domingo, 26 de julio de 2015

Hijo de Gay

Inmediatamente después que la Corte Suprema de Estados Unidos declarara que el llamado matrimonio igualitario debía ser permitido en todo el territorio, aparecieron en las redes sociales testimonios de jóvenes entre dieciocho y veinte años, hijos de parejas homosexuales, quienes adquirieron esa condición mediante la adopción o la inseminación artificial, los cuales no dejaban bien parados a sus progenitores. La acusación más suave que les formulaban era responder con falta de tino, incluso con agresión y violencia, cuando se les preguntaba el por qué su hogar no estaba conformado por un padre y una madre, como ocurría en la mayoría de los demás. Además, reclamaban la imposición de restricciones propias de familias autoritarias, como impedirles, sin una explicación, acercarse o entablar amistad con niños que pertenecían a ambientes que sus custodios consideraban homofóbicos, respecto de los que ellos mismos constatarían, cuando tuvieron la oportunidad, no eran como se los habían descrito. No faltan aquellos que han confesado estar en permanente conflicto tras ser obligados a asistir a todas y cada una de las marchas por el orgullo gay posibles, donde observaron cosas incomprensibles para su edad. Y más de uno recordó que sus encargados fallecieron de sida, o de otra enfermedad relacionada con el libertinaje sexual. Un cóctel de malas experiencias que ha sido aprovechado por los colectivos cristianos, que los han presentado como ejemplo de las terribles consecuencias que se avecinan tras la aprobación del connubio entre congéneres.

Estos testimonios son relativamente importantes ya que son emitidos, en el inicio de su etapa adulta, por representantes de la primera generación criada en hogares homoparentales, la cual fue posible gracias al relajamiento que se dio en algunos estados norteamericanos a mediados de los años 1990 -y que se puede considerar como el antecedente más directo de lo que está ocurriendo ahora-, cuando ciertos cuerpos legales permitieron la adopción a solteros y el acceso a las mujeres sin pareja a la inseminación artificial mediante un donante anónimo. Son parte, por ende, de un contexto en el cual las relaciones homosexuales no eran discutidas con el nivel de tolerancia y normalidad que existe en la actualidad, por lo que la confusión de los muchachos respecto a lo inaudito e incomprensible que les resultaba vivir en una casa con dos padres o dos madres, en lugar de un integrante de cada género, como es lo habitual -entonces y ahora-, podría considerarse sesgada al formarse en una coyuntura distinta a la contemporánea. Sin embargo, ante todo es menester señalar que los vástagos con antecedentes familiares conflictivos es un elemento abundante en la historia de la humanidad, y se cuenta con una enorme cantidad de casos muy famosos acerca del particular. Los que abarcan los más diversos tipos de personalidades y recintos, incluyendo los cristianos. De hecho, hoy se puede citar la situación de la cantante estadounidense Kate Perry, hija de pastores evangélicos, quien no pierde la oportunidad de hablar en términos bastante negativos del modelo paternal que le inculcaron. O la de jóvenes que se han suicidado luego de que sus custodios creyentes los rechazaran por tener determinadas inclinaciones, no sólo en el plano sexual.

Quizá lo más adecuado sea analizar el problema desde otro ámbito. Por ejemplo, de la excesiva importancia que se le da a la familia, en círculos cristianos como seculares. Si bien es cierto que en varias ocasiones se da esa imagen idealizada que se tiene de ese tipo de estructura, no es menos verdad que en dos de tres casos no acontece así. Una realidad que debiera hacer reflexionar en especial a los creyentes, quienes insisten, a veces hasta la majadería, en que todo ser humano está obligado a honrar a su padre y a su madre, incluso en las peores circunstancias. Mandato que quienes alaban a estos chicos que han reclamado por internet contra sus progenitores homosexuales, no están cumpliendo, y no es la primera vez que se permiten una excepción a una regla tan primordial como inquebrantable. Más aún: cuando un convertido advierte que dentro de su hogar y a causa de su decisión, arriesga el vilipendio y hasta la agresión física de parte de sus custodios, lo que les recomiendan sus ahora hermanos es orar además de resignarse y aguantar en silencio, que debido a esa actitud en algún momento los demás tendrán que conmoverse, y acto seguido aceptarán igualmente al Señor. ¿Por qué es menester, entonces, excluir de un predicamento tan absoluto, a cierto grupo de personas, que al fin y al cabo contaban con las mismas intenciones? Desconozco si estos muchachos que se muestran descontentos con la formación recibida, han renacido. ¿Pero no se les podría recomendar a ellos, idéntico proceder que si se tratara de un idólatra, un católico romano, un ebrio, un irresponsable, un castigador compulsivo o un violador? Hay algunos que frente a cualquiera de dichos eventos, repiten una sola afirmación, con una convicción, una estrechez mental y una falta de comprensión de las particularidades, que realmente asombra tanto como indigna. ¿No cabe la posibilidad de que un gay, a la larga humano como todos los casos recién expuestos, se arrepienta al observar los sufrimientos que le ha causado a su vástago, y se arrepienta, pida perdón y continúe por el buen camino?

Si esos padres actuaron de modo inadecuado con sus propios hijos -y los testimonios de éstos parecen indicar que así fue-, entonces que se aplique la justicia y que reciban las sanciones que correspondan. Hecho que también debe acaecer con los cristianos y otros tipos de progenitores abusivos, que a veces llegan a niveles horrendos. En muchas ocasiones la Biblia no se emplea con el propósito de hacer el bien, sino todo lo contrario. Y los que obran de tal forma se pueden hallar incluso en las viñas divinas, aunque no la fe, sino un mero prejuicio, nos impida descubrirlos.

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