sábado, 20 de diciembre de 2008

Reivindicando al Pino

He sido testigo de cómo, en estas fechas, muchos hermanos evangélicos despotrican contra el pino de Navidad, diciendo que es una tradición pagana, hipócrita y ofensiva para con el verdadero sentido de esta celebración. Sé que esto también ocurre con los profesantes de otros credos cristianos. Pero en el caso del reformismo, tales afirmaciones, si bien nacen de la más absoluta sinceridad, no dejan de esconder un dejo de ignrancia, al menos en términos históricos. Pues, si bien el abeto adornado cuenta con antecedentes seculares ( como sucede con muchas costumbres navideñas, por lo demás), su consagración definitiva se produjo gracias a las iglesias disidentes del siglo XVI; existiendo, incluso, una leyenda que vincularía estos hechos al mismísimo Martín Lutero, la cual, auténtica o no, gusta de ser difundida en los templos protestantes de Europa.

En todo caso, cabe señalar que fue el ex monje agustino quien valorizó la Natividad de Jesús, a su vez poco apreciada en la curia católica, que siempre ha preferido la Pascua de Resurrección. Para Lutero ( aquí cito a Paul Tillich) el hecho de que Dios, el ser más poderoso, se redujera a un indefenso recién nacido, era la muestra más plausible de su infinita misericordia y bondad para con los hombres. Por eso no sólo comprendió, sino que justificó y hasta alentó algunas costumbres como el tan vapuleado pino, que por entonces ya formaba parte del folclor de la Alemania interior. Además, los adornos en el árbol fueron durante un buen tiempo símbolo de esperanza y ánimo para los hermanos reformados, implacablemente perseguidos por los romanistas: de alguna manera, representaban a las estrellas del cielo, que Dios bajaba a la tierra para que los muchas veces clandestinos y aproblemados disidentes tuvieran el camino iluminado. En último caso, también podía elaborarse una explicación teológica, muy interesante de analizar en las circunstancias actuales, dadas las causas por las cuales los abetos son rechazados: el pesebre, la imagen que históricamente ha ofrecido la iglesia católica como representación de la Navidad, contiene figuras que no sólo pueden considerarse paganas, sino que incluso falsas, como el asno - un animal inexistente en la Palestina del año 1- o los así llamados " tres reyes magos", que si leemos la Biblia, nos damos cuenta que eran mayores en número, además de que sólo ostentaban el título de magos, sin ser soberanos de ninguna nación en particular. Y que no estaban presentes en el Natalicio, sino que visitaron a Jesús un año más tarde.

Tal vez sí, algunos argumentos en favor de la erradicación del pino sean atendibles. Pero no desde el punto de vista religioso, sino del cultural. Podríamos afirmar que es una costumbre europea y que su introducción en otras partes del mundo es, por ende, un acto colonialista y alienante. En ese sentido, sería bueno rescatar una práctica ancestral de las localidades rurales de la zona central de Chile, que consiste en adornar un espino, ya cortado para la ocasión, ya en el mismo lugar donde está plantado. No debemos fomentar la quema irracional de tradiciones, al menos, antes de averiguar su origen. Sino muy por el contario: hay que entender por qué los europeos, que viven un mes de diciembre particularmente frío, transformaron la Navidad de una manera que la hizo, para ellos, más comprensible. Y eso es válido tanto cuando hablamos de árboles como de pesebres, estos últimos, diseñados por y para la mentalidad de los antiguos pueblos bárbaros, que poco de teología y de historia bíblica sabían.

La diferencia es que nosotros no nos debemos a un país o a un continente determinados. Somos parte de una cultura, la cristiana evangélica, que se declara universal y que dice no conocer fronteras. Yque tiene sus elementos históricos propios. Y uno de ellos es la celebración de la Navidad y no todo, pero sí buena parte de lo que ello implica. Y entre esa amplia parte, está la tradición del pino adornado. Si la asimilamos, estoy seguro que llegaríamos a ser mejores cristianos, con una interesantes amplitud de conocimientos y criterio, que nos permitirá desenvolvernos en un espectro más amplio de desafíos, condiciones imprescindibles para dos tareas esenciales dentro del evangelismo: convertir almas y dar un correcto testimonio.

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