domingo, 12 de marzo de 2017

Hacerse Oír De Buena Forma

Dos polémicas han involucrado a los grupos cristianos y homosexuales en España. La primera fue la orden emanada del ayuntamiento de Madrid que exigía la paralización del recorrido por las calles de la ciudad de un autobús de la fundación -mayormente evangélica, pero que cuenta con la participación de católicos- Hazte Oír, que circulaba con la leyenda "los niños tienen pene, las niñas tienen vulva: que no te engañen" en abierta protesta contra la parafernalia de los llamados chicos transgénero, que se ha transformado en un caballito de batalla de los colectivos gay en varias partes del mundo, mediante el cual pretenden influir en la educación de cada país con la finalidad que se los tolere, bajo el subterfugio de que esa conducta es menos una opción sexual que una condición genética. El otro caso, ocurrido días después, involucró a un travesti que en el desfile del carnaval de Las Palmas se presentó en un carro alegórico como una María que clamaba a gritos que chuparan su "espíritu santo" como una forma de acceder a la salvación. El obispo local entabló un libelo judicial contra tal atrevimiento, recurso que fue secundado por algunos pastores y hermanos reformados.

Lo curioso es la actitud que las agrupaciones de creyentes tomaron frente a cada uno de estos hechos (bueno: también es interesante la reacción de los homosexuales, ya que en ambas situaciones los dos grupos que colocados como respectivos espejos del otro). En el primer caso alegaron un impedimento a ejercer su libertad de expresión de parte de una autoridad pública, que además habría actuado después de que los colectivos gay de la capital española hubieran interpuesto sendos reclamos, llegando a amenazar con presiones económicas si el autobús de la discordia continuaba paseándose con el dichoso letrero. Los cristianos se defendieron con un argumento que se ha vuelto muy recurrente en esta clase de incidentes: denunciar que los mismos que invocan la tolerancia y el respeto a la opinión y opción de quien está al lado, factor que por lo demás consideran inamovible frente a cualquier circunstancia, finalmente hacen excepciones cuando alguien expresa un punto que a ellos no les gusta. Con ello, las personas de fe lanzan el balón al área contraria y pretenden dejar al desnudo a quienes los apuntan con el dedo y aseveran que son los que siempre andan con el ceño fruncido prohibiéndolo todo. Ahora ha quedado al descubierto que incluso los "muchachos alegres" y el grueso de la población que busca vivir una vida más relajada y menos culposa en términos morales y culturales, igualmente al terminar el día muestra sus tabúes y se enoja cuando ve a sus oponentes ocasionales disfrutar con desparpajo en base a sus propias concepciones.

El asunto es que todo ese discurso reivindicativo es echado por tierra con la cuestión del carnaval. Por cierto, desde tiempos ancestrales estas celebraciones han sido un receptáculo de la permisividad y la ruptura de reglas (dentro del marco que definen las mismas reglas, pero igualmente es válido), algo de lo cual han tenido conciencia hasta las propias autoridades políticas y eclesiásticas. Hacer un escándalo de una acción desarrollada en un contexto festivo y ausente de seriedad -así acordado además por un consenso social- más que extemporáneo resulta ridículo. Fuera de que a estas alturas de la historia ya se ha perdido la cuenta de la innumerable cantidad de representaciones, incluso burlescas, en donde se pone en duda la concepción virginal de Jesús o se habla de modo malintencionado de María, también en el ámbito del transformismo. ¿Qué se sacará en provecho de llevar a los tribunales de justicia a un sujeto por haber salido con un disfraz? Tal vez ese sacerdote adquiera notoriedad en los medios de comunicación y algún superior quizá lo premie con un cargo más alto. Y respecto de los evangélicos que lo secundan: lo más probable es que queden bien consigo mismos en el sentido de que no dejaron pasar una ofensa contra la madre del Señor. Sin embargo, lo más probable es que los homosexuales insistan en que los creyentes no han cambiado un ápice y que al final son ellos los eternamente intolerantes que desean colocar frenos a la libertad de expresión. Y acto seguido también es muy posible que sus oyente acaben apoyando sus aprehensiones. Lo que redundará no sólo en una pérdida significativa de almas a rescatar, sino en el aumento de los prejuicios en contra de los hijos del camino, que en última instancia hasta puede poner en riesgo su continuidad como grupo.

Lo ocurrido en España es para que los creyentes sean acusados nuevamente de un vicio que por desgracia ha sido tan recurrente en los hombres de fe que se ha transformado en una marca de fábrica: la hipocresía. Un estereotipo que por diversas situaciones lamentablemente se ha tornado un estigma. Nosotros tenemos la facultad y las habilidades para definitivamente desterrarlo y de a través de este esfuerzo, acercarnos a eso que nos recomienda Jesús: ser luz del mundo. Por mucho que se den explicaciones actuar con doble rasero nunca será más que eso. Y al respecto, hay otro mandato que nos legó el Señor: procuremos ser un solo sentir.

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