemente, es una posibilidad para nada descartable. Nada más quiero dar cuenta de que, no por tener una determinada trayectoria y aceptación social, enseguida un estilo musical pasa la prueba de la blancura -en términos teológicos, me refiero. Más aún: muchos de los himnos cristianos que se entonan con entusiasmo en los templos fueron escritos sobre ritmos tomados de los burdeles, como sucede por lo demás con todo tipo de música. Aunque mejor no continúo, porque con esta aseveración, sí que voy a matar a algunos creyentes de un infarto.

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