domingo, 11 de diciembre de 2016

La Iglesia Verdadera

Uno de los argumentos más recurrentes usado por los romanistas para asegurar que son la única iglesia reconocida por el Señor, a despecho de lo que puedan representar para el cristianismo agrupaciones como por ejemplo los ortodoxos o los evangélicos, es que ellos, tras la legalización llevada a cabo por Constantino, fueron quienes definieron tanto la estructura como los dogmas y la expansión de la fe, todo gracias a una invitación que les formuló el emperador, al tratarse del colectivo más expandido y mejor organizado de entonces. Trabajo que permitió erradicar doctrinas erradas como los docetistas, gnósticos, arrianos o nestorianos.

Como todas las declaraciones acerca de hechos de la historia que pretenden ser absolutas y definitivas, ésta tiene algo de verídico pero también bastante de leyenda y falacia (o ambas cosas a la vez). En efecto, luego de que Constantino se convirtiera, al menos teóricamente, en seguidor del camino, buscó la asesoría de algún grupo que le permitiera ordenar y estandarizar esta fe, pues como todo gobernante absoluto que se precie de tal, no quería que la diversidad de criterios resquebrajara un paradigma en el cual, además, había decidido confiar, derivando en propuestas divergentes entre sí, que llegaran a enfrentarse públicamente al extremo de fomentar la rebelión contra las autoridades políticas. Dicha ayuda la encontró en los católicos, un colectivo relativamente antiguo -y por ende con peso histórico, lo cual se vuelve un factor muy importante en estos casos- que aparte estaban muy afincados en Europa, constituyendo la casi totalidad de los creyentes de la península italiana y en especial de Roma, aún por esa época capital del imperio -y cuyo templo era muy significativo para los cristianos- y lo que tal vez más llamó la atención del augusto, poseían una estructura organizativa que usaba como referencia la del imperio, colocando por ejemplo, un obispado por provincia, y un sacerdote menor por cada comuna.

 Sin embargo, dentro del imperio romano existían agrupaciones de cristianos diferentes a los católicos, que no eran practicantes de las falsas doctrinas que empezaron a declinar conforme la fe fuera alcanzando un mayor estatus político. Así, en el sector oriental se encontraban los antioqueños y alejandrinos, que habían creado dos valiosas escuelas de teología. Por otro lado, cabe señalar que esa zona siempre fue reticente a aceptar las decisiones de sus pares europeos, en especial cuando se trataba de aspectos que los identificaban de modo particular pero que no formaban parte de la doctrina legada por Jesús o los autores del Nuevo Testamento. Una situación que permaneció soterrada por varios siglos hasta que el dogma del filioque la reflotó en todo su esplendor y dio origen a la iglesia ortodoxa. Pero que en la misma Antigüedad dio señales de que el catolicismo, incluso el primitivo, no marcó una presencia sofocante allí, ya que en varias partes sobrevivieron las congregaciones de cuño nestoriano como los coptos, los etíopes o los armenios, que por cierto subsisten hasta hoy, y cuya existencia de para intuir que fueron toleradas como una suerte de excepción no deseada pero necesaria, pasando por alto las controversias teológicas (que en este caso son inherentes al cristianismo en general y no a una de sus divisiones, ya que hablamos de la unión hipostática). Es verdad que el concilio de Nicea significó una baja en la influencia de los colectivos mencionados en este párrafo, merced a la definición de aspectos esenciales para el paradigma del camino (y en ese sentido, cabe agradecerle a los viejos romanistas por ser capaces de convocar a los auténticos seguidores a aquella asamblea). No obstante, si en alguna ocasión los papistas quisieron imponer sus términos, salvo la cuestión de los arrianos, fue más bien en el marco de sus propias peculiaridades, antes que en principios comunes, en los cuales había pleno acuerdo.

El hecho de que una iglesia posea una imponente importancia histórica, la puede convertir en monumento y punto de referencia. Pero ni aún así quiere decir que su actitud actual es la correcta o que está cerca del reino. La propia Biblia ha dado cuenta de que la salvación se puede ganar o perder en el último momento de la vida, independiente de cómo el ser humano haya guiado su existencia hasta entonces. Nosotros lo sabemos gracias a la posición social que hoy ostentan las congregaciones evangélicas clásicas, como luteranos, presbiterianos o episcopales. Además, la iglesia católica contemporánea dista mucho de sus orígenes, pues en el trayecto ha ido sumando doctrinas extrañas e incomprensibles que incluso se hallan en abierta oposición con lo establecido en las Escrituras o en los primeros concilios. El factor ancestral no debe ser temido, aunque sí admirado y estudiado, esto último para darse cuenta de los errores que el romanismo ha venido cometiendo de manera sistemática en los últimos siglos, y que sonrojarían a sus antepasados del 325. Y con esta información en la mano, refutar argumentos que parecen infranqueables.

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